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ELIDES J. ROJAS L. | EL UNIVERSAL
miércoles 4 de febrero de 2015 12:00 AM
No vamos a tratar el tema del monopolio que ha venido construyendo el Gobierno, primero bajo la batuta del fundador del desastre y luego bajo el mandato del heredero. Ese monopolio es obvio y ha sido tratado suficientemente por expertos y analistas del mercado. Es más, es la consecuencia lógica de las mismas políticas comunistas y centralizadoras aplicadas por esta Nueva Trova de la política caribeña y se traduce en cuatro palabras: se apoderaron de todo.
Podemos, invadiendo terrenos de expertos y sin mucha profundidad, delinear hasta dónde llega el imperio oficialista en la economía y en la vida de los venezolanos: controlan el cemento, los dólares, el petróleo, la leche, la carne, los pollos, las cerámicas. El hierro, las cabillas, la gasolina, los aceites para motores, la educación, las importaciones, lo poco que se exporta, la política comunicacional, las cárceles. Deciden quién va preso y quién no. En sus manos está que un estudiante venezolano pueda seguir su carrera en el exterior, pues tienen los dólares para que pueda pagar matrícula, habitación y comida. Deciden quién trabaja y quién no trabaja en la administración pública. El Gobierno decide cuándo deja que un gremio, una Universidad o un sindicato organicen elecciones. Es un monopolio variopinto, absolutista, global. El Gobierno tiene el poder para decidir qué leen los venezolanos o qué ven en televisión o qué escuchan en radio. Pronto decidirá qué circula en las redes sociales. El Gobierno tiene el fusil armado para cerrar una clínica o un colegio sin más recursos que la lloradera estéril o el comentario inútil que se escucha a cada rato "por eso estamos como estamos". Este monopolio, con base comunista, es el cuadro del deterioro general que viven los venezolanos en esta segunda década del nuevo siglo. Y sin chance cercano de que las cosas mejoren, pues la dirección del gobierno bolivariano va por el mismo punto en que la dejó el fallecido comandante. Y sin intenciones de cambiar nada.
Por eso la guerra económica es un cuento chino, una línea de propaganda probablemente nacida en Cuba y repetida hasta la erosión total de las papilas de los voceros oficialistas. Pero, más allá de que la gente se la crea o no, hay una realidad tangible y absolutamente sufrida por todos los venezolanos, salvo algunas figuras cimeras de la vida en socialismo como líderes de la cúpula, allegados en general y militares. Esa es la clase privilegiada. Por eso en cualquier edificio los vecinos probablemente observen quién llega con las cajas de alimentos o montañas de café sin más problemas que cargar los paquetes desde el estacionamiento hasta su apartamento. Y la gente sabe que ese vecino es chavista, director de un ministerio, militar o militante de alguna de esas cosas inventadas por los rojos para enchufar gente. Eso está claro.
Esa también es una de las caras del monopolio oficialista. Pero la otra es la peor, pues es el monopolio de la gente común y corriente, esa que llaman ahora gente de a pie: las colas para alimentarse. Un monopolio realmente indignante tapado a duras penas con el cuento de la guerra económica.
Pero el problema de fondo es que no hay futuro ni habrá. Con cuento o sin cuento. Con guerra económica o sin ella. Por esta vía no hay más que lo que ya se está viviendo y hasta peor: mala vida, sencillamente.
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@ejrl
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