Rectificar
es siempre difícil. Admitir que uno alimentó un monstruo creyendo engendrar un
sueño es una tarea dura. Pero ya no va quedando ninguna alternativa, amigo y
compatriota chavista, es tiempo de caminar otros rumbos
Rectificar
es siempre difícil. Admitir que uno alimentó un monstruo creyendo engendrar un
sueño es una tarea dura. Pero ya no va quedando ninguna alternativa, amigo y
compatriota chavista, es tiempo de caminar otros rumbos
Cuenta la tradición urdida alrededor
del Hijo Ilustre de Sabaneta de Barinas que la abuela Rosa Inés preparaba unos
deliciosos dulces llamados arañas. Confieso que a pesar de mi íntima
relación familiar con el llano venezolano, nunca he probado las arañas pero se
de gente que lo ha hecho y parecen ser muy ricas. Las tradiciones
familiares siempre tienen un dejo de cercanía, independientemente de que no
provengan de la nuestra porque nos identificamos con ellas como
realizaciones distintas de los afectos y las necesidades que nos hacen humanos.
Así que me alegra que el Comandante Chávez haya tenido esta experiencia
infantil y que la haya compartido con nosotros. Entiendo también que la
historia de los dulces en forma de artrópodos está también ligado a un
seudónimo, El Arañero, que el propio Chávez, empleaba en sus escritos.
Todas estas cándidas referencias
a un episodio de la niñez de Hugo Chávez, tienen que ver con mis intentos por
persuadir a algunos de mis amigos chavistas de que es tiempo de
abandonar el barco de una revolución que está arrasando con el país de
todos, el de ellos y el de nosotros. Mi argumento se centra en que
fuese lo que fuera lo que en algún momento atrajo su corazón y su mente a la
causa del chavismo, es momento de reflexionar y preguntarse si todavía queda
algo del sueño original. Quizás debo aclarar que solamente me estoy refiriendo
a los chavistas que no se han enriquecido ni envilecido, que no han sucumbido a
la tentación de la corrupción y que siguen soñando con una Venezuela sin
pobreza, atraso ni miseria. Los hay, existen, a pesar de que la dinámica
perversa de la polarización a veces nos impida verlos.
El caso es que con una frecuencia
enervante me encuentro con gente que apoyó a Chávez en sus inicios y que
todavía tiene palabras cálidas para la revolución. La línea argumental es
casi siempre la misma: "estábamos muy mal en la Venezuela de AD y COPEI,
hartos de la corrupción, y el Comandante representaba una esperanza en la que
creímos. Como no se podía estar peor había que darle una oportunidad a Chávez, un
hombre carismático que prometía acabar con la corrupción y actuar contra los
partidos políticos". Increpados sobre los resultados de los 15 años de la
epopeya chavista expresan: "se han cometido muchos errores, pero la
intención sigue siendo positiva y en algún momento se empezará a avizorar
el futuro luminoso en el que creímos". Unos pocos, comienzan
lentamente a admitir que quizás se equivocaron e incipientemente se asoman a la
noción de que con su decisión de hace más de tres lustros contribuyeron a generar
todo este desastre monumental que ha devastado al país y que quizás
sea la causa por la cual ellos mismos, o peor aún, sus hijos, no se sientan
seguros ni en su casa y estén pensando, o ya lo hicieron, en emigrar, en salir
corriendo de las suaves tierras venezolanas en busca de una nueva oportunidad
de rehacer sus vidas en cualquier otro rincón del mundo.
"No nos dimos cuenta de lo
que estaba pasando", añaden. Yo intento creerles y he
aquí que para confrontar la afirmación de que no se percataban del rumbo
que las cosas estaban tomando, a pesar de que han tenido más de 15 años para
hacerlo, he creado el cuento de las arañitas. Imagine pues que un amigo querido
le regala una arañita de la buena suerte, tejedora y afable para que la tenga
en su casa. Usted observa desde el comienzo que el pequeño artrópodo despliega
una incesante actividad, que come todo lo que se le atraviesa y que al cabo de
un tiempo ha aumentado de tamaño hasta alcanzar las dimensiones de una
mariposa. Cómo crece la hecho de que quizás
el regalo del amigo no sea tan inocente se presenta cuando descubre que la
arañita creció hasta parecer un ratón; luego una rata; un gato; un perro;
un enorme cochino, y finalmente, un feroz lobo que amenaza la existencia de
todos. Y la pregunta surge tersa: ¿En qué momento era suficiente la
evidencia de que, quizás sin saberlo, el amigo le había regalado una araña
mutante?
De vuelta a la realidad. ¿Cuándo era pertinente asumir la
responsabilidad del error mi querido amigo y compatriota chavista? Oportunidades
y evidencias hubo de sobra: el lenguaje violento; el asalto a las
instituciones; la corrupción creciente; las alianzas internacionales
inconfesables; el imperialismo petrolero; la agresión contra el adversario; el
atropello contra la iglesia, las universidades y los medios de comunicación; el
uso de grupos violentos; el atentado contra la educación libre; la destrucción
del aparato productivo; el empobrecimiento físico y espiritual de nuestra
gente.
Quizás a estas alturas ya no
baste simplemente con estar arrepentido. Quizás la única
posición ética y moral aceptable sea contribuir a que el país se recupere
y salgamos de esta pesadilla que ha encontrado su última expresión en un
gobierno que miente con descaro y cinismo sobre las razones del desabastecimiento,
las colas y la muerte que persiguen por doquier a los
venezolanos.¿Cuántas protestas de niños enfermos de cáncer por ausencia de
cuidados, de enfermos que fallecen por enfermedades perfectamente controlables,
de asesinados en sus propios hogares son necesarias para que Usted entienda la
naturaleza letal y mutante de la criatura política que su propia inconsciencia
ciudadana alimentó 15 años atrás?
Rectificar es siempre difícil.
Admitir que uno alimentó un monstruo creyendo engendrar un sueño es una
tarea dura. Pero ya no va quedando ninguna alternativa, amigo y compatriota
chavista, es tiempo de caminar otros rumbos.
Vía Tal Cual
Que pasa Margarita
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