DANIEL LANSBERG RODRÍGUEZ | EL UNIVERSAL
viernes 11 de enero de 2013 12:00 AM
Antes de que Hugo Chávez surgiera al poder en 1998, los venezolanos nos habíamos acostumbrado a que los extranjeros supiesen poco acerca de nuestro país.
"Venezuela: ¿dónde queda eso?" nos preguntaban. Y ni hablar de la ubicua confusión fonética con Minnesota: "¿En serio? ¡Casualmente tengo un primo en Minneapolis! ¡Tremenda coincidencia!".
La Quinta República, para bien o para mal, ha cambiado esto. Al invertir masivamente en proyectos de alto perfil internacional -como adquirir submarinos o regalar petróleo y dinero por el mundo- Venezuela, un país de medianos ingresos per cápita, ha logrado arrojar una sombra desproporcionalmente mayor sobre el panorama geopolítico.
Sin embargo, esta política ha resultado ser bastante costosa y con un cambio de liderazgo inminente tras la posible muerte de Chávez, las prioridades internacionales podrían ser pasadas por alto en favor de nuestros graves problemas domésticos. En caso que, Nicolás Maduro intentara preservar la política exterior de su precursor, su control sobre el partido no resultará ser igualmente imponente, y tendrá que enfrentarse con facciones políticas para las cuales exportar revolución no es prioridad. Entre los otros posibles sucesores, tanto Cabello como Capriles parecen exponer tendencias más inclinadas a enfocarse en la resolución de problemas internos, que en "liderar" una revolución internacional.
Para varios países, a mediano plazo, esto resultaría bastante problemático. En Irán los Ayatolá ven a Venezuela, junto con Siria, como sus dos relaciones internacionales más cercanas. La posibilidad de perder a ambas, una tras otra, y quedarse aislados es desgarradora. El régimen en Rusia también ha invertido muchos recursos en cimentar su relación con nosotros y perder a Chávez supone el riesgo a perder tanto un aliado en contra de la influencia norteamericana como un voto simpatizante en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
En Cuba, el apoyo venezolano representa el mayor segmento de su economía nacional: más que turismo, remesas y exportes combinadas. La ausencia de estos recursos podría significar un colapso económico con pobreza y hambruna similar a la que sufrió tras la caída de la Unión Soviética. Otros regímenes latinoamericanos como los de Daniel Ortega, Rafael Correa y Evo Morales también tienen motivos para estar nerviosos. A pesar de que sus países sobrevivirían sin Chávez, sus administraciones probablemente no. Sin nuestro apoyo se crearían vacíos económicos que tendrían que llenarse, presumiblemente a través de la inversión extranjera. Lograrlo requeriría reconciliarse con países "imperialistas" en contra de las plataformas políticas sobre cual estos han basado sus gobiernos. Otros receptores de ayuda, como Argentina o la República Dominicana sufrirían algún malestar económico, pero no fatal.
Sin las políticas de Chávez, el papel de liderazgo de Brasil sobre el continente sería indiscutible. La caída de la "ultraizquierda" internacional representaría una validación clara para la "izquierda light" caracterizadas por las políticas del expresidente Lula y gobiernos en Uruguay y Chile. Sin embargo, al no haber una "ultraizquierda" con la cual ser comparados estos países corren el riesgo de ser vistos simplemente como "izquierda," espantando inversión justo cuando tendrán que enfrentarse con la nueva competencia de los "compinches" reformados.
Para los colombianos, dicho cambio sería agridulce. Durante gran parte de la era de Chávez las relaciones entre las "hermanas repúblicas" han sido tensas, y la animosidad personal entre el Comandante y Álvaro Uribe era palpable. Sin embargo, desde la ascensión de Manuel Santos, una especie de acercamiento se ha producido entre los dos hombres, si no entre los dos países y éste cuenta con Chávez para mediar negociaciones con las FARC. Perder esta cooperación representaría un inconveniente para su gobierno y las perspectivas de paz.
En Europa, el principal beneficiario sería España. El reinado actualmente hospeda aproximadamente 150.000 expatriados venezolanos. Si nuevas políticas pueden incentivar que algún porcentaje de estos regrese a Venezuela, se podría aliviar en parte el terrible problema de desempleo español.
El efecto en EEUU sería limitado. Mejores relaciones con Venezuela no significaría gasolina por debajo de $2.00 por galón, ni un retorno a la hegemonía clientelista que mantenían sobre el continente durante la guerra fría. Pero nuevos sistemas políticos en el ALBA podrían disparar una nueva dinámica en las relaciones entre EEUU y América Latina: como socios –no jefes, ni enemigos.
