José Guerra
La inflación como problema económico casi ha desparecido de América Latina, región que en el pasado estuvo plagada de alzas incontroladas de precios. Inclusive, en países como Bolivia y Perú que sufrieron de procesos hiperinflacionarios. En 1985, Bolivia tuvo una tasa de inflación superior a 90.000%. Salvo en Argentina y Venezuela, ya la inflación dejó de ser un motivo de preocupación, tal como se muestra en gráfico adjunto. La alta inflación suele tener efectos nocivos sobre la economía. Al deteriorar el poder de compra, crea un estado permanente de inestabilidad social y política. Cuando los precios suben de manera pronunciada como es el caso de Venezuela, el país pierde competitividad en vista del encarecimiento de sus productos, los cuales son desplazados por las importaciones. Adicionalmente, la inflación afecta a los ahorristas, quienes experimentan pérdidas apreciables de su patrimonio.
En las economías con baja inflación no existen controles de precios ni de cambio y es la acción de la política fiscal y monetaria la que mantiene la inflación en la raya. La inflación es un síntoma de inestabilidad. Cuando la inflación el elevada y volátil se genera incertidumbre. Esos son los casos de Argentina y Venezuela, donde imperan controles de cambio y de precios y en consecuencia se genera escasez. Tanto Argentina como Venezuela han hecho todo lo posible para sufrir de la inflación y también para beneficiarse de ella. Las gestiones fiscales de Argentina y Venezuela exhiben profundos déficits que han llevado al financiamiento monetario. Las finanzas públicas de Argentina y Venezuela son un autentico desorden lo cual ha propiciado una expansión del gasto francamente insostenible.
Similarmente, los gobiernos de Argentina y Venezuela han abusado de los bancos centrales como instrumentos de financiamiento. En ambos países los entes emisores fungen como autenticas cajas chicas para que sus gobiernos usen las reservas internacionales en el financiamiento del gasto corriente. En Venezuela más que en Argentina, el banco central se ha desdibujado completamente y se ha convertido en una especie de dependencia del Ministerio de Finanzas, en una imprenta que emite papel moneda sin ningún valor. En 2012, el BCV expandió el dinero primario en más de 40,0% para financiar al gobierno, todo lo cual resultó en una tasa de inflación de 20,1%, a pesar de controles draconianos de cambio y de precios. Lo peor de todo esto es que a las autoridades de los bancos centrales de Argentina y Venezuela, pareciera no preocuparles mucho la inflación. En parte esa falta de preocupación deviene del hecho de que al final los gobiernos se benefician de la inflación. En Venezuela, por ejemplo, con tasas de inflación de 20,1% y tasas de interés de 10,0%, el gobierno termina financiándose a un costo ridículamente bajo. Y además con la inflación, el gobierno desvaloriza su deuda y termina pagando menos de lo que pidió prestado, por esa razón es que el nivel del endeudamiento interno se ha disparado a partir de 2007. Argentina y Venezuela van a padecer de la inflación por un buen tiempo. Hasta que sus gobiernos se enserien. Otra similitud entre Argentina y Venezuela es que cuando la inflación sube, siempre le echan la culpa a un tercero y las autoridades nunca asumen su cuota de responsabilidad.
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