Laureano Márquez/Tal Cual
Como está la cosa en Venezuela, más que contar a los que aquí vivimos, se impone averiguar por qué, por primera vez en la historia, tantos compatriotas abandonan un país que, según la Encuestadora Gallup (y ratificado por el gobierno nacional), es el quinto más feliz del planeta. Este descenso poblacional es el que realmente hay que medir para determinar por qué los profesionales más formados y mejor preparados, la gente joven, quiere abandonar este clima templado de eterna primavera para vivir a 40º bajo cero, estas playas tan espectaculares de aguas calientes, esta tierra del Sol amada, estos llanos de ensueño donde los amaneceres regocijan el alma, estas montañas andinas de gente buena y amable, este oriente, esta Margarita de ensueño, esta Guayana de ríos caudalosos e infinitos con saltos y selvas inmensas y grandes sabanas, y pare usted de contar.
Creo que indagar sobre eso ayudaría mucho más a establecer políticas públicas y quizá hasta salga más barato, porque puede hacerse en los consulados nuestros en los diferentes países a los que nos estamos yendo.
En la ciudad que Canadá construyó como homenaje a la Savoy venezolana (Toronto), hay dos areperas ya. El incremento de areperas fuera del país, por ejemplo, es un buen índice que este descenso podría medir. Lo otro es preguntarle a los que se fueron por qué lo hicieron, qué razón motivó una decisión tan definitiva de separarse de padres y hermanos, de vender casa y carro, de considerar que no hay futuro en su tierra. Esto es lo que yo mediría para diseñar políticas, porque de aquí nadie se había ido nunca de esa forma, porque irse y estar lejos es muy duro y costoso para un venezolano, porque hay algo que se pierde en esa ida. Una vez, en Garachico, en Tenerife, vi una estatua dedicada al emigrante. Recuerdo que era un hombre con una maleta pesadísima que le ataba al suelo del que partía y en el lugar del corazón, un hueco, simplemente un vacío.
Eso es emigrar y quien lo probó lo sabe.
Si quieren medir algo, midan eso. No crean tanto en los fríos números como en esa desazón imprecisa que mueve a un alma a separarse de lo que le es más caro y valioso, porque dentro de poco, si la cosa sigue así, vamos a tener poco que medir y casi nada que contar en el reino del Sadim Yer, amén de que la credibilidad de las respuestas al censo, seguramente, será directamente proporcional a la confianza que la gente tiene en quien lo promueve.
Así que, más que censo, necesitamos consenso, para parar este incesante descenso.
PS: Ojalá no me censuren. //SVR
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