MIGUEL ÁNGEL SANTOS | EL UNIVERSAL
viernes 8 de febrero de 2013 12:00 AM
La próxima semana se cumplirán treinta años de aquel viernes 18 de febrero de 1983. De aquel campanazo no hemos sabido reponernos, no hemos logrado superar nuestra sensación de fracaso. Tres décadas después seguimos dando tumbos, deslizándonos a trompicones hacia un caos y una barbarie sin precedentes, que se supera a sí misma con el pasar de los días. Nunca llegamos a tocar fondo, nuestros fondos descienden en la misma medida de nuestra atormentada realidad. Venezuela cierra esos treinta años como uno de los países de menor crecimiento económico en el mundo. Entre 1983-2012 nuestra producción por habitante creció 16% (a razón de 0,5% anual), mientras en ese mismo período un chileno promedio se enriqueció 213%, un peruano 74%, un argentino 73%, un colombiano 64%, un brasileño 45%. El más próximo, México (31%), creció el doble que nosotros.
Incidentalmente, casi la mitad de ese período la ocupa la última parte de la IV República (16 años) y la otra mitad la revolución (14 años). La tasa de crecimiento del ingreso por habitante promedio en la primera mitad (1983-1998) fue de 0,2% anual, mientras que en el período más reciente (1998-2012) fue de 0,9%. Algo similar ocurre en relación con la inflación, donde nuestro récord es pobre (promedio anual de 31% en treinta años), con la primera mitad (39%) siendo mayor que la segunda (22%). A lo largo de los treinta años la devaluación medida a tasa oficial (27% anual) y paralela (34% anual) describen un intervalo en cuyo centro se encuentra la inflación (31%). Este es un hecho que se mantiene en ambos subperíodos y que nos debería llamar a reflexión. Entre 1983-1998 nuestra devaluación anual (38%) fue idéntica a la inflación (39%). Para la segunda mitad (1998-2012) la devaluación a tasa oficial (16% anual) y paralela (28% anual) prácticamente promedian la inflación (22%). Es decir, en relación con la paridad del poder de compra, nuestro nuevo aprendizaje es que la vieja concepción (se cumple a rajatabla en plazos largos) era correcta.
Como lo que producimos sigue siendo en esencia lo mismo, dependemos cada vez más de que se venda a precios cada vez más altos. Así, nuestro gobierno se ha vuelto cada vez más agresivo con la especulación (en la OPEP) y nuestra población más obsesiva con la redistribución. La generación de riqueza es una tema tabú que no forma parte de la agenda pública (si a ver vamos, ya ningún problema concreto forma parte de ella).
Ahora bien, cuando se evalúan estos treinta años no se puede ignorar que en promedio cada habitante dispuso en la primera mitad de 1.060 dólares de exportaciones petroleras, mientras que en estos catorce años se ha dispuesto de 2.050 dólares en promedio anual por persona (ambas cifras en dólares de 2012). Más aún, durante la primera mitad de estos treinta años (debido a la crisis de la deuda y al cese del financiamiento a América Latina) nuestro endeudamiento no creció, mientras que en estos últimos catorce años se ha cuadruplicado. Es así, en esta segunda mitad nos ha salido muchísimo más caro producir unos resultados bastante similares a los de la primera. Más allá de eso, ninguna diferencia entre la peor parte de la cuarta y la revolución.
Incidentalmente, casi la mitad de ese período la ocupa la última parte de la IV República (16 años) y la otra mitad la revolución (14 años). La tasa de crecimiento del ingreso por habitante promedio en la primera mitad (1983-1998) fue de 0,2% anual, mientras que en el período más reciente (1998-2012) fue de 0,9%. Algo similar ocurre en relación con la inflación, donde nuestro récord es pobre (promedio anual de 31% en treinta años), con la primera mitad (39%) siendo mayor que la segunda (22%). A lo largo de los treinta años la devaluación medida a tasa oficial (27% anual) y paralela (34% anual) describen un intervalo en cuyo centro se encuentra la inflación (31%). Este es un hecho que se mantiene en ambos subperíodos y que nos debería llamar a reflexión. Entre 1983-1998 nuestra devaluación anual (38%) fue idéntica a la inflación (39%). Para la segunda mitad (1998-2012) la devaluación a tasa oficial (16% anual) y paralela (28% anual) prácticamente promedian la inflación (22%). Es decir, en relación con la paridad del poder de compra, nuestro nuevo aprendizaje es que la vieja concepción (se cumple a rajatabla en plazos largos) era correcta.
Como lo que producimos sigue siendo en esencia lo mismo, dependemos cada vez más de que se venda a precios cada vez más altos. Así, nuestro gobierno se ha vuelto cada vez más agresivo con la especulación (en la OPEP) y nuestra población más obsesiva con la redistribución. La generación de riqueza es una tema tabú que no forma parte de la agenda pública (si a ver vamos, ya ningún problema concreto forma parte de ella).
Ahora bien, cuando se evalúan estos treinta años no se puede ignorar que en promedio cada habitante dispuso en la primera mitad de 1.060 dólares de exportaciones petroleras, mientras que en estos catorce años se ha dispuesto de 2.050 dólares en promedio anual por persona (ambas cifras en dólares de 2012). Más aún, durante la primera mitad de estos treinta años (debido a la crisis de la deuda y al cese del financiamiento a América Latina) nuestro endeudamiento no creció, mientras que en estos últimos catorce años se ha cuadruplicado. Es así, en esta segunda mitad nos ha salido muchísimo más caro producir unos resultados bastante similares a los de la primera. Más allá de eso, ninguna diferencia entre la peor parte de la cuarta y la revolución.
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