Cualquiera puede jalar. No importa la profesión: un constitucionalista, algún magistrado, funcionarios de alta y baja jerarquía, un politiquito emergente y, peor aún, un periodista.
El jalabola no puede esconderse. Se nota su actitud servil. Todos lo comentan, algunos con lástima y otros con rabia e indignación.
El jalabola es consciente de su ruin condición y, en el fondo, siente desprecio por su alma inútilmente vendida al poder.
El jalabola es un cobardón hipócrita que, por quedar bien con el poder al que le jala, es capaz de mentir inescrupulosa y descaradamente, para desprestigiar y amedrentar a quienes, a punta de talento, disfrutan del éxito.
El jalabola no puede comprender que a alguien le vaya bien en la vida sin necesidad de arrastrarse.
El jalabola es, generalmente, un traidor. Es su condición.
Cuando el jalado pierde su poder, el jalador habla mal de él e intenta destruirlo porque ya no le es útil.
El jalabola no tiene definido un perfil ideológico ni político que guíe su destino. Nunca se compromete con nada. Estará siempre al asecho de quien detenta el poder, para ejercer su función de jalabola infeliz.
El jalabola es un ser frustrado y acomplejado. Jamás tendrá brillo propio. Prefiere vivir en la sombra. Se ampara en la fuerza falsa que proporciona el poder efímero y circunstancial.
El peor castigo que sufren estos seres es el desprecio brutal con el que son tratados por aquellas personas a las cuales les jalan.
En el gremio al que tengo la fortuna de pertenecer no existe cabida para ningún jalabola. Sería incongruente ver a un cómico o a un humorista jalando bola, porque lo que hacemos es echarle muchas bolas para desenmascarar al poder que genera la jaladera.
Hay un sitio donde la jaladera de bola no existe: en el escenario. Sobre las tablas, un comediante o tiene talento haciendo reír al público que pagó por verlo, o fracasa rotundamente.
El jalabola dice ser independiente y apolítico, pero cuando toma posiciones lo hace para atacar a quienes no pueden hacerle daño. Son unos cobardes.
¿Los jalabolas de hoy en Venezuela sabrán que el mundo se les puso chiquitico, chiquitico, chiquitico? Ellos no tendrán tiempo ni espacio para esconderse de su ignominia.
¿Cuántos sinvergüenzas jalabolas ve usted todos los días en el agonizante poder que nos desgobierna? ¿Tiene usted su lista? Yo, sí. Seguro que es la misma.
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