En resumen, al acabar la "revolución internacional" se podría germinar una nueva paradigma política en donde el patrimonio nacional de Venezuela se invierta en mejorar las vidas de venezolanos por sobre todas las cosas. Esto sería motivo de celebración, aunque signifique tener que escuchar de nuevo acerca del primo en Minneapolis
"Venezuela: ¿dónde queda eso?" nos preguntaban. Y ni hablar de la ubicua confusión fonética con Minnesota: "¿En serio? ¡Casualmente tengo un primo en Minneapolis! ¡Tremenda coincidencia!".
La Quinta República, para bien o para mal, ha cambiado esto. Al invertir masivamente en proyectos de alto perfil internacional -como adquirir submarinos o regalar petróleo y dinero por el mundo- Venezuela, un país de medianos ingresos per cápita, ha logrado arrojar una sombra desproporcionalmente mayor sobre el panorama geopolítico.
Sin embargo, esta política ha resultado ser bastante costosa y con un cambio de liderazgo inminente tras la posible muerte de Chávez, las prioridades internacionales podrían ser pasadas por alto en favor de nuestros graves problemas domésticos. En caso que, Nicolás Maduro intentara preservar la política exterior de su precursor, su control sobre el partido no resultará ser igualmente imponente, y tendrá que enfrentarse con facciones políticas para las cuales exportar revolución no es prioridad. Entre los otros posibles sucesores, tanto Cabello como Capriles parecen exponer tendencias más inclinadas a enfocarse en la resolución de problemas internos, que en "liderar" una revolución internacional.
Para varios países, a mediano plazo, esto resultaría bastante problemático. En Irán los Ayatolá ven a Venezuela, junto con Siria, como sus dos relaciones internacionales más cercanas. La posibilidad de perder a ambas, una tras otra, y quedarse aislados es desgarradora. El régimen en Rusia también ha invertido muchos recursos en cimentar su relación con nosotros y perder a Chávez supone el riesgo a perder tanto un aliado en contra de la influencia norteamericana como un voto simpatizante en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
En Cuba, el apoyo venezolano representa el mayor segmento de su economía nacional: más que turismo, remesas y exportes combinadas. La ausencia de estos recursos podría significar un colapso económico con pobreza y hambruna similar a la que sufrió tras la caída de la Unión Soviética. Otros regímenes latinoamericanos como los de Daniel Ortega, Rafael Correa y Evo Morales también tienen motivos para estar nerviosos. A pesar de que sus países sobrevivirían sin Chávez, sus administraciones probablemente no. Sin nuestro apoyo se crearían vacíos económicos que tendrían que llenarse, presumiblemente a través de la inversión extranjera. Lograrlo requeriría reconciliarse con países "imperialistas" en contra de las plataformas políticas sobre cual estos han basado sus gobiernos. Otros receptores de ayuda, como Argentina o la República Dominicana sufrirían algún malestar económico, pero no fatal.
Sin las políticas de Chávez, el papel de liderazgo de Brasil sobre el continente sería indiscutible. La caída de la "ultraizquierda" internacional representaría una validación clara para la "izquierda light" caracterizadas por las políticas del expresidente Lula y gobiernos en Uruguay y Chile. Sin embargo, al no haber una "ultraizquierda" con la cual ser comparados estos países corren el riesgo de ser vistos simplemente como "izquierda," espantando inversión justo cuando tendrán que enfrentarse con la nueva competencia de los "compinches" reformados.
Para los colombianos, dicho cambio sería agridulce. Durante gran parte de la era de Chávez las relaciones entre las "hermanas repúblicas" han sido tensas, y la animosidad personal entre el Comandante y Álvaro Uribe era palpable. Sin embargo, desde la ascensión de Manuel Santos, una especie de acercamiento se ha producido entre los dos hombres, si no entre los dos países y éste cuenta con Chávez para mediar negociaciones con las FARC. Perder esta cooperación representaría un inconveniente para su gobierno y las perspectivas de paz.
En Europa, el principal beneficiario sería España. El reinado actualmente hospeda aproximadamente 150.000 expatriados venezolanos. Si nuevas políticas pueden incentivar que algún porcentaje de estos regrese a Venezuela, se podría aliviar en parte el terrible problema de desempleo español.
El efecto en EEUU sería limitado. Mejores relaciones con Venezuela no significaría gasolina por debajo de $2.00 por galón, ni un retorno a la hegemonía clientelista que mantenían sobre el continente durante la guerra fría. Pero nuevos sistemas políticos en el ALBA podrían disparar una nueva dinámica en las relaciones entre EEUU y América Latina: como socios –no jefes, ni enemigos.
En resumen, al acabar la "revolución internacional" se podría germinar una nueva paradigma política en donde el patrimonio nacional de Venezuela se invierta en mejorar las vidas de venezolanos por sobre todas las cosas. Esto sería motivo de celebración, aunque signifique tener que escuchar de nuevo acerca del primo en Minneapolis
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