Fausto Masó
5 Mayo, 2012
¿La decencia, la honestidad, son valores burgueses? Nada que ver.Fuimos vecinos en Sebucán un tiempo de Luis Herrera Campins, sin ser su amigo. En los últimos años de vida reivindicó con su sencillez la llamada República civil. Todo esto lo recuerda un libro ejemplar de Ramón Guillermo Aveledo, El llanero solidario .El ex presidente es un ejemplo para un país que le dio la espalda. No se quejaba de sus estrecheces económicas ni que lo tuvieran en el olvido, probablemente en sus últimos años lo invadió la tristeza frente al destino del partido que había fundado y del rumbo que tomaba Venezuela.
Como buen venezolano LHC pecó por ser demasiado amigo de sus amigos, tampoco comprendió la crisis económica, como le ocurrió a la inmensa mayoría de nuestros políticos, incluido Carlos Andrés Pérez que creyó que bastaba con un tratamiento de shock para recuperar la economía.
LHC atisbó la necesidad de cambios; tomar medidas de liberación en el segundo año de gobierno le costó su popularidad. Nuestros presidentes fueron víctimas de las limitaciones que les imponían su formación y la época, pero cada uno de ellos representó algo demasiado valioso para la Venezuela de hoy, fueron fundamentalmente demócratas y tolerantes.
Argentina hoy admira a un Arturo Illia cuyo derrocamiento inició un ciclo de violencias y corrupción que todavía no concluye. Un médico que se preocupaba por los pobres, un presidente que también cometió errores pero cuya estatura se agiganta al compararlo con los dictadores militares, los políticos corruptos como Carlos Menem, la demagogia de los Kirchner.
Uno de los secretos del poder de Chávez ha sido imponernos una visión simplista de la historia, que desgraciadamente imperaba ya en muchos libros de historia y en las academias militares, una visión marcial de nuestro pasado que se une a la crítica despiadada de la cuarta república, mejor llamada la República civil.
El libro de Ramón Guillermo Aveledo establece el contraste entre los caudillos mesiánicos y los presidentes democráticos. A los primeros se les sigue con los ojos cerrados, imponen una versión fantasiosa de la historia y obligan a sus seguidores a obedecerlos en la larga marcha hacia el desastre, les impiden reflexionar sobre el futuro, aceptar que una enfermedad del caudillo los obligue a buscar alternativas, y sostienen que el caudillo será candidato llueve, truene o relampaguee. Pero las cosas no son así, y esa fe de carbonero sólo augura que más allá de su desaparición física seguirá pesando en la política venezolana, como ocurrió con Juan Domingo Perón. Paradójicamente, quizá ese Consejo de Estado represente algo de sensatez en un panorama enloquecedor, donde las lágrimas sólo sirven para animar una peligrosa telenovela política.
LHC aplicó una exitosa política internacional, respaldó a Argentina en la guerra de las Malvinas, desarrolló la democracia en Centroamérica, construyó el complejo del Teresa Carreño, etc., etc.
Escribirá el final de esta historia, ¿la viveza de un caudillo? ¿O el legado admirable de nuestros presidentes civiles?
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