RUTH CAPRILES | EL UNIVERSAL
jueves 17 de enero de 2013 12:00 AM
Parábola de Kafka: un ciudadano acude ante las puertas de la ley donde un portero con librea le dice que la puerta está abierta pero que en ese momento no puede entrar. El ciudadano se retira y espera. Cuantas veces acudió ante la puerta, el portero obstaculizó su paso. Pasaron años hasta que envejeció el ciudadano esperando tener acceso a la ley. Antes de exhalar su último aliento llamó al portero y le preguntó: ¿cómo es que la puerta está abierta pero en todo este tiempo no he visto a ninguno atravesarla? El portero le susurró: ¡Ah! Es que esa puerta estaba sólo para usted.
Quizá cuando resolvamos el enigma de esa parábola, podamos enderezar nuestra visión confundida por tanta arbitrariedad, tanta mentira, y descubrir qué hacer para evitar sus consecuencias.
Acudimos una y otra vez ante las puertas de la ley democrática y la puerta permanece abierta pero impedida para nosotros. El enigma no es tanto por qué no puede acceder a la ley el buen ciudadano, sino por qué no se va y se olvida de la ley. O por qué no pasa por encima del portero. El exabrupto del continuismo inconstitucional nos pone ante tres alternativas: la sumisión pasiva hasta extinguirnos, la ilegalidad, la subversión. Y los jacobinos revolucionarios entran en fase peligrosa; incuban su propio colapso. La patria muere por cualquier vía.
La parábola se desenreda. La trampa que pone este enigma al ciudadano es que puesto que pide acceso a la ley, se rige por ella y no puede violarla; ante la fuerza ilegítima de un portero no osa esgrimir similar o mayor fuerza; esa que le confiere el ser ciudadano con derecho a su ley.
De allí viene el dilema que tiene paralizada a la dirigencia de la oposición. Pretende combatir con la ley un gobierno de transgresores. Métodos virginales ante la sombra de los sátiros. ¿Se sale el portero con la suya? Si es así, se extinguirá el ciudadano pero no olvide el portero que se quedará solo y sin oficio. Él cierra finalmente la puerta de la ley que jamás dejó entrar a ciudadano alguno.
Quizá cuando resolvamos el enigma de esa parábola, podamos enderezar nuestra visión confundida por tanta arbitrariedad, tanta mentira, y descubrir qué hacer para evitar sus consecuencias.
Acudimos una y otra vez ante las puertas de la ley democrática y la puerta permanece abierta pero impedida para nosotros. El enigma no es tanto por qué no puede acceder a la ley el buen ciudadano, sino por qué no se va y se olvida de la ley. O por qué no pasa por encima del portero. El exabrupto del continuismo inconstitucional nos pone ante tres alternativas: la sumisión pasiva hasta extinguirnos, la ilegalidad, la subversión. Y los jacobinos revolucionarios entran en fase peligrosa; incuban su propio colapso. La patria muere por cualquier vía.
La parábola se desenreda. La trampa que pone este enigma al ciudadano es que puesto que pide acceso a la ley, se rige por ella y no puede violarla; ante la fuerza ilegítima de un portero no osa esgrimir similar o mayor fuerza; esa que le confiere el ser ciudadano con derecho a su ley.
De allí viene el dilema que tiene paralizada a la dirigencia de la oposición. Pretende combatir con la ley un gobierno de transgresores. Métodos virginales ante la sombra de los sátiros. ¿Se sale el portero con la suya? Si es así, se extinguirá el ciudadano pero no olvide el portero que se quedará solo y sin oficio. Él cierra finalmente la puerta de la ley que jamás dejó entrar a ciudadano alguno.
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