MARÍA DENISSE FANIANOS DE CAPRILES| EL UNIVERSAL
miércoles 18 de septiembre de 2013 12:00 AM
Cuando uno regresa a Venezuela, luego de haber estado varios días fuera, uno experimenta dos sensaciones al pisar el aeropuerto de Maiquetía: la primera, una gran felicidad de estar nuevamente en nuestra tierra para continuar la lucha con nuestros hermanos venezolanos; y segundo, cierta inquietud por lo que nos espera vivir los próximos días, semanas o meses.
Algún día estudiaré psicología para ver si logro entender nuestra forma de sentir las cosas. No sé si es que extrañaba regresar (me fui por 12 días) pero por primera vez me emocioné profundamente cuando escuché los aplausos de quienes viajaban en el avión cuando aterrizamos. Cosa que no me había pasado antes, esta vez sentí mucho amor con esos aplausos.
Pareciera que esos días que pasé en Roma, donde lo que hice fue rezar intensamente por Venezuela, en la Plaza de San Pedro con el Papa en la vigilia por la Paz, en frente de cada santo que encontraba en cada iglesia, y hasta en la plaza donde está la estatua de Simón Bolívar que visité especialmente, me hincharon más el corazón de amor por mi país.
Era tanto lo que extrañaba Caracas que comparaba al Tíber con el Guaire, que me asomaba en el balcón a las 6 am a ver los carros, y todo se veía desolado porque allá el tráfico comienza como a las 8 am. Buscaba montaña (añorando mi Ávila) pero solo veía ruinas, historia, algo maravilloso sin duda, pero a lo que no estamos acostumbrados aquí ¡me hacía falta el canto de los pajaritos!
Allá la vida se pasa lenta, todo se lleva con calma. Ellos viven como en 33 revoluciones por minuto y nosotros pasamos de largo las 100. Allá el tiempo rinde una barbaridad, y más si uno es madrugador. No se me olvidará una de las reuniones que tuvimos en la mañana cuando nos dijeron que su jornada laboral comenzaba a las 9:30 am. Cuando me dijeron eso por mi cabeza pasó una imagen del día a día de uno en Caracas, donde nos levantamos a las 4:30 am y ya a las 9:30 am uno ha corrido una especie de maratón, que no lo paramos sino como a las 10 pm cuando caemos ¡tumbados!, literalmente, en la cama después de haber vivido un día de ¡alto impacto!
Un sacerdote venezolano que vive allá, desde hace varias décadas, nos decía que él no entendía por qué su hermano (párroco de una iglesia de Caracas) las pocas veces que le escribía lo hacía apurado. Yo le explicaba que aquí todo lo hacemos apurados, para ver si el tiempo nos alcanza. Son tantas cosas que hay que hacer, y tantos problemas que hay que resolver en un solo día, que la vida se nos va volando.
Mi esposo y yo compartimos también con dos párrocos venezolanos que estaban allá haciendo unos cursos y nos parecía como un sueño poder sentarnos con ellos a tomarnos un café con calma y poder conversar sobre nuestra Santa Iglesia en paz y tranquilidad, sin que nada ni nadie nos interrumpiera. Estos sacerdotes también nos decían que a ellos como a los 10 días de estar fuera de su parroquia también les entra como una desesperación por regresar. ¡De verdad que alguien me explique este fenómeno!
Definitivamente somos felices con lo que nos ha tocado vivir. Y es que la felicidad de muchos venezolanos no depende de una vida lenta, ordenada, planificada al 100%. Nuestra felicidad está en el amor por nuestra gente, por el trabajo fuerte, por el vivir para servir, por la esperanza inmensa que tenemos de que con nuestra oración y lucha constante algún día lograremos tener un país ¡Digno! para nuestros hijos y nietos, sin importar que nuestra "calidad" de vida sea menor, por ahora.
El hecho es que me hizo mucha falta mi Venezuela. Y como le decía mi esposo a quien nos selló el pasaporte en Maiquetía: "Lo mejor de un viaje siempre es el regreso". Esa maravillosa sensación de prender el celular apenas uno aterriza para llamar a nuestros seres más queridos y decirles: "Acabamos de aterrizar, en dos horas más o menos llegamos a Caracas". Eso ¡no tiene precio!
La bienvenida en la casa fue maravillosa. Nos esperaban abrazos, besos, el pabellón y la arepita. Eso sí, estuvimos sin luz varias horas y no teníamos una gota de agua en el tanque, por lo que tuvimos que salir a comprar botellones. Aquí estamos bañándonos con taparitas pero organizando todo para celebrar el cumpleaños de este fin de semana porque un gentío viene a la casa. Con agua o sin agua celebraremos, porque hay que celebrar, y dar gracias a Dios quien nos dio la vida en esta Tierra de Gracia que pronto ¡muy pronto! tomará otro camino.
