25 Enero, 2013
Laureano Márquez
Ya el Tribunal Supremo le encontrará salida a este dilema con alguna sentencia que declare que el pan no está ausente de las panaderías, que lo que hay es una continuidad de la masa. Pero volviendo a los que nos interesa las autoras del trabajo Effect of Mycobacterium vaccae on Learning in Mice, Dorothy M. Matthews y Susan M. Jenks, nos dicen que jugar con la suciedad, andar tirado por el piso atrapando bacterias, que es lo primero que uno le prohíbe a los niños de uno, puede hacernos más inteligentes. El nombre de la bacteria, que se encuentra en el contacto con la tierra y al aire libre, viene de la bosta de la vaca por ser allí donde se encontraron las primeras cepas, que se sepa. Las consecuencias de esto son terribles, pero inobjetables: el destino de la inteligencia humana se encuentra al final del tracto digestivo vacuno. Una gran contribución a la inteligencia seria llenar la ciudad de vacas y que nadie recoja la bosta. No es casual ahora uno lo entiende- que la India sea un país con sabias tradiciones espirituales.
Este descubrimiento cambia muchos de los supuestos que dábamos por sentado.
Por ejemplo, los alcaldes que mantienen sus ciudades inmundas son los que más contribuyen con la inteligencia del pueblo. Ahora uno entiende por qué son reelectos tantos “incapaces”, la gente se siente menos ansiosa con ellos. Sugerimos que las próximas marchas, en vez de caminando, todos los bandos, deberían realizarlas obligando a sus copartidarios a arrastrarse al ras del piso. Exigimos que se sintetice la bacteria, que nos la inyecten. Que nadie se coma un solomo más, dejemos a nuestras vacas vivir en paz y que, rebosantes de bosta, nos inspiren mientras las inspiramos a ellas.
Quién nos lo iba a decir: nuestro destino, nuestro progreso, está en coexistir con la suciedad. Casi que podríamos decir: la suciedad nos hará una mejor sociedad. Vamos, pues, por buen camino. Ya lo dijo en alguna parte el gran Calderón de la Bosta: la vida es una barca.
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