CARLOS BLANCO| EL UNIVERSAL
domingo 13 de octubre de 2013 12:00 AM
Nicolás, no apuntas bien
Supóngase que Nicolás desea luchar contra la corrupción. Supóngase que no lo ha hecho por una de tres razones: 1. No sabía de su existencia; 2. Aunque sabía de su existencia, estaba en un cargo que no le permitía combatirla; 3. Aunque sabía de su existencia y podía haberla combatido, no podía saber cuánto peligro provocaba a la estabilidad del régimen que encarna. Con el látigo en la mano va a depurar la inmunda sentina en que la República fermenta y se propone liquidar la corrupción y sus primas hermanas, el nepotismo y lo que ha denominado, bajo el consejo de un poco imaginativo asesor, el cadivismo.
El discurso es interesante porque fue leído. No hay que olvidar que los próceres del bochinche bolivariano han hecho de la improvisación oratoria -y de la otra- un estilo de vida. Leer se convirtió en una mala práctica que le dejó a los hígados del Comandante algunas de sus más eternas metidas de pata. Del discurso pueden dejarse de lado las citas excesivas, en particular aquellas de Bolívar que un anciano general administra como su tesoro particular en el baúl herrumbroso del Sótano 3 de Miraflores. Con Chávez sonaban a proclama, con Maduro a improvisado discurso de alumno de 3° castigado.
En el batiburrillo de referencias hay de todo, pero dos autores merecen destacarse: Javier Birdeau y Rigoberto Lanz, mi amigo, fallecido hace pocas semanas. Estos dos intelectuales fueron marginados por las corrientes dominantes dentro del chavismo. Ambos llegaron a ser críticos en la misma dirección, sobre el burocratismo, el autoritarismo y la corrupción, y discretamente fueron puestos de lado. Perjudicaban el proceso, llegaron a decirles. El hecho de que Maduro reivindique el pensamiento de un posmarxista y de un neomarxista, sugiere una ruptura con unos cuantos de la izquierda tradicional comunista y paracomunista a los que Chávez se sentía tan atraído. Es posible que sean exquisiteces intelectuales de sobremesa lo que ha animado a Nicolás a citarlos, pero sin duda los trae del ostracismo al que fueron condenados por sus propios camaradas, vividores y acomodados. Lástima que para Rigoberto haya sido tan tarde y la mención de Maduro es de un artículo de 2006, de hace más de 7 años que el chavismo ignoró hasta ahora. La cita: "Hay una subcultura de la corrupción en el país que no se vence con espasmódicos sermones ni con una simple mención retórica a este problema. Trátese de la pillería gansteril que no vacila en rasparse la caja fuerte con el mayor desparpajo o de las refinadas prácticas del favoreo, el quiquirigüiqui y otras mañas bien mantenidas por legiones de funcionarios de todos los pelajes, la primera regla es una radical intolerancia frente a estas prácticas".
LA HORRIBLE ENFERMEDAD. Nicolás tiene razón en una cuestión central: la corrupción se come su revolución. Él dice que se la puede comer, pero la digiere cómodamente y está a punto de expulsar sus desechos.
El proyecto político bolivariano no pudo combatir la corrupción por varias razones. Una fundamental es que se ha producido una destrucción masiva de la institucionalidad pública, y el control social no es sino una mascarada para financiar la estructura comunal del PSUV. Al destruirse las instituciones y no crear una institucionalidad alternativa, "revolucionaria", el Estado se desintegró en sus funciones básicas. No hay Contraloría, no hay Fiscalía para acusar a los camaradas -salvo a unos de tercera categoría-, no hay Defensoría del pueblo (la titular acaba de calificar como "centelleante" el discurso en referencia y no le dio pena alguna), no hay Parlamento que investigue, no hay policía que documente, salvo en casos en que haya interés políticos expreso.
Al derrumbarse la institucionalidad pública por inexistente o ineficaz, ese lugar lo toman las mafias que pasan progresivamente a controlar puertos, aduanas, Cadivi, estructuras impositivas y contrataciones públicas, más aún si existe un trasiego clandestino de dinero para financiar proyectos secretos, y para sostener la actividad política del partido en el poder o grupos políticos y gobiernos de otros países. Las maletas buchonas que van a Argentina o a Bulgaria son un pequeñísimo muestrario del subsuelo revolucionario, de lo cual los Fondos son tan profundos como oscuros, sean chinos o no.
