SANTIAGO QUINTERO | EL UNIVERSAL
lunes 8 de octubre de 2012 12:00 AM
En el momento en el cual Venezuela ha elegido a un nuevo presidente, es hora de reflexionar las claves de su elección.
Venezuela ha elegido a un presidente que la sirva, que le distribuya el agua, la energía eléctrica, le arregle las calles y sobre todo, le dé seguridad física y social a su población. Ello significa salud, empleo, vivienda, educación, pensión, contratos colectivos honrados. Alguien que cierre la brecha a su miseria. Alguien que la saque de la pobreza endémica de la ignorancia y las enfermedades, del odio y los enfrentamientos.
A Venezuela en su oportunidad no le preguntaron si quería fabricar armas o alimentos. No le preguntaron si quería regalarles a otras naciones y personalidades más de la cuarta parte de su producto territorial bruto. A Venezuela no le preguntaron si quería que los pranes vivieran mejor que sus jueces y policías honestos. A Venezuela no le preguntaron si aprobaba que violaran su Constitución para dejarla sin instancia internacional de derechos humanos, pretendiendo que éstos no sean universales, porque los tiranos domésticos tienen el derecho a la usurpación que les otorga su concepto autárquico y bizarro de soberanía y justicia.
A Venezuela jamás le preguntaron si prefería el insulto a la cortesía y las buenas costumbres.
Venezuela quería cambiar. Venezuela llegó a pensar, en medio de sus mitos y leyendas ancestrales que se fueron tejiendo por la ausencia de "luces públicas" en el país, que sus militares le iban a traer orden y progreso, sacándola de la corrupción. Pero nunca llegó a estar tan equivocada. Le ha costado sangre, sudor y muchas lágrimas salirse del atolladero emocional en que la sumergieron, porque manipularon las pasiones patrióticas de su identidad, los símbolos e íconos de su nacionalidad, devaluándolos en primer lugar y luego sustituyéndolos por los de una revolución extranjera, ajena a su carácter de tierra amante de la paz en toda su evolución histórica.
Venezuela ha votado por su vida y la calidad de la misma. No quiere más equivocaciones, confusiones, desvaríos, locuras megalómanas y deseos de eternizarse en el poder. Venezuela no quiere Mesías en su tierra, porque sabe que hay uno solo y es el que está en el cielo, aquél que la protege en un acto de infinito amor.
Las Fuerzas Armadas deberán deslastrarse de los trapos rojos que en mala hora empañaron su radiante bandera tricolor, retomando su papel de guardián de las libertades públicas y Estado de derecho de la patria consagrado en la Constitución, pasando la página más gris y menguada de su historia.
Los poderes públicos nacionales, regionales y locales, a restituir las respectivas ecuaciones de equilibrio democrático que fueron violadas abiertamente por un régimen que prosperó en la enfermedad de poder que inoculó al cuerpo de la nación.
Al nuevo presidente elegido, le decimos que la revolución del odio y el resentimiento, de la grosería y del fusil ha sido derrotada por el progreso y la evolución de la educación, la seguridad, el trabajo, los servicios y la vivienda. ¡A trabajar pues, por la vida y su calidad para todos los venezolanos por igual! ¡Adiós a las armas y bienvenidos los libros! ¡Qué Dios bendiga a Venezuela!
Venezuela ha elegido a un presidente que la sirva, que le distribuya el agua, la energía eléctrica, le arregle las calles y sobre todo, le dé seguridad física y social a su población. Ello significa salud, empleo, vivienda, educación, pensión, contratos colectivos honrados. Alguien que cierre la brecha a su miseria. Alguien que la saque de la pobreza endémica de la ignorancia y las enfermedades, del odio y los enfrentamientos.
A Venezuela en su oportunidad no le preguntaron si quería fabricar armas o alimentos. No le preguntaron si quería regalarles a otras naciones y personalidades más de la cuarta parte de su producto territorial bruto. A Venezuela no le preguntaron si quería que los pranes vivieran mejor que sus jueces y policías honestos. A Venezuela no le preguntaron si aprobaba que violaran su Constitución para dejarla sin instancia internacional de derechos humanos, pretendiendo que éstos no sean universales, porque los tiranos domésticos tienen el derecho a la usurpación que les otorga su concepto autárquico y bizarro de soberanía y justicia.
A Venezuela jamás le preguntaron si prefería el insulto a la cortesía y las buenas costumbres.
Venezuela quería cambiar. Venezuela llegó a pensar, en medio de sus mitos y leyendas ancestrales que se fueron tejiendo por la ausencia de "luces públicas" en el país, que sus militares le iban a traer orden y progreso, sacándola de la corrupción. Pero nunca llegó a estar tan equivocada. Le ha costado sangre, sudor y muchas lágrimas salirse del atolladero emocional en que la sumergieron, porque manipularon las pasiones patrióticas de su identidad, los símbolos e íconos de su nacionalidad, devaluándolos en primer lugar y luego sustituyéndolos por los de una revolución extranjera, ajena a su carácter de tierra amante de la paz en toda su evolución histórica.
Venezuela ha votado por su vida y la calidad de la misma. No quiere más equivocaciones, confusiones, desvaríos, locuras megalómanas y deseos de eternizarse en el poder. Venezuela no quiere Mesías en su tierra, porque sabe que hay uno solo y es el que está en el cielo, aquél que la protege en un acto de infinito amor.
Las Fuerzas Armadas deberán deslastrarse de los trapos rojos que en mala hora empañaron su radiante bandera tricolor, retomando su papel de guardián de las libertades públicas y Estado de derecho de la patria consagrado en la Constitución, pasando la página más gris y menguada de su historia.
Los poderes públicos nacionales, regionales y locales, a restituir las respectivas ecuaciones de equilibrio democrático que fueron violadas abiertamente por un régimen que prosperó en la enfermedad de poder que inoculó al cuerpo de la nación.
Al nuevo presidente elegido, le decimos que la revolución del odio y el resentimiento, de la grosería y del fusil ha sido derrotada por el progreso y la evolución de la educación, la seguridad, el trabajo, los servicios y la vivienda. ¡A trabajar pues, por la vida y su calidad para todos los venezolanos por igual! ¡Adiós a las armas y bienvenidos los libros! ¡Qué Dios bendiga a Venezuela!
No comments:
Post a Comment