ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
martes 2 de octubre de 2012 12:00 AM
Hay momentos de las campañas electorales en los que aparece una sensación indefinible, un cierto aire flotando en el ambiente que, resumiendo groseramente en libre parafraseo de un viejo comercial de detergente, podríamos identificar como "el aroma del éxito". Se trata de algo en principio incuantificable, totalmente subjetivo y, yo diría, que imposible de crear artificialmente.
Sin embargo, a pesar de esas características volátiles e imprecisas, que dimanan espontáneamente y al margen de los fabricantes de imágenes, el influjo de su poder es irresistible y se manifiesta de manera concreta y visible en un estado de ánimo y de entusiasmo colectivo que arropa por completo el desarrollo de la campaña.
Tal fenómeno no se produce siempre, porque una de las características que los distingue es su naturaleza imprevisible. Pero, en algunos casos, aparece de repente, en el momento menos previsto y entonces se desarrolla una dinámica imparable que ningún recurso político o de marketing electoral puede conjurar.
Ocurrió así al presentarse la primera candidatura de Carlos Andrés Pérez (1973) y también la primera de Hugo Chávez (1998) en Venezuela, pero en Estados Unidos podemos citar dos casos memorables: John Fitzgerald Kennedy (1960) y más recientemente, y en menor proporción, Barack Obama (2008), ambos candidatos improbables por pertenecer a una minoría (Kennedy, católico; Obama, negro).
Pues bien, el fenómeno en cuestión ha aparecido en Venezuela con la candidatura de Henrique Capriles y su manifestación palpable ha sido el calibre estremecedor de concurrencias sin precedentes en los actos de cierre de campaña, en los dos últimos, San Cristóbal y Caracas, exhibiendo, además, una sintonía total del candidato con sus seguidores.
Resulta obvio cómo ese click, que opera individualmente, se transforma, al mismo tiempo, en una conexión colectiva que se contagia como los virus y comienza a remover, a gran escala, el endurecido corazón de los más recalcitrantes adversarios. Por eso, ahora, el contagio se extiende como una mancha de tinta por todo el país y ya se siente el ruido, sordo al principio pero rugiente al final, de un efecto avalancha.
Lo curioso, en el caso de Capriles, es que al principio de la campaña el fenómeno era subterráneo, por lo tanto no permeaba a la superficie y era muy difícil detectarlo. También lo es que se fue manifestando muy lentamente y sólo ha sido al final de la campaña cuando está haciendo eclosión, de manera que las últimas encuestas, de hace apenas una semana, ya parecen desfasadas. La pregunta es: ¿Le alcanzará a Capriles para ganar? Creo que sí. Pero, ¿le alcanzará para ganar con holgura? Espero que sí.
Sin embargo, a pesar de esas características volátiles e imprecisas, que dimanan espontáneamente y al margen de los fabricantes de imágenes, el influjo de su poder es irresistible y se manifiesta de manera concreta y visible en un estado de ánimo y de entusiasmo colectivo que arropa por completo el desarrollo de la campaña.
Tal fenómeno no se produce siempre, porque una de las características que los distingue es su naturaleza imprevisible. Pero, en algunos casos, aparece de repente, en el momento menos previsto y entonces se desarrolla una dinámica imparable que ningún recurso político o de marketing electoral puede conjurar.
Ocurrió así al presentarse la primera candidatura de Carlos Andrés Pérez (1973) y también la primera de Hugo Chávez (1998) en Venezuela, pero en Estados Unidos podemos citar dos casos memorables: John Fitzgerald Kennedy (1960) y más recientemente, y en menor proporción, Barack Obama (2008), ambos candidatos improbables por pertenecer a una minoría (Kennedy, católico; Obama, negro).
Pues bien, el fenómeno en cuestión ha aparecido en Venezuela con la candidatura de Henrique Capriles y su manifestación palpable ha sido el calibre estremecedor de concurrencias sin precedentes en los actos de cierre de campaña, en los dos últimos, San Cristóbal y Caracas, exhibiendo, además, una sintonía total del candidato con sus seguidores.
Resulta obvio cómo ese click, que opera individualmente, se transforma, al mismo tiempo, en una conexión colectiva que se contagia como los virus y comienza a remover, a gran escala, el endurecido corazón de los más recalcitrantes adversarios. Por eso, ahora, el contagio se extiende como una mancha de tinta por todo el país y ya se siente el ruido, sordo al principio pero rugiente al final, de un efecto avalancha.
Lo curioso, en el caso de Capriles, es que al principio de la campaña el fenómeno era subterráneo, por lo tanto no permeaba a la superficie y era muy difícil detectarlo. También lo es que se fue manifestando muy lentamente y sólo ha sido al final de la campaña cuando está haciendo eclosión, de manera que las últimas encuestas, de hace apenas una semana, ya parecen desfasadas. La pregunta es: ¿Le alcanzará a Capriles para ganar? Creo que sí. Pero, ¿le alcanzará para ganar con holgura? Espero que sí.
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