Friday, February 3, 2017

Aquí no se habla mal de Venezuela

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Carlos E. Weil Di Miele

Hace poco más de una semana, Diosdado Cabello, el diputado, presentador de televisión y oveja negra del chavismo, pidió en su programa que en las principales oficinas del gobierno y de la administración pública se prohibiera hablar mal de Chávez.
La medida es como todas las medidas y propuestas de este gobierno, arbitraria y cursi. Pero el problema viene cuando se abre el foco y se ve a todo el país y te das cuenta de que eso de no hablar mal no es original de Diosdado.
Hace un año un grupo de venezolanos de oposición, y de esos que todavía creen que por las montañas, las playas y el Ávila viven en el mejor país del mundo, sacaron una campaña para que no se hablara mal de Venezuela. En su ideal absurdo y de soñadores trasnochados, planteaban que si se dejaba de lado lo negativo habría más espacios para que pasara lo positivo.
Pero precisamente ellos son lo negativo. Esa costumbre soberbia que tenemos de mirar por encima del hombro la crítica. De entenderla como ataque y no como inicio de la solución. Hablar mal no es negar lo positivo, hablar mal es entender que las cosas pueden estar mejor.
De esto nos falta mucho. Están los que no permiten críticas a lo que sea venezolano, simplemente porque es venezolano. Los que no quieren escuchar que la oposición lo hace mal, simplemente porque el chavismo es peor. Y en ese cerrar de ojos y orejas, en esa negación de lo que no piensa como nosotros, nos hemos terminado comiendo 17 años de dictadura, de decadencia social y de destrucción sostenida.
Somos una sociedad tan soberbia que no permitimos que nos cuestionen, ni cuestionarnos. Un pueblo enemigo de sí mismo que no busca soluciones porque siempre piensa que lo está haciendo bien, siempre mejor que el de al lado. Una sociedad que no termina de tocar fondo, porque prefiere ahogarse antes que reconocer que se ha equivocado.
Aquí hay que hablar mal. Mal de Chávez, de Venezuela, del Ávila, de la MUD, de Los Roques, de las misses, del TSJ y del Salto Ángel. Hay que hablar mal de verdad, sin medias tintas ni patrioterismos chimbos. Hay que entender que no somos mejor que nadie, y que la única manera de serlo es entendiendo lo malo que somos.

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