La discusión sobre la violencia criminal en Venezuela encuentra a Alejandro Moreno en su oficina y con sus armas en la mano, listas para ser desenfundadas. Armas que no son pistolas ni subametralladoras, sino libros, ideas, estudios y razonamientos. Y en su oficina en Caracas, este psicólogo, filósofo y teólogo, fundador y director del Centro de Investigaciones Populares, dispara argumentos -en conversación con el Correo del Orinoco- que pueden ser tan duros como proyectiles y que tienen como blanco a la sociedad, el Gobierno y el Estado.
Moreno alerta que las bandas de muchachos de no más de 25 años de edad se han convertido en una subcultura de hombres dispuestos a matar porque matar es poder y es un acto placentero para ellos.
Aun cuando considera que se puede hablar de crímenes atroces, señala que el asesinato de la actriz Mónica Spear y de su esposo, Thomas Berry, que ha levantado una polvareda nacional e internacional, “no es de lo más atroces; más bien es casi común”, porque los delincuentes “interfieren el desplazamiento de un vehículo y disparan”. Eso “está sucediendo abundantemente”, y según sus estimaciones, se volvió cotidiano desde hace cuatro o cinco años; el año 2013 “ha sido muy abundante en esto, lo que me hace temer que 2014 puede ser peor”.
Su preocupación es evidente al analizar que “hemos entrado en una espiral de lo que yo llamo los crímenes sin suficiente motivación. Hay crímenes con motivación banal: le dieron un pisotón, sacó la pistola y disparó”. Es “una motivación banal y perversa, porque por supuesto que ninguna motivación es justa en este caso, pero hay los que no tienen motivación, y lo que estamos descubriendo es que disparan y matan por matar”.
Con base en su conocimiento, advierte que se está formando “un grupo humano, con su propio mundo de vida, al margen de la forma de vida y del mundo de vida de la sociedad”, ya que “desarrolla sus propios valores, desarrolla sus propia manera de entender la realidad y de reaccionar ante ella, de buscarse los bienes”. Maneras que están “completamente fuera de lo aceptado en la convivencia social de la gente”.
Moreno ya lo había enunciado en la investigación Y salimos a matar gente: “El delincuente estructural ha convertido la violencia en su forma de vida, en una forma de vida”. Pero en ese momento lo había analizado como un fenómeno de los sujetos: “No se nos había presentado todavía como un fenómeno grupal”.
Aclara que son “grupos de panas”, que tienen “cierta jerarquía de prestigio”. Y asegura que es una subcultura, entendida como “la manera que tiene un grupo humano de habérselas con la humanidad”. Un grupo se comunica con otro, “y tienen la misma forma de vivir la vida”.
Moreno precisa que estos delincuentes violentos no son enfermos ni tienen daño cerebral o psicológico de por sí, pero sí están en una subcultura y tienen libertad de decisión. Va aún más allá: Esas personas “saben lo que hacen, quieren lo que hacen y lo comparten todos. Todos tienen el mismo punto de vista”. Por ahora, analiza, “son grupos aislados”, pero “en el futuro pueden conectarse y se pueden convertir en un poder”.
A FUEGO LENTO
El investigador sostiene que esa subcultura “se ha ido formando lentamente”, debido -entre otras razones- a la práctica de la violencia sin consecuencias “o con consecuencias banales”. Toma el ejemplo de la banda que asesinó a Spear y a su esposo: cuerpos de seguridad dijeron que la habían desintegrado varias veces, lo que Moreno critica porque “una banda se la desintegra una sola vez si eres policía y si eres el Estado”. El desorden “favorece que actúes libremente, jugando con los distintos desórdenes”, reprocha.
“Cuando un acontecimiento social como este se deja a su libre desarrollo, se desarrolla y se amplía”, advierte, “y va captando a otros. Por eso es peligrosísimo”.
Todo empieza por las prácticas: “atracas, en pequeños grupos o en conexión con otros compinches y no tiene consecuencias. Entonces te afirmas en lo que estás haciendo y te afirmas en la manera de entender y de pensar. Empiezas a pensar que las cosas son así, que hay una forma natural de hacer las cosas así; que es lícito, que es normal hacerlo”. Así se forma “una mentalidad, una manera de ver que acaba por convertirse en una subcultura. ‘Yo soy así’. De unos años para acá han empezado a jactarse. Es más: pertenecer a esa cultura se convierte en un logro, se convierte en motivo de orgullo”. Ahora es, no una postura individual, sino una posición de grupo.
