RICARDO COMBELLAS| EL UNIVERSAL
martes 28 de enero de 2014 12:00 AM
Apenas apareció en las librerías el testimonio de Iván Simonovis, El prisionero rojo, lo compré y leí de un tirón y sobre todo con fruición. Me transporté a la cotidianidad de un preso inocente, cuya dureza existencial aumentó sin duda en los días navideños de la presentación del libro, época en que una vez más le fue negado una elemental medida humanitaria, cónsona con la reconciliación que nos inspira el mensaje de Jesús. Por el contrario prevaleció la inquina y el odio sobre un hombre al que se ha intentado mil veces humillar y quebrar. Sumergiéndome con presuroso interés en sus páginas, con la imaginación de la mente y el espíritu me propuse mostrarle mi solidaridad, que hago en estas sencillas líneas, al unísono de recordar la frase de Albert Camus: "En la cárcel, los sueños no tienen límites y la realidad no pone freno".
De entrada es un libro excelente. Bien escrito, convincente en sus argumentos, lleno de detalles sobre la vida de un brillante profesional de la policía, transpira lo largo de sus páginas el solidario amor de su familia, de manera muy especial de su valiente e inteligente esposa, y el ansia inflexible del inocente injustamente condenado por recobrar su legítima libertad.
Confieso que no soy amante de la lectura de temas delictivos, carcelarios y policiales, pero no es este el caso, aparte de que toda regla tiene excepciones, pues estamos frente a un libro donde por sobre todo se singularizan los eternos valores de la justicia y la libertad, y se condena con el rigor del argumento veraz la persecución al inocente, el abuso de la política al servicio no del bien común sino de protervos intereses, y la desnaturalización del sistema judicial, donde el fin parece ser no el impartir justicia, dentro del respeto a los más elementales derechos unidos a nuestra dignidad como seres humanos, sino el del ensañamiento con los que se perciben arbitrariamente como enemigos del proceso.
El castigo inmisericorde a Iván Simonovis es un pesado baldón sobre el régimen y sus características más protuberantes: el desprecio a la libertad, la justicia al servicio de la política, el resentimiento que está en la base de sus acciones, y las carencias de un principio consustancial a las modernas democracias: el Estado de Derecho.
Aunque el tiempo perdido jamás se recupera, nunca es tarde para solicitar nuevamente clemencia y medidas humanitarias por el injustamente condenado, el preso símbolo de la Venezuela libertaria, el corajudo comisario Iván Simonovis.
De entrada es un libro excelente. Bien escrito, convincente en sus argumentos, lleno de detalles sobre la vida de un brillante profesional de la policía, transpira lo largo de sus páginas el solidario amor de su familia, de manera muy especial de su valiente e inteligente esposa, y el ansia inflexible del inocente injustamente condenado por recobrar su legítima libertad.
Confieso que no soy amante de la lectura de temas delictivos, carcelarios y policiales, pero no es este el caso, aparte de que toda regla tiene excepciones, pues estamos frente a un libro donde por sobre todo se singularizan los eternos valores de la justicia y la libertad, y se condena con el rigor del argumento veraz la persecución al inocente, el abuso de la política al servicio no del bien común sino de protervos intereses, y la desnaturalización del sistema judicial, donde el fin parece ser no el impartir justicia, dentro del respeto a los más elementales derechos unidos a nuestra dignidad como seres humanos, sino el del ensañamiento con los que se perciben arbitrariamente como enemigos del proceso.
El castigo inmisericorde a Iván Simonovis es un pesado baldón sobre el régimen y sus características más protuberantes: el desprecio a la libertad, la justicia al servicio de la política, el resentimiento que está en la base de sus acciones, y las carencias de un principio consustancial a las modernas democracias: el Estado de Derecho.
Aunque el tiempo perdido jamás se recupera, nunca es tarde para solicitar nuevamente clemencia y medidas humanitarias por el injustamente condenado, el preso símbolo de la Venezuela libertaria, el corajudo comisario Iván Simonovis.
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