En: http://www.lapatilla.com/site/2012/10/08/gonzalo-himiob-santome-una-lectura-enguayabada/
Gonzalo Himiob Santomé
Hoy es lunes 8 de Octubre, y no me corresponde publicar mi columna semanal. Sin embargo como escritor “en perenne construcción” que soy, y más allá, como venezolano, me siento obligado a dejar, grafías de por medio, algunas de mis impresiones sobre lo sucedido el día de ayer en nuestro país. A fin de cuentas este es mi idioma, el de las palabras, que no el de las balas, el de los insultos o el de la violencia, y por lo que veo es también el idioma de millones y millones de venezolanos. De eso que no nos quepa duda alguna, ni a tirios ni a troyanos.
Debo empezar expresando que también, como abogado que soy no me voy a prestar, salvo que lleguen a mis manos pruebas contundentes de ello, a validar las hipótesis de fraude electoral que ya están circulando por ahí, aunque creo que es al poder al que más le conviene hacernos ver, a todos y con seriedad, si son infundadas o no. El costo, de demostrarse la existencia de un fraude, sería de proporciones inimaginables y hay fuegos, estimados amigos oficialistas, con los que no se juega. Por otra parte amigos opositores, si se canta fraude cuando de ello no hay por ahora evidencias incontrovertibles, nos deslegitimamos, nos mostramos como muy malos perdedores, y privamos a los indiscutibles logros de esa otra Venezuela que no está con Chávez, del brillo y de la importancia que realmente tienen.
Voy a partir entonces de la base que tengo a la mano: Capriles perdió, y así él mismo lo reconoció, las elecciones presidenciales, por un margen cercano, en más o en menos, al millón de votos. Eso es al día de hoy lo que está sobre la mesa, y sobre esto es que escribiré estas modestas líneas anticipadas.
Lo primero que cabe reconocer es el mérito indiscutible de la campaña de Capriles. Fue en realidad titánica y superó escollos que no todos estaríamos capacitados para superar. El flaco, pese a la derrota, se ganó el respeto y el corazón de millones de venezolanos, y me atrevo a decir que incluso se ganó la simpatía de muchos oficialistas, que vieron en él también un modelo de liderazgo joven, capacitado, integrador y tolerante que hace ya mucho tiempo no se ve en las cúpulas oficialistas. Antes no existía en realidad un referente opositor, ni una cara con la cual identificar a quienes no están con “el proceso”. Ahora sí existe. Antes se nos acusaba de “golpistas”, “criminales” y de ser afectos a los “caminos verdes” y a las “vías rápidas”, ahora eso, sencillamente, no es posible. La oposición demostró, millones de votos en mano, que es demócrata a carta cabal, como el mismo Capriles lo expresó varias veces ayer al aceptar su derrota, y todo eso, en sí mismo, supone una importantísima victoria.
En segundo lugar creo importante reivindicar sin cortapisas, que los resultados del día de ayer nos obligan a todos, a los de un bando y de otro, a volver la mirada hacia esa Venezuela que está “del otro lado”, y que es indiscutible, también existe aunque a veces queramos creer lo contrario. La elección de ayer acaba con toda duda sobre la fuerza del pueblo oficialista, que sigue allí, fiel a Chávez pese a sus desatinos, pero también disipa cualquier duda y trunca cualquier menosprecio sobre, o contra, la indiscutible fuerza del pueblo opositor. Se acabó, o debería acabarse, el discursito absurdo de la “guerra de clases”, pues ni más de siete millones de venezolanos son pobres, (y si así fuera el gobierno mismo estaría contradiciendo sus propias cifras) ni más de seis millones de venezolanos son oligarcas o burgueses. El país, y eso está clarísimo, está roto en dos pedazos virtualmente iguales, de los que forman parte todos los estratos sociales, por lo que tanto al liderazgo opositor como al gobierno les interesa para garantizar aunque sea un mínimo de gobernabilidad, tender puentes reales y tangibles entre todos nosotros, que nos permitan reconocernos desde lo que nos une, que no desde lo que nos separa. Las fuerzas, al menos las fuerzas electorales, están parejas y cualquiera que quiera analizar los resultados de ayer con seriedad debe darse cuenta de ello.