La vida humana merece, para la sociedad, un gran respeto. No así para los integrantes de esta subcultura. Ser malandro es “tener poder, y tener poder quiere decir tener todas las jevas que yo quiera, tener todo el dinero que yo quiera, tener el dominio de todos los que yo quiera”, describe. Los estudios de Moreno revelan que la gran motivación de estos delincuentes es imponer el ser respetados. “¿Cómo ven la vida? La vida como poder”.
-¿Y cómo ven la vida del otro, a quien se la quitan?
-Si tienes poder, la vida del otro está sometida a tu poder. En sentir que tienes poder. Eso lo decía Alfredo, uno de los sujetos nuestros, y en los otros también se nota eso como gran motivación: el tener poder.
-¿Eso los lleva a matar?
-Claro. ¿Qué mayor poder que ser dueño de la vida y de la muerte de otro? A uno le cuesta mucho pensar que haya gente de esta manera, pero cuando se convierte en una manera común de entender, y compartida, pues parece normal. Y ni siquiera se plantean la pregunta.
-¿No hay conflicto ético?
-No. Quizá al principio. Uno de los sujetos con los que trabajamos nos dijo: “La primera noche, con el primero que yo maté, no dormí”. Pero más que conflicto ético, es miedo, por la superstición de que “me va a salir el muerto”.
Matar se convierte, para ellos, en algo normal. Moreno cuenta que en la carretera vieja Petare-Guarenas, en diciembre pasado, personas que esperaban el autobús fueron ametralladas. “Es matar a cualquiera, es matar por matar. Es tremendamente preocupante y se está convirtiendo en un valor en esa subcultura, porque da prestigio, porque da poder y produce placer”.
LAS CAUSAS
El investigador es muy crítico de la actuación del Gobierno y del Estado para atender este fenómeno. Cita a uno de los muchachos que analizó en sus trabajos: “Tenía 17 años (con cinco o seis asesinatos), cae preso con otro de 21 que tenía 13 muertos. A este lo llevan al Rodeo, a los tres meses sale. El muchacho de 17 años se escapa del centro juvenil donde estaba recluido y dice, tan tranquilo: ‘Seguimos matando gente”.
Hay, acusa, “una impunidad que viene de la justicia”, hasta el punto de que “los malandros han aprendido a tener un fondo de dinero para cuando caigan presos”.
Su experiencia con algunos cuerpos policiales cuando detienen a un malandro dista mucho de ser buena: “A una persona le dan vuelta y vuelta hasta que pague. Los primeros que inventaron, a mi parecer, el secuestro exprés son los policías, con el ruleteo para que les paguen”.
A su juicio, “en todos los gobiernos hubo lenidad y no hubo compromiso, pero en este gobierno no ha habido ninguno. En estos años ha sido desastroso, por unas razones supuestamente teóricas: Porque dicen que son víctimas de la sociedad, son pobrecitos, son del pueblo. Pero yo creo que hay que saber distinguir; no se puede analizar una realidad como esta con ligereza y sin una profundidad de análisis”. No se trata de tener “una ideología de catecismo”, resume.
-¿No son víctimas de la sociedad?
-También, pero eso es un factor más. Lo que hemos encontrado en nuestras investigaciones es que no tiene nada que ver la pobreza de origen con su conducta criminal, lo cual no quiere decir que la pobreza no sea un ambiente en el cual se pueden fomentar ciertas cosas, porque establece límites, cierra posibilidades; más que la pobreza personal, la pobreza ambiental. Pero no hay una relación directa, porque si no, todos los pobres serían malandros. Y desde el punto de vista ideológico, si tú eres de izquierda y estás diciendo que es por la pobreza, estás acusando a todos los pobres. La ideología ahí a veces juega al revés.
EL MODELAJE
Moreno opina que también ha influido la relación entre Gobierno-oposición, especialmente “por las autoridades de mayor prestigio” que “han atacado de palabra, pero de una manera sumamente violenta, han mostrado públicamente la violencia” con palabras y gestos. “La psicología social nos ha enseñado muy bien que la mayoría de las conductas se aprenden por el modelaje” y que “las personas de mayor prestigio: un futbolista, un gran artista, un literato de importancia, un presidente, un gobernador, son las que tienen mayor probabilidad de que sus conductas sean reproducidas”.
Puntualiza, no obstante, que esta reproducción “nunca es exacta” ni una copia al carbón, sino el resultado de un procesamiento. “Si muestras que puedes agredir al otro sin ninguna consecuencia”, enseñas que “eso se puede hacer”. El modelaje “facilita la emisión de conductas, facilita el aprendizaje de conductas”.
