Antonio de la Cruz
Nicolás Maduro ha logrado permanecer en la presidencia de Venezuela desde 2013, cuando falleció el presidente Hugo Chávez, por varios artificios.
La primera artimaña fue empleada por el Tribunal Supremo de Justica (TSJ) cuando estableció que tras la muerte de Chávez, presidente en funciones, el vicepresidente ejecutivo (Maduro) “deviene presidente encargado y cesa en el ejercicio de su cargo anterior”. Además, dictó que Maduro no estaba obligado a separarse del cargo para la elección presidencial. En ese momento, el TSJ le despejó el camino ante la posibilidad de que el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, asumiera el cargo de presidente encargado.
La segunda treta ocurrió en las elecciones municipales de 2013 que para ganarlas Maduro utilizó el “Dakazo”, saqueando los estantes de las tiendas. Una operación que le permitió certificar los resultados cuestionados de la elección presidencial en abril de ese mismo año. Porque Henrique Capriles, quién supuestamente las había ganado, planteó la elección municipal como el mecanismo para validar los resultados de la elección presidencial. Por lo tanto, Maduro disiparía con el “Dakazo” la legitimidad de origen de su gobierno, al obtener la mayoría de las alcaldías.
El tercer ardid sucedió cuando los estudiantes y Leopoldo López movilizaron la sociedad para pedir “la salida” de Maduro a principios de 2014. Maduro empleó el aparato represivo, tanto paramilitar como las fuerzas públicas, para liquidar las protestas callejeras y, además, arrestó a Leopoldo López. Sus acciones dejaron 42 muertos, 835 heridos y cerca de 2.500 detenidos. Mostró su rostro de “gorila”. Para “lavarse la cara”, recurrió al diálogo como el mecanismo para la resolución del conflicto. Y como “terceros de buena fe” estuvieron: el nuncio apostólico en Venezuela, los cancilleres de los gobiernos de Brasil (Dilma Rousseff), Colombia (Juan Manuel Santos), y Ecuador (Rafael Correa) -gobiernos amigos del proyecto bolivariano. Por lo tanto, la intervención internacional le facilitó otro año más de gobierno a Maduro. Porque desactivó la protesta pública y dejó tras las rejas a uno de los líderes fundamentales de la oposición, Leopoldo López, y a varios líderes estudiantiles y sociales.
El cuarto artificio surgió luego de la gran derrota en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015. Ante la posibilidad de suceder un referéndum revocatorio en 2016, al cumplir la mitad del período presidencial, Maduro volvió a utilizar el diálogo cómo el mecanismo para sostenerse en la presidencia. En esta oportunidad, una parte importante de la comunidad internacional lo calificaba de no ser un demócrata. El secretario general de la OEA, Luis Almagro, solicitó la aplicación de la Carta Interamericana y los nuevos gobiernos en Argentina y Brasil no dejarían de pasar por alto la crisis política en Venezuela. Para evitar el referéndum y la aplicación de la Carta Interamericana, Maduro recurre al Papa, los expresidentes de España, República Dominicana y Panamá, y en la sombra al Subsecretario de Estado para Asuntos Políticos de Estados Unidos de la Administración de Obama. Su permanencia en la presidencia durante el 2016 era directamente proporcional a la ejecución de los eventos electorales (referéndum y gobernadores). Por lo que los evitó a toda costa, a pesar de violar la Constitución.
El quinto y el nuevo ardid de Maduro es la renovación de los partidos políticos.
La presión del Secretario General de la OEA y del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, para aplicar la Carta Democrática, liberar los presos políticos y restituir el orden constitucional y democrático, coloca a Maduro otra vez en situación de salida de la presidencia en 2017. Por lo que Maduro necesita legitimar su mandato democráticamente. Y no hay nada más seguro que a través de unas elecciones. Todavía no están dadas las condiciones sociales para ganar un evento electoral. Necesita tiempo para construir una mayoría. La estrategia para lograrlo es a través del control social y el TSJ, quien ordenó la renovación de los partidos para crear discordia en la Oposición.
En cuanto al control social, ya hizo el censo de la militancia con el carnet de la patria. Además, viene utilizando el hambre como el mecanismo del miedo entre la población. Necesita tiempo para consolidar los canales de distribución de las bolsas y cajas de comida CLAP. Lo obtiene con la renovación de los partidos políticos. Porque tendrá hasta julio para asegurar los 6 millones de familias con acceso a la comida CLAP, antes de convocar las elecciones regionales.
Además, eliminará el partido político que no alcance las firmas, lo que creará diferencia entre la Oposición. Sin embargo, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), no irán al proceso de renovación de militancia de partidos.
Si la presión internacional sobre Maduro está logrando los consensos necesarios para obligar a Maduro a contarse, y la MUD no necesita la renovación; los partidos políticos que integran la MUD deberían tomar la decisión de NO ir a la renovación en una acción coordinada con los partidos políticos que integran el Gran Polo Patriótico. A ver si Maduro, con una estrategia excluyente, logra construir la mayoría social que requiere.
En cambio, si los partidos de la MUD se renuevan, entrando en el juego excluyente, permitirán otra vez que Maduro mantenga la presidencia durante 2017, utilizando su nueva artimaña.
Antonio de la Cruz
Director Ejecutivo de Inter-American Trends @iatrends
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