Gustavo Coronel
Debo sentirme triste hoy porque la mayoría de los venezolanos ha decidido continuar por el atajo? Si pensamos en que cada individuo puede elegir democraticamente entre el progreso y la ignorancia, entre el pantano y el mar, entre la limosna y el trabajo, no hay razón para sentirme triste por quien ha hecho la elección. Sin embargo la situación no es la misma al hablar de una sociedad que vive bajo un mismo techo físico, legal y cultural. Los miembros de esa sociedad son como hermanos siameses quienes comparten un solo corazón. Donde va uno debe ir el otro y cuando muere uno muere el otro. Por ello si me siento triste, tanto por quienes han tomado la ruta de vivir en el presente y “como vaya viniendo vamos viendo”, como por quienes desean un camino que los lleve a la superación. Porque ellos están atados y no pueden tomar rumbos diferentes. Quienes desean un camino se ven hoy arrastrados por el atajo, a sabiendas de que por allí los espera la mediocridad, la corrupción, la mendicidad y el crimen.
Pertenezco a la Venezuela del camino. Debo seguir luchando por lograr que nuestra sociedad sea digna, trabajadora, solidaria, libre y democrática. Comparto esos ideales con más de seis millones de compatriotas y sus familias, un universo de más de 15 millones de venezolanos. Estoy ligado a la suerte de toda mi sociedad, aunque haya cortado mis amarras físicas del país cotidiano. A miles de kilómetros de distancia sigo espiritualmente atado a esa sociedad. Lo que si es cierto y me despoja de angustia es que, como individuo, he encontrado, junto a los míos, paz y tranquilidad en un país generoso.
Un poeta del país que me ha dado abrigo, Robert Frost, escribió un poema que terminaba así (mi traducción):
Estaré diciendo esto con un suspiro
Por todas las edades del futuro:
Dos caminos se separaron en el bosque,
Yo elegí el menos transitado
Y eso ha hecho toda la diferencia.
Ese suspiro puede ser de orgullo o de arrepentimiento. En mi caso es de orgullo. Nos vemos en el camino.
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