-¿Y la violencia de la exclusión?
-Las masas, que no son dirigentes o élites de los países, siempre han estado excluidas, y en Venezuela han estado excluidas siempre, marginadas, pero no había habido esta violencia. La exclusión hay que eliminarla por justicia, por derechos humanos y por dignidad humana, pero si vas a verla como fuente, como ambiente donde se da la violencia, puede ser, pero no es así en todos los lugares. La India, por ejemplo, y el mismo Haití, son ejemplo de ello. No se puede decir que haya una relación directa; hay otros factores que son más determinantes.
Moreno recuerda que en los años 80 del siglo XX “teníamos la tasa de homicidios común, el promedio mundial”, pero ahora, según cifras oficiales, el país cerró 2013 con una tasa oficial de 39 homicidios por cada 100 mil habitantes.
-¿Hay un punto de inflexión?
-Los puntos de inflexión son los momentos de desorden social, político y ético. Primer momento: 1989, con El Caracazo. Después de El Caracazo inmediatamente subió la tasa y se estabilizó. Otro momento: 1992, dos intentos de golpe. Hay un desorden institucional en sentido general: institución militar, institución política. Sube la tasa y se queda. Y luego, en 1998: ahí también hay un cambio completo, y sube.
El investigador habla, también, de la “imposibilidad de las instituciones”, y recalca que los jueces no tienen cómo atender tantos expedientes. “Es como una culebra que se muerde la cola, es un círculo vicioso”. Estima, además, que no hay una clara disposición del Gobierno “de tomar medidas en serio”.
Es verdad, añade, que la violencia “implica a toda la sociedad”, pero “cada uno hace lo que puede. La iglesia hace lo que puede con educación”, pero hace falta “un Gobierno que establezca los controles”. A su juicio, los planes implementados han fracasado. “¿Y voy a creer yo en otro plan?”, se pregunta.
PROPUESTAS
-¿Qué haría usted ya?
-La base para esto es algo que no se quiere hacer: distribuir el poder. No a las comunas, que no son poder autónomo, ni los Consejos Comunales, que no son poder. Me refiero a poder de la comunidad, poder autónomo de la comunidad.
Asegura: “Si yo tengo una especie de alcalde en mi barrio, con nombramiento y participación de toda la comunidad, con conexión con el Estado y con apoyo del Estado” será una forma de prevenir.
Un barrio “es una trama de relaciones”; allí el malandro tiene una mujer, los primos, los hermanos, los amigos. Esos vínculos sirven, por un lado, para ocultar, lo que “favorece la impunidad del malandro”, pero por otro lado sirve para influir y cambiar su personalidad, o encontrar formas “de neutralizar su acción”. La distribución del poder, argumenta, hace más manejable esa trama. Moreno cita los casos de Lima y de Bogotá, donde se crearon más municipios y “bajó la violencia”. Esa, aclara, “no es la solución total”, pero contribuye.
Igualmente incide la educación, que es eficaz como herramienta preventiva pero que hay personas a quienes no las cambiará. Se deben emprender acciones policiales, institucionales, pero “lo más importante sería la reforma completa de la justicia”.
¿Cómo desarticular la subcultura? “Eso requiere tiempo, y ahí es donde entra la difusión de valores, pero valores no solamente enseñados, sino practicados”, con la muestra de lo que es la otra sociedad. El problema, acota, es que “la otra sociedad” debe ser apetecible para ellos. “Debe ser apetecible para desarticular esa otra microsociedad, para que no tenga éxito y se muera por sí misma”. Pero también se debe garantizar que esa subcultura no tenga acceso a armas ni a drogas. “Es un trabajo completo, pero no ejercido por los ciudadanos comunes y corrientes, sino por el Estado”.
EL ROL DE LOS MEDIOS
El crimen Spear-Berry puso en el tapete de nuevo la relación entre delincuencia y medios de comunicación. Sobre este tema, Moreno subraya que “algo tiene que influir”, pero precisa que una película violenta es vista como una película por la población. “Cuando procesas la violencia, no en el marco de la verdad, sino en el marco de la fantasía, se queda como fantasía en la mayoría de la gente. Cuando algunos tienen tendencias, les influye indudablemente. Uno sabe del malandro que ha ido a ver tres o cuatro veces la misma película para ver cómo se dispara”.
Como investigador, acota que se han hecho mucho estudios “y no se ha llegado a ninguna conclusión clara”, aun cuando “siempre hay una sospecha”.
NO SON TANTