FRANCISCO GÁMEZ ARCAYA | EL UNIVERSAL
miércoles 6 de febrero de 2013 12:00 AM
Muchos recuerdan aquel experimento que llevó a cabo el profesor Philip Zimbardo de la Universidad de Stanford. Era el año 1969 y Zimbardo, en su afán de entender los comportamientos del hombre en sociedad, dejó abandonados dos vehículos. Uno fue estacionado en una calle del Bronx, en Nueva York, cuando ese vecindario era de los más violentos y delictivos de Estados Unidos, y el otro fue abandonado en Palo Alto, California, un vecindario adinerado y tranquilo. A las pocas horas, el vehículo del Bronx fue totalmente desvalijado, como era de esperarse. El otro automóvil en Palo Alto, por el contrario, lucía intacto. Al cabo de una semana, el Profesor Zimbardo ordenó a sus asistentes que rompieran una ventana del vehículo abandonado en Palo Alto. Luego de cumplir las instrucciones, el experimento arrojó un resultado sorprendente. El vehículo estacionado en la calle del tranquilo vecindario, ahora con una ventana rota, fue desvalijado paulatinamente pero en igual medida que el vehículo del Bronx.
La sola imagen de un deterioro que no es objeto de reparación alguna por un período de tiempo, concluía Zimbardo, quebranta algunos resortes de la convivencia social. Con ello, la población percibe la ausencia de ley, de normas de conducta, de orden. Por cada agresión al vehículo, al principio tímida, se iba potenciando una reacción violenta donde todo quedaba finalmente sumido en una profunda anarquía.
La situación que vive el país recuerda en cierta medida algunos aspectos de este interesante experimento. Todos, desde los ámbitos propios de cada quien, contribuimos al estado anárquico en el que vivimos. Desde el hombre que construye un rancho en precarias y riesgosas condiciones y en terrenos que no le pertenecen, hasta el que agrega ilegalmente un piso adicional en la azotea de un lujoso edificio. Desde el pequeño papel, insignificante, que es arrojado en la acera de una avenida, hasta el grafitero que daña lo ajeno en nombre del arte o de la diversión. El quebranto del orden, la desidia en el resguardo de lo público, el egoísmo de pensar solo en el bienestar personal, nos han convertido en un territorio sin ley. Vivimos una situación de crisis permanente, un deterioro constante y una angustiosa inseguridad por nuestra falta de visión colectiva. Y todo va creciendo exponencialmente. Nos vamos desvalijando como país, hasta que todos, sin distinción, quedemos arrasados. Como los vehículos de Zimbardo.
La sola imagen de un deterioro que no es objeto de reparación alguna por un período de tiempo, concluía Zimbardo, quebranta algunos resortes de la convivencia social. Con ello, la población percibe la ausencia de ley, de normas de conducta, de orden. Por cada agresión al vehículo, al principio tímida, se iba potenciando una reacción violenta donde todo quedaba finalmente sumido en una profunda anarquía.
La situación que vive el país recuerda en cierta medida algunos aspectos de este interesante experimento. Todos, desde los ámbitos propios de cada quien, contribuimos al estado anárquico en el que vivimos. Desde el hombre que construye un rancho en precarias y riesgosas condiciones y en terrenos que no le pertenecen, hasta el que agrega ilegalmente un piso adicional en la azotea de un lujoso edificio. Desde el pequeño papel, insignificante, que es arrojado en la acera de una avenida, hasta el grafitero que daña lo ajeno en nombre del arte o de la diversión. El quebranto del orden, la desidia en el resguardo de lo público, el egoísmo de pensar solo en el bienestar personal, nos han convertido en un territorio sin ley. Vivimos una situación de crisis permanente, un deterioro constante y una angustiosa inseguridad por nuestra falta de visión colectiva. Y todo va creciendo exponencialmente. Nos vamos desvalijando como país, hasta que todos, sin distinción, quedemos arrasados. Como los vehículos de Zimbardo.
No comments:
Post a Comment