ARGELIA RÍOS| EL UNIVERSAL
viernes 24 de enero de 2014 12:00 AM
Ya se ha dicho muchas veces: la revolución llegará hasta donde el país se lo permita. La resaca poselectoral del campo democrático -una reacción anticipada por los libretistas cubanos- colabora con el objetivo del sometimiento sumiso. Maduro rechazó el carácter plebiscitario de los comicios municipales, pero hoy le saca todo el provecho posible a las consecuencias de un evento que sí tuvo la naturaleza que él le negó, en combinación con factores del propio mundo opositor. El heredero hace lo que tantas veces hizo el comandante, en tanto que sus adversarios también reproducen la conducta derrotista de siempre.
Es verdad que el Maduro de hoy no es el mismo que recibió los controles de mando en diciembre de 2012, pero no es cierto que tenga ya totalmente despejada la autopista por donde transita en este momento, tratando de aprovechar al máximo el carburo que el "dakazo" le proporcionó. Aquella masa de hormigón que se le plantó al comandante original no puede entregarse ante una copia que aún está en construcción. Frente a la tragedia solo cabe quitarse de encima el pesimismo pavoso que nos envuelve y levantarse para resistir con terquedad a la resignación que el Gobierno busca provocar.
Lo que estamos viendo es una dura ofensiva con la cual se abona el terreno para pedirle a la clientela revolucionaria nuevos y más duros sacrificios. Hasta ahora, a Maduro las cosas le han marchado a pedir de boca, pero nadie puede decir con certeza plena que esa tolerancia ciudadana de hoy se prolongará indefinidamente. Ella es en realidad una expresión de impotencia y desconsuelo.
En todo este tiempo, los adversarios del régimen la han tenido cuesta arriba para plantear una oferta superior a la de la dádiva, pero el socialismo del empobrecimiento, la escasez y la hiperinflación le abren una posibilidad. Ese esfuerzo es una deuda con Venezuela.
Maduro y la sucesión necesitan que los pobres se resteen "con hambre y sin empleo", como lo hicieron con el Chávez que administró los tiempos perdidos de la bonanza. La oposición, en cambio, requiere mejorar radicalmente su mensaje, para hacerles comprensible a los pobres que están siendo utilizados inescrupulosamente en un proyecto de poder que trafica con la ingenuidad y la ignorancia. De eso depende que el chavismo desoiga el "sangre y sudor y lágrimas" que se le propone con la guerra económica. La crisis también es una oportunidad. Es un crimen que las mezquindades impidan asumirla como tal y es un crimen que el desaliento siga colaborando en la edificación de otro "comandante supremo". Las grandes luchas no mueren por causa de los yerros de sus líderes; mueren cuando se extinguen las llamaradas de la esperanza.
Es verdad que el Maduro de hoy no es el mismo que recibió los controles de mando en diciembre de 2012, pero no es cierto que tenga ya totalmente despejada la autopista por donde transita en este momento, tratando de aprovechar al máximo el carburo que el "dakazo" le proporcionó. Aquella masa de hormigón que se le plantó al comandante original no puede entregarse ante una copia que aún está en construcción. Frente a la tragedia solo cabe quitarse de encima el pesimismo pavoso que nos envuelve y levantarse para resistir con terquedad a la resignación que el Gobierno busca provocar.
Lo que estamos viendo es una dura ofensiva con la cual se abona el terreno para pedirle a la clientela revolucionaria nuevos y más duros sacrificios. Hasta ahora, a Maduro las cosas le han marchado a pedir de boca, pero nadie puede decir con certeza plena que esa tolerancia ciudadana de hoy se prolongará indefinidamente. Ella es en realidad una expresión de impotencia y desconsuelo.
En todo este tiempo, los adversarios del régimen la han tenido cuesta arriba para plantear una oferta superior a la de la dádiva, pero el socialismo del empobrecimiento, la escasez y la hiperinflación le abren una posibilidad. Ese esfuerzo es una deuda con Venezuela.
Maduro y la sucesión necesitan que los pobres se resteen "con hambre y sin empleo", como lo hicieron con el Chávez que administró los tiempos perdidos de la bonanza. La oposición, en cambio, requiere mejorar radicalmente su mensaje, para hacerles comprensible a los pobres que están siendo utilizados inescrupulosamente en un proyecto de poder que trafica con la ingenuidad y la ignorancia. De eso depende que el chavismo desoiga el "sangre y sudor y lágrimas" que se le propone con la guerra económica. La crisis también es una oportunidad. Es un crimen que las mezquindades impidan asumirla como tal y es un crimen que el desaliento siga colaborando en la edificación de otro "comandante supremo". Las grandes luchas no mueren por causa de los yerros de sus líderes; mueren cuando se extinguen las llamaradas de la esperanza.
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