Estoy segura que eso será así. Y ese día comenzaremos a trabajar a 1.000 revoluciones por minuto para reconstruir un país que será ejemplo para el mundo entero. Les pido a Dios y a la Virgen de Coromoto que nos den la fortaleza y la alegría que necesitaremos estos meses tan duros que nos tocará vivir. ¡Viva Venezuela y nuestros amados hermanos venezolanos! ¡Amar así a un país no tiene comparación, por eso regresar siempre es lo mejor, a pesar de los pesares!
Algún día estudiaré psicología para ver si logro entender nuestra forma de sentir las cosas. No sé si es que extrañaba regresar (me fui por 12 días) pero por primera vez me emocioné profundamente cuando escuché los aplausos de quienes viajaban en el avión cuando aterrizamos. Cosa que no me había pasado antes, esta vez sentí mucho amor con esos aplausos.
Pareciera que esos días que pasé en Roma, donde lo que hice fue rezar intensamente por Venezuela, en la Plaza de San Pedro con el Papa en la vigilia por la Paz, en frente de cada santo que encontraba en cada iglesia, y hasta en la plaza donde está la estatua de Simón Bolívar que visité especialmente, me hincharon más el corazón de amor por mi país.
Era tanto lo que extrañaba Caracas que comparaba al Tíber con el Guaire, que me asomaba en el balcón a las 6 am a ver los carros, y todo se veía desolado porque allá el tráfico comienza como a las 8 am. Buscaba montaña (añorando mi Ávila) pero solo veía ruinas, historia, algo maravilloso sin duda, pero a lo que no estamos acostumbrados aquí ¡me hacía falta el canto de los pajaritos!
Allá la vida se pasa lenta, todo se lleva con calma. Ellos viven como en 33 revoluciones por minuto y nosotros pasamos de largo las 100. Allá el tiempo rinde una barbaridad, y más si uno es madrugador. No se me olvidará una de las reuniones que tuvimos en la mañana cuando nos dijeron que su jornada laboral comenzaba a las 9:30 am. Cuando me dijeron eso por mi cabeza pasó una imagen del día a día de uno en Caracas, donde nos levantamos a las 4:30 am y ya a las 9:30 am uno ha corrido una especie de maratón, que no lo paramos sino como a las 10 pm cuando caemos ¡tumbados!, literalmente, en la cama después de haber vivido un día de ¡alto impacto!
Un sacerdote venezolano que vive allá, desde hace varias décadas, nos decía que él no entendía por qué su hermano (párroco de una iglesia de Caracas) las pocas veces que le escribía lo hacía apurado. Yo le explicaba que aquí todo lo hacemos apurados, para ver si el tiempo nos alcanza. Son tantas cosas que hay que hacer, y tantos problemas que hay que resolver en un solo día, que la vida se nos va volando.
Mi esposo y yo compartimos también con dos párrocos venezolanos que estaban allá haciendo unos cursos y nos parecía como un sueño poder sentarnos con ellos a tomarnos un café con calma y poder conversar sobre nuestra Santa Iglesia en paz y tranquilidad, sin que nada ni nadie nos interrumpiera. Estos sacerdotes también nos decían que a ellos como a los 10 días de estar fuera de su parroquia también les entra como una desesperación por regresar. ¡De verdad que alguien me explique este fenómeno!
Definitivamente somos felices con lo que nos ha tocado vivir. Y es que la felicidad de muchos venezolanos no depende de una vida lenta, ordenada, planificada al 100%. Nuestra felicidad está en el amor por nuestra gente, por el trabajo fuerte, por el vivir para servir, por la esperanza inmensa que tenemos de que con nuestra oración y lucha constante algún día lograremos tener un país ¡Digno! para nuestros hijos y nietos, sin importar que nuestra "calidad" de vida sea menor, por ahora.
El hecho es que me hizo mucha falta mi Venezuela. Y como le decía mi esposo a quien nos selló el pasaporte en Maiquetía: "Lo mejor de un viaje siempre es el regreso". Esa maravillosa sensación de prender el celular apenas uno aterriza para llamar a nuestros seres más queridos y decirles: "Acabamos de aterrizar, en dos horas más o menos llegamos a Caracas". Eso ¡no tiene precio!
La bienvenida en la casa fue maravillosa. Nos esperaban abrazos, besos, el pabellón y la arepita. Eso sí, estuvimos sin luz varias horas y no teníamos una gota de agua en el tanque, por lo que tuvimos que salir a comprar botellones. Aquí estamos bañándonos con taparitas pero organizando todo para celebrar el cumpleaños de este fin de semana porque un gentío viene a la casa. Con agua o sin agua celebraremos, porque hay que celebrar, y dar gracias a Dios quien nos dio la vida en esta Tierra de Gracia que pronto ¡muy pronto! tomará otro camino.
Estoy segura que eso será así. Y ese día comenzaremos a trabajar a 1.000 revoluciones por minuto para reconstruir un país que será ejemplo para el mundo entero. Les pido a Dios y a la Virgen de Coromoto que nos den la fortaleza y la alegría que necesitaremos estos meses tan duros que nos tocará vivir. ¡Viva Venezuela y nuestros amados hermanos venezolanos! ¡Amar así a un país no tiene comparación, por eso regresar siempre es lo mejor, a pesar de los pesares!
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