Lo que ocurre en esa dinámica en la cual el falaz propósito revolucionario lo justifica todo es que la ley desaparece como mandato y como referencia. Todo vale, siempre que los fines lo justifiquen y se esconda de la opinión pública. Allí, en esa noche en la que "todas las vacas son negras y todos los gatos son pardos", se pierde la distinción entre lo privado y lo público, lo mío y lo nuestro, lo que pertenece al orden de la ciudad y lo que pertenece al orden del individuo. Nicolás, ¿tú crees que el funcionario que lleva una paca de dólares para un propósito revolucionario, se parará en seco cuando vaya a París y se tropiece con unos trajes de marca, un restaurant "cuatro estrellas" o ese vino carísimo que a los paladares rojos parece inspirar?
La indistinción entre lo público y lo privado que prevalece en tu revolución, Nicolás, no es capitalista sino precapitalista. Lo que hizo el capitalismo, a través de siglos, fue precisamente producir la separación entre el ámbito del Estado y el de lo privado-económico. Aclaratoria útil y gratuita que se te hace.
LA BURGUESÍA PARASITARIA.
Cierto que la burguesía parasitaria no es nueva. Está ligada al rentismo petrolero del cual este proceso, Nicolás, es creación. Tu revolución no se explica sin el rentismo petrolero y no existe éste sin su burguesía parasitaria, diferente a la productiva y creadora. En Venezuela ha habido de las dos y, sin duda, la vinculación con el Estado ha sido factor para la acumulación originaria o permanente de capitales. Chávez destruyó en lo fundamental a la burguesía productiva y una parte de la parasitaria, pero para funcionar su sistema si bien no permitió la creación o renovación de la burguesía productiva, necesitó -óyeme bien, necesitó- la generación de su propia burguesía parasitaria, su boliburguesía con sus críos, los bolichicos.
Ahora te vas a dedicar a perseguir a los pobretones que quieren hacerse de unos dólares con las tarjetas de crédito sin atender a la inmensa boliburguesía que ha generado este proceso entre viejos y nuevos, civiles y militares, de derecha e izquierda. Una vez te dije: míralos dónde viajan, cómo visten, dónde viven, para que sepas el lugar en el cual anida la corrupción. No dudo que haya azules o amarillos; pero rojos, como arroz.
Perseguir al que quiere dólares es vender el diván, porque buscar cambiar bolívares que se disuelven por dólares es la única conducta económica racional para ahorrar. Si te pones a buscar solo a los de las vivezas menores vas a descuidar a los de los millones. Y están a tu lado.
Supóngase que Nicolás desea luchar contra la corrupción. Supóngase que no lo ha hecho por una de tres razones: 1. No sabía de su existencia; 2. Aunque sabía de su existencia, estaba en un cargo que no le permitía combatirla; 3. Aunque sabía de su existencia y podía haberla combatido, no podía saber cuánto peligro provocaba a la estabilidad del régimen que encarna. Con el látigo en la mano va a depurar la inmunda sentina en que la República fermenta y se propone liquidar la corrupción y sus primas hermanas, el nepotismo y lo que ha denominado, bajo el consejo de un poco imaginativo asesor, el cadivismo.
El discurso es interesante porque fue leído. No hay que olvidar que los próceres del bochinche bolivariano han hecho de la improvisación oratoria -y de la otra- un estilo de vida. Leer se convirtió en una mala práctica que le dejó a los hígados del Comandante algunas de sus más eternas metidas de pata. Del discurso pueden dejarse de lado las citas excesivas, en particular aquellas de Bolívar que un anciano general administra como su tesoro particular en el baúl herrumbroso del Sótano 3 de Miraflores. Con Chávez sonaban a proclama, con Maduro a improvisado discurso de alumno de 3° castigado.
En el batiburrillo de referencias hay de todo, pero dos autores merecen destacarse: Javier Birdeau y Rigoberto Lanz, mi amigo, fallecido hace pocas semanas. Estos dos intelectuales fueron marginados por las corrientes dominantes dentro del chavismo. Ambos llegaron a ser críticos en la misma dirección, sobre el burocratismo, el autoritarismo y la corrupción, y discretamente fueron puestos de lado. Perjudicaban el proceso, llegaron a decirles. El hecho de que Maduro reivindique el pensamiento de un posmarxista y de un neomarxista, sugiere una ruptura con unos cuantos de la izquierda tradicional comunista y paracomunista a los que Chávez se sentía tan atraído. Es posible que sean exquisiteces intelectuales de sobremesa lo que ha animado a Nicolás a citarlos, pero sin duda los trae del ostracismo al que fueron condenados por sus propios camaradas, vividores y acomodados. Lástima que para Rigoberto haya sido tan tarde y la mención de Maduro es de un artículo de 2006, de hace más de 7 años que el chavismo ignoró hasta ahora. La cita: "Hay una subcultura de la corrupción en el país que no se vence con espasmódicos sermones ni con una simple mención retórica a este problema. Trátese de la pillería gansteril que no vacila en rasparse la caja fuerte con el mayor desparpajo o de las refinadas prácticas del favoreo, el quiquirigüiqui y otras mañas bien mantenidas por legiones de funcionarios de todos los pelajes, la primera regla es una radical intolerancia frente a estas prácticas".
