MIGUEL BAHACHILLE M. | EL UNIVERSAL
lunes 22 de agosto de 2011 11:27 PM
No es infrecuente oír en conversaciones familiares, sobre todo entre jóvenes, la expresión -"nada que hacer, hay que irse del país"- como recurso inmediato para procurar un futuro tranquilo. De allí que en el 2010 hayan emigrado más de 500.000 venezolanos. Si los europeos se hubiesen refugiado en esa evasiva durante y después de la II Guerra Mundial, Europa estaría hoy alineada con los países del tercer mundo. Ciertamente el venezolano se desenvuelve en grupos heterogéneos encarnando funciones disímiles pero en el fondo se guía por expectativas palpables; no por promesas de un mundo feliz marxista al estilo cubano. A partir de 1958 el pueblo aprendió a vivir en consonancia con los factores democráticos. No podemos permitir que esa inclinación sea revertida por los anhelos de un autócrata jactancioso que se cree dueño del país.
Ello se hace ostensible cuando el guía institucional, aún estando convaleciente, arremete, ahora desde Cuba, con amenazas o con promesas obsequiosas para que cambiemos de opinión como quien se cambia un atuendo. Todos conocemos la comedia del padre que intenta demostrar ante sus amigos que él es dueño y señor del hogar. Al efecto, con extrañeza de la esposa, representa a la perfección el papel de tirano de la familia. Retirados los amigos vuelve a ser el de siempre: un hombre reducido a sus atribuciones fantaseadas de monarca constitucional. A los patriotas que agachan la cabeza les resulta más productivo ser dúctiles que racionales.
El resultado no puede ser otro. Bajo esa disposición autoritaria e ineficiente perdemos toda autonomía personal mientras se engrosa el grotesco decorado institucional ideado por el Presidente. En buena parte busca que nos adiestremos para pensar que no es libre aquel que por cualquier causa vulnere el prototipo despótico delineado por el régimen. De allí el ensañamiento de la caterva oficialista contra Álvarez Paz, los comisarios Vivas, Forero y Simonovis, Rafael Poleo y su hija, Manuel Rosales, Peña Esclusa, etcétera.
El fenómeno de docilidad colectiva extrema está magistralmente ilustrado por David Riesman (1909-2002), notable filósofo y abogado norteamericano, secretario de CSJ norteamericana en 1935, en su libro "La Muchedumbre Solitaria". Riesman desarrolla una interesante concepción según la cual muchas personas buscan la salvación mediante la adaptación inconsciente sin considerar si es defectuosa o no. Para él no es libre ni goza de autonomía aquel que se siente parcial o totalmente adaptado. Y los que se rinden plenamente a la coacción de grupos, como lo pretende el chavismo, corren peor riesgo: la sobreadaptación defectuosa. Pero va más allá: "persistir en una exagerada conformidad social puede equipararse con una conducta deficiente".
El Gobierno se debate por difundir que los actos de violencia y criminalidad brutal que a diario ocurren son secuelas de un letargo arrastrado "de la cuarta", en consecuencia poco puede hacerse al respecto. En otras palabras debemos acostumbrarnos a convivir con delincuentes a riesgo de nuestras vidas.
También debemos aceptar que los hospitales integrales forman parte de una exquisitez derrochadora del capitalismo; que lo pertinente es que nuestro pueblo sea atendido en los módulos de Barrio Adentro regentados por prácticos cubanos. Los casos de cirugía mayor y tratamientos complejos bien pueden esperar.
La ruina de la infraestructura vial y estructural solo afecta a los privilegiados que tienen autos. En consecuencia no incumbe a los más pobres que "jamás tendrán la posibilidad de adquirir uno" puesto que ese es un instrumento mercantilista propio del imperio explotador. Un vistazo a las calles de La Habana da una fiel idea de qué se trata: carrachos ensamblados con retazos.
¿También debemos educarnos para una República sin instituciones mientras el jefe se arroga todas las funciones del Estado a su buen entender? ¿Pueden los jóvenes pensar en un futuro que garantice el ascenso social? La esperanza está cifrada para diciembre de 2012; gran ocasión para salir de este régimen desfasado de la realidad mundial. ¡Si cedemos, estaremos perdidos!
Ello se hace ostensible cuando el guía institucional, aún estando convaleciente, arremete, ahora desde Cuba, con amenazas o con promesas obsequiosas para que cambiemos de opinión como quien se cambia un atuendo. Todos conocemos la comedia del padre que intenta demostrar ante sus amigos que él es dueño y señor del hogar. Al efecto, con extrañeza de la esposa, representa a la perfección el papel de tirano de la familia. Retirados los amigos vuelve a ser el de siempre: un hombre reducido a sus atribuciones fantaseadas de monarca constitucional. A los patriotas que agachan la cabeza les resulta más productivo ser dúctiles que racionales.
El resultado no puede ser otro. Bajo esa disposición autoritaria e ineficiente perdemos toda autonomía personal mientras se engrosa el grotesco decorado institucional ideado por el Presidente. En buena parte busca que nos adiestremos para pensar que no es libre aquel que por cualquier causa vulnere el prototipo despótico delineado por el régimen. De allí el ensañamiento de la caterva oficialista contra Álvarez Paz, los comisarios Vivas, Forero y Simonovis, Rafael Poleo y su hija, Manuel Rosales, Peña Esclusa, etcétera.
El fenómeno de docilidad colectiva extrema está magistralmente ilustrado por David Riesman (1909-2002), notable filósofo y abogado norteamericano, secretario de CSJ norteamericana en 1935, en su libro "La Muchedumbre Solitaria". Riesman desarrolla una interesante concepción según la cual muchas personas buscan la salvación mediante la adaptación inconsciente sin considerar si es defectuosa o no. Para él no es libre ni goza de autonomía aquel que se siente parcial o totalmente adaptado. Y los que se rinden plenamente a la coacción de grupos, como lo pretende el chavismo, corren peor riesgo: la sobreadaptación defectuosa. Pero va más allá: "persistir en una exagerada conformidad social puede equipararse con una conducta deficiente".
El Gobierno se debate por difundir que los actos de violencia y criminalidad brutal que a diario ocurren son secuelas de un letargo arrastrado "de la cuarta", en consecuencia poco puede hacerse al respecto. En otras palabras debemos acostumbrarnos a convivir con delincuentes a riesgo de nuestras vidas.
También debemos aceptar que los hospitales integrales forman parte de una exquisitez derrochadora del capitalismo; que lo pertinente es que nuestro pueblo sea atendido en los módulos de Barrio Adentro regentados por prácticos cubanos. Los casos de cirugía mayor y tratamientos complejos bien pueden esperar.
La ruina de la infraestructura vial y estructural solo afecta a los privilegiados que tienen autos. En consecuencia no incumbe a los más pobres que "jamás tendrán la posibilidad de adquirir uno" puesto que ese es un instrumento mercantilista propio del imperio explotador. Un vistazo a las calles de La Habana da una fiel idea de qué se trata: carrachos ensamblados con retazos.
¿También debemos educarnos para una República sin instituciones mientras el jefe se arroga todas las funciones del Estado a su buen entender? ¿Pueden los jóvenes pensar en un futuro que garantice el ascenso social? La esperanza está cifrada para diciembre de 2012; gran ocasión para salir de este régimen desfasado de la realidad mundial. ¡Si cedemos, estaremos perdidos!
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