MARCOS R. CARRILLO P. | EL UNIVERSAL
viernes 22 de julio de 2011 12:56 PM
Esta semana Venezuela presenció dos hechos cuyo dramatismo y trascendencia superan las dantescas escenas que se vivieron durante las batallas libradas en la cárcel de El Rodeo. Dos decisiones que sin decoro alguno demuestran la inaceptable y decadente sumisión de los poderes públicos a los caprichos de una persona.
El primero de ellos es la ya tristemente célebre decisión de enjuiciar a Henrique Capriles Radonski, para luego ser anulada por el propio TSJ que la había ordenado. Todo dentro de la más vil subordinación del máximo tribunal de la república a disposiciones y conveniencias de un partido político.
El segundo caso es peor aún: el "exhorto" hecho por el Presidente para que se liberaran los presos políticos que tengan alguna enfermedad grave. Esta es, tal vez, la más grande de las humillaciones a las que se ha sometido a los presos políticos y a sus gallardos familiares. El impresionable primer mandatario, ante el miedo que le ha producido su coqueteo con la muerte, decide, como última de sus crueldades, no disimular más y ordenar que aquellos que estén en circunstancias similares a las de él sean liberados. Como si eso fuese una potestad de sus antojos.
Los presos políticos jamás debieron estar presos, y punto. El Poder Judicial nunca debió permitir semejante atrocidad. La libertad de quien no debe estar preso no es una gracia, es un derecho de quien no ha cometido delito y está preso por el perverso afán de revancha que siempre ha guiado a Chávez.
La falta de honor y dignidad del Poder Judicial, encabezado por los magistrados del TSJ, es simplemente pornográfica: no hay el más mínimo pudor. Uno de los poderes públicos -quizás el más importante de ellos- se ha convertido en un puñado de cobardes, signados por la ignorancia, que sólo responden a órdenes de alguien a quien por mandato constitucional no están subordinados.
Estos hechos, lejos de la magnanimidad que aparentan, son la última estocada de humillación al inocente y a la democracia. Son el mensaje claro a la sociedad de que estamos sometidos a un estado de arbitrariedad prehistórico e inaceptable. Son una advertencia a todos los ciudadanos para que sepamos que en cualquier momento nos tocará a alguno de nosotros, si seguimos permitiendo el avance del totalitarismo en el país.
El primero de ellos es la ya tristemente célebre decisión de enjuiciar a Henrique Capriles Radonski, para luego ser anulada por el propio TSJ que la había ordenado. Todo dentro de la más vil subordinación del máximo tribunal de la república a disposiciones y conveniencias de un partido político.
El segundo caso es peor aún: el "exhorto" hecho por el Presidente para que se liberaran los presos políticos que tengan alguna enfermedad grave. Esta es, tal vez, la más grande de las humillaciones a las que se ha sometido a los presos políticos y a sus gallardos familiares. El impresionable primer mandatario, ante el miedo que le ha producido su coqueteo con la muerte, decide, como última de sus crueldades, no disimular más y ordenar que aquellos que estén en circunstancias similares a las de él sean liberados. Como si eso fuese una potestad de sus antojos.
Los presos políticos jamás debieron estar presos, y punto. El Poder Judicial nunca debió permitir semejante atrocidad. La libertad de quien no debe estar preso no es una gracia, es un derecho de quien no ha cometido delito y está preso por el perverso afán de revancha que siempre ha guiado a Chávez.
La falta de honor y dignidad del Poder Judicial, encabezado por los magistrados del TSJ, es simplemente pornográfica: no hay el más mínimo pudor. Uno de los poderes públicos -quizás el más importante de ellos- se ha convertido en un puñado de cobardes, signados por la ignorancia, que sólo responden a órdenes de alguien a quien por mandato constitucional no están subordinados.
Estos hechos, lejos de la magnanimidad que aparentan, son la última estocada de humillación al inocente y a la democracia. Son el mensaje claro a la sociedad de que estamos sometidos a un estado de arbitrariedad prehistórico e inaceptable. Son una advertencia a todos los ciudadanos para que sepamos que en cualquier momento nos tocará a alguno de nosotros, si seguimos permitiendo el avance del totalitarismo en el país.
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