LA HORRIBLE ENFERMEDAD. Nicolás tiene razón en una cuestión central: la corrupción se come su revolución. Él dice que se la puede comer, pero la digiere cómodamente y está a punto de expulsar sus desechos.
El proyecto político bolivariano no pudo combatir la corrupción por varias razones. Una fundamental es que se ha producido una destrucción masiva de la institucionalidad pública, y el control social no es sino una mascarada para financiar la estructura comunal del PSUV. Al destruirse las instituciones y no crear una institucionalidad alternativa, "revolucionaria", el Estado se desintegró en sus funciones básicas. No hay Contraloría, no hay Fiscalía para acusar a los camaradas -salvo a unos de tercera categoría-, no hay Defensoría del pueblo (la titular acaba de calificar como "centelleante" el discurso en referencia y no le dio pena alguna), no hay Parlamento que investigue, no hay policía que documente, salvo en casos en que haya interés políticos expreso.
Al derrumbarse la institucionalidad pública por inexistente o ineficaz, ese lugar lo toman las mafias que pasan progresivamente a controlar puertos, aduanas, Cadivi, estructuras impositivas y contrataciones públicas, más aún si existe un trasiego clandestino de dinero para financiar proyectos secretos, y para sostener la actividad política del partido en el poder o grupos políticos y gobiernos de otros países. Las maletas buchonas que van a Argentina o a Bulgaria son un pequeñísimo muestrario del subsuelo revolucionario, de lo cual los Fondos son tan profundos como oscuros, sean chinos o no.
Lo que ocurre en esa dinámica en la cual el falaz propósito revolucionario lo justifica todo es que la ley desaparece como mandato y como referencia. Todo vale, siempre que los fines lo justifiquen y se esconda de la opinión pública. Allí, en esa noche en la que "todas las vacas son negras y todos los gatos son pardos", se pierde la distinción entre lo privado y lo público, lo mío y lo nuestro, lo que pertenece al orden de la ciudad y lo que pertenece al orden del individuo. Nicolás, ¿tú crees que el funcionario que lleva una paca de dólares para un propósito revolucionario, se parará en seco cuando vaya a París y se tropiece con unos trajes de marca, un restaurant "cuatro estrellas" o ese vino carísimo que a los paladares rojos parece inspirar?
La indistinción entre lo público y lo privado que prevalece en tu revolución, Nicolás, no es capitalista sino precapitalista. Lo que hizo el capitalismo, a través de siglos, fue precisamente producir la separación entre el ámbito del Estado y el de lo privado-económico. Aclaratoria útil y gratuita que se te hace.
LA BURGUESÍA PARASITARIA.
Cierto que la burguesía parasitaria no es nueva. Está ligada al rentismo petrolero del cual este proceso, Nicolás, es creación. Tu revolución no se explica sin el rentismo petrolero y no existe éste sin su burguesía parasitaria, diferente a la productiva y creadora. En Venezuela ha habido de las dos y, sin duda, la vinculación con el Estado ha sido factor para la acumulación originaria o permanente de capitales. Chávez destruyó en lo fundamental a la burguesía productiva y una parte de la parasitaria, pero para funcionar su sistema si bien no permitió la creación o renovación de la burguesía productiva, necesitó -óyeme bien, necesitó- la generación de su propia burguesía parasitaria, su boliburguesía con sus críos, los bolichicos.
Ahora te vas a dedicar a perseguir a los pobretones que quieren hacerse de unos dólares con las tarjetas de crédito sin atender a la inmensa boliburguesía que ha generado este proceso entre viejos y nuevos, civiles y militares, de derecha e izquierda. Una vez te dije: míralos dónde viajan, cómo visten, dónde viven, para que sepas el lugar en el cual anida la corrupción. No dudo que haya azules o amarillos; pero rojos, como arroz.
Perseguir al que quiere dólares es vender el diván, porque buscar cambiar bolívares que se disuelven por dólares es la única conducta económica racional para ahorrar. Si te pones a buscar solo a los de las vivezas menores vas a descuidar a los de los millones. Y están a tu lado.
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