Los oficialistas y los opositores enfrentamos entonces ahora un reto inmenso, más no imposible: El de construir desde ahora un país en el que verdaderamente quepamos todos. La pelota, por así decirlo, sin embargo está del lado de los vencedores, pues son ellos quienes tienen el poder para seguir en las mismas o para cambiar las cosas. Lo he dicho antes y lo reitero ahora: Venezuela es un navío en que todos surcamos los mares de la historia, y es uno del que no se puede hundir sólo la proa o la popa. Si nos atrapa algún remolino, y nos vamos a pique, nos ahogamos todos, pues de un barco en alta mar no se sumerge sólo un pedazo, cuando ello toca. Espero que Chávez encaje el golpe, que también se le dio, y tome conciencia real de esto, pues de no hacerlo seguiremos transitando el lado más oscuro del camino.
Empecemos entonces proponiendo que el oficialismo, especialmente el presidente Chávez, le “baje dos” a los insultos, a la persecución y al demérito de quienes no piensan como él, ya que le hemos demostrado que no somos poca cosa y que somos demócratas a carta cabal. También propongo, que en nuestras filas opositoras, hagamos lo mismo. Ya lo he dicho antes: No todo chavista es un “criminal”, un “ignorante” o un “irresponsable”, pero tampoco todo opositor es un “majunche”, un “traidor”, ni mucho menos un “criminal”. Si así fuera, dependiendo del bando en el que estés, tendríamos más de siete millones, o más de seis millones de “delincuentes” en nuestra nación y así, sobre esa mentira, es imposible construir futuro desde la tolerancia o desde el mutuo respeto.
Tanto en las filas del oficialismo como en las de la oposición hay buenos y malos, decentes e indecentes, indiferentes o comprometidos, pobres y ricos, sinvergüenzas y honestos, más no es nuestra afiliación política lo que nos define, sino nuestra propia conducta y nuestras propias decisiones. Despersonalizar al otro, convertirlo en una “cosa”, que no en un ser tan humano como yo, sólo porque no comulga con mis ideales es propio de ciegos y de criminales, y no vamos a ser nosotros los que nos convirtamos en aquello contra lo que hemos luchado toda la vida. No quiero, y me atrevo a decir que nadie quiere, un país en el que no haya espacio para todos. Quiero uno en el que todos podamos expresar pacíficamente nuestras preferencias políticas, sin miedo a ser estigmatizados o criminalizados por ello.
Chávez tiene entonces la palabra. En sus manos está demostrar que este nuevo comienzo, que esta nueva oportunidad, que lo es para él, es a la vez un nuevo comienzo, una nueva oportunidad, para todos nosotros sin distinciones. Podría empezar, por ejemplo, demostrándonos que lo dicho en una de sus últimas entrevistas pre-electorales es verdad y que está dispuesto, Constitución y leyes en la mano, a liberar a quienes, él lo sabe, no están presos ni exiliados por criminales sino por haber representado una idea con la que él y sus seguidores no están de acuerdo. Tiendo mi mano y me ofrezco a poner cuanto esté de mi parte para que este regalo, a todos los venezolanos, se nos dé desde el poder como un primer gesto gallardo y valiente, de reconocimiento y de respeto a los que no somos “revolucionarios” y sólo queremos vivir en paz. A la oposición por su parte, le toca el reto de mantener la unidad, y de corroborarnos a todos que ésta está basada en principios, ideales y valores, y que no era sólo una bandera que se usó con fines netamente electorales.
Hay guayabo y luto ciertamente, pero las realidades que me llevan a oponerme a Chávez siguen allí. Perdimos la Presidencia, pero no la razón. Me niego con terquedad infinita a perder las esperanzas de vivir en un país del que todos nos podamos sentir orgullosos, el mismo, que ayer lo demostramos, es posible contra todo pronóstico. Levantémonos, limpiemos el alma de desesperos y tristezas, comprendamos que Dios, que todo lo ve, tiene su manera de hacer las cosas, que sus tiempos son perfectos, y que hoy nos regaló para comprobarlo, la certeza de un nuevo amanecer.
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