Mónica Spear, de Miss a reina de la pantalla chica | Archivo
LEONARDO PADRÓN19 DE ENERO 2014 - 12:01 AM
A Mónica Spear
La
noticia esperó que abriera los ojos y saltó sobre mí. Tenía un mensaje
en el teléfono, acechándome desde una hora antes: “Primo, ¡qué horror lo
de Mónica Spear!”. Aún medio dormido, de vacaciones en el imperio,
podía pensar cualquier cosa ante una frase tan ambigua. Pero ella no era
persona de escándalos, así que no ensayé especulaciones y le escribí a
mi primo: “¿Qué pasó?”. Y entonces vino la frase estremecedora: “¡La
mataron anoche!”. Fue un corrientazo eléctrico. Abrí el Twitter y no
había prácticamente otra noticia. La red social era un estupor gigante.
Me brotaron dos palabras, ahogadas de pánico: “¡Dios mío!”. Fueron
apenas un susurro, pero contenían tanto asombro que despertaron a mi
pareja. Cuando le conté a Mariaca que su amiga y excompañera de trabajo
había sido asesinada atrozmente –junto con su esposo– en una carretera
venezolana, el dolor se convirtió en nuestro compañero de viaje. Desde
entonces, hay un crujido que no cesa.
***
No
es difícil imaginar el terror que vivieron Mónica y Henry. La sorpresa
ante la aparición de los delincuentes. La impulsiva reacción de
encerrarse en el carro y agazaparse. El espanto ante la suerte que
pudiera correr Maya, su hija de 5 años. Los gritos siniestros de los
hampones. Los balazos salvajes. La muerte entrando con furia en el
vehículo. Y Maya sola, solísima, en ese desamparo inexplicable, con sus
padres durmiendo para siempre, sin beso de buenas noches, como era
antes, como eran todas las noches. Antes.
La indignación no cabe en el idioma.
***
Mi breve
estancia en Miami estuvo signada por la terrible muerte de Mónica. No
pude soslayar las peticiones de entrevistas de medios como CNN en
español, NTN 24, o Al Punto, el celebrado programa de Jorge Ramos
en Univisión. No era nada agradable hablar de Venezuela en términos tan
desoladores. Así le pasó a muchos de los artistas y creadores que hoy
viven un exilio forzoso en el estado de Florida. Fue un reencuentro de
mucho afecto y duelo. En todos los abrazos estaba Mónica. Y en todos los
diálogos: la inseguridad como la causa primera de tantas migraciones.
Me cansé de oír anécdotas de sangre y miedo. Y esa asfixia, en la punta
de las palabras, que se llama desarraigo.
Un humorista y
músico que vive en Coconut Grove desde hace un año huyó del país por la
sobredosis de violencia: “Lo menos que quería es que una noticia como
la de Mónica me diera la razón”. Me habló de dos amigos suyos en terapia
intensiva por atracos armados. Esos nunca aparecen en las estadísticas:
los sobrevivientes. Me contó del día que se tomaba un café en un centro
comercial caraqueño y se le acercó un viejo compañero de farra: “¿Y tú
de verdad no te piensas ir del país?”. El alzó la mirada, sin
comprender, y el amigo descolgó una frase inesperada: “Estoy en mitad de
un secuestro”. Y siguió caminando, vigilado por un hombre y una mujer
que lo conducían a un cajero electrónico, y luego, quién sabe
adónde.
***
Las
protagonistas no deben morir. Ese es un axioma de hierro que los
escritores de historias de amor suelen respetar. Se transgrede mínimas
veces. Mónica Spear, en un perturbador guiño a su destino, murió en tres
ocasiones en la ficción. La primera vez en una telenovela de RCTV, ese
canal de televisión que también asesinaron. Las reinas tampoco mueren.
Pero de nada sirven las palabras. Miss Venezuela 2004 volvió a su país
para visitar su lado más luminoso. Y la oscuridad del país la exterminó.
La violencia es hoy el sustantivo que nos define. Una palabra que
escupe sangre. Una palabra que nos rompe el ánimo. La violencia es el
verdadero paisaje del país. El fallecido presidente Chávez viajó a la
ONU para descubrir el olor del azufre. Nosotros solo tenemos que bajar
el vidrio de nuestros carros. O accidentarnos en un tramo del camino.
Ese es el asfalto de nuestras autopistas: el infierno.
***
Somos
el país de la desmemoria. Solo reaccionamos ante el titular del día.
Toda noticia es desplazada por otra. Estamos condenados –diría Héctor
Lavoe– a ser un periódico de ayer. Recuerdo el impacto nacional ante el
asesinato de Yanis Chimaras el 24 de abril de 2007, el día que iba a
grabar el último capítulo de Ciudad Bendita. A Pedro Lander
pidiendo un minuto de aplausos en la Asamblea Nacional. Las palabras
dichas. Los golpes de pecho. Recuerdo la conmoción por el secuestro y
asesinato de Libero Laizzo, el manager de la banda musical Caramelos de
Cianuro, en 2012. Los músicos y artistas reunidos en distintas plazas
clamando por el derecho a la vida de los venezolanos. Y cien artículos
más sobre el problema de la inseguridad. Recuerdo, ese mismo año, el
disparo en la cabeza que recibió el cantante Onechot y su milagrosa
supervivencia. Más artículos. Más indignación. Más peticiones de
políticas de seguridad al gobierno nacional. Todo se fue diluyendo con
otras noticias, nuevas elecciones, más escándalos. ¿Quién dice que esta
vez no va a pasar lo mismo?
***
Me
niego a este Alzheimer que nos designa. Pido que el asesinato de Mónica
no se convierta en olvido. Escribo tercamente sobre ella este domingo
porque no quiero que la noticia comience a ser pasado. Que ninguna de
las muertes violentas que ocurren en nuestra tenebrosa cotidianidad sea
olvidada. Ni la del bartender del Auyama Café, Luis Ánderson Jaimes,
asesinado por tres policías molestos por una cuenta excesiva; ni la de
Daniela Sierralta, de 24 años, asesinada y quemada en un tiroteo entre
dos bandas delictivas; ni la de Yris Margarita, asesinada en una
camioneta de pasajeros en la avenida San Martín; ni la de Orlando José
Páez, mecánico asesinado con cinco balas en la avenida Sucre; ni la del
escolta de la Vicepresidencia, ni la del funcionario de Polisucre, ni
una inacabable, vergonzosa, lista de venezolanos caídos bajo el mordisco
letal de la violencia.
***
El hilo de sangre de Mónica Spear recorrió el mundo. El lunes 13 de enero, en El Nuevo País,
la periodista Jurate Rosales hizo un recuento minucioso de la onda
expansiva: “Lo mundial de la noticia llena siete páginas de nombres de
medios que la publicaron. Llama la atención que países muy lejanos le
dieron espacio: Kuwait Timesen Kuwait: The Press en Nueva Zelanda; el Daily News en Filipinas;The Herald en Suráfrica; el Vietnam News; Gulf News en los Emiratos Árabes Unidos; The Post en Zambia; The China Post en Taiwán; The Daily Telegraph (Sydney) en Australia; The Borneo Posten Malasia y los únicos medios donde no encontré la noticia fueron los dos principales periódicos rusos: Izvestia y Pravda”.
Tamaña
consecuencia pulverizó en segundos el fatuo intento del ministro de
cinismo, perdón, de turismo, en posicionar a Venezuela como un país
“chévere” ante el planeta. El impacto mundial le debe haber quitado el
sueño a Nicolás Maduro. Porque eso es lo que les importa: su incierta
reputación. Solo así se entiende que tantas declaraciones de voceros
oficialistas pidan que no se politicen las muertes de Mónica Spear y su
esposo. Esta revolución ignora la incompetencia de sus políticas, el
fracaso de sus planes de seguridad, la corrupción de sus policías. Solo
habla de responsabilidades ubicadas en el remoto pasado. Y entonces,
gacetilla aprendida, salen algunos figurantes de reciente data en el
elenco revolucionario a decir que la violencia en el país es culpa de
los gobiernos de la cuarta república. Uno de ellos, actor de
telenovelas, llegó incluso a decir, en un programa de televisión, que el
epicentro de este desastre se llama Rómulo Betancourt. Vaya, vaya. Si
seguimos desenhebrando el hilo llegaremos a Isabel la Católica y el
tozudo genovés que le pidió un dinerito para venir con sus tres barcos
llenos de truhanes a descubrirnos en la pionera de todas las misiones:
la Misión Nuevo Mundo.
***
Mónica Spear fue la protagonista de una novela que escribí llamadaLa Mujer Perfecta.
La historia ironizaba sobre la obsesión de la mujer venezolana por la
búsqueda de la eterna juventud. Decidí, entre varias tramas alegóricas,
depositar la responsabilidad mayor en una protagonista cuyo rasgo
principal era tener síndrome de Asperger. Caracterizar a un personaje
con esa condición implicaba una gran exigencia actoral. Era un personaje
en la cuerda floja. Si no lo hacía bien, la novela naufragaría, sin
duda. Micaela Gómez debía apreciarse “distinta” del resto del elenco y a
la vez generar fuerte empatía con el televidente. Hablarles a los otros
personajes sin verlos a los ojos. Esquivar el tacto del hombre que la
enamoró. Manejar la comedia y el drama desde una levedad perenne.
Descubrir el sentido figurado del idioma. Transmitir fragilidad y
franqueza a manos llenas. Ser Micaela Gómez podía hundirla o terminar de
consagrar su carrera.
Nunca
olvidaré el día en que Mónica Spear y yo nos reunimos a hablar del
personaje. Más allá de su abrumadora belleza y su dulzura sin pausa,
había en ella un nivel de compromiso total. Leyó hasta la última letra
los libros que le sugerí, vio varias veces las películas indicadas y
aceptó con entusiasmo reunirse con la gente de Sovenia (Sociedad
Venezolana para Niños y Adultos Autistas) y compartir largamente con
personas con síndrome de Asperger. Mónica Spear lo hizo todo y más. Lo
que ocurrió en pantalla fue rotundo. Conquistó al público
milimétricamente. Hizo que muchos espectadores descubrieran la condición
de Asperger en ellos, o en sus hijos y parientes. Logró que los
comenzaran a respetar en sus sitios de trabajo o estudio. La sinceridad
sin filtros de Micaela convocó a una legión de admiradores. En las
elecciones parlamentarias de septiembre de 2010 la gente en las redes
sociales pedía a gritos que Tibisay Lucena fuera sustituida por Micaela
en el CNE. Terminó siendo trending topic varias veces. Incluso,
la noche de su primer beso con el protagonista. Lo había logrado.
Durante 120 capítulos dibujó una obra maestra. Mónica Spear se había
convertido en La Mujer Perfecta.
Ahora
es un cadáver. Una muerte absurda. Una estadística subrayada. Una razón
para la indignación definitiva. Una causa para luchar por el derecho a
la vida de los 28 millones de venezolanos que aún se atreven a transitar
por el mapa de sus pesares. Ahora es un dolor. Un dolor que exige un
país distinto. Un país donde quepa la vida. Eso merecemos. En nombre de
todas las Mónicas que matan diariamente en este corral de balas llamado
Venezuela. Es totalmente inaceptable que la verdadera protagonista en
este país sea la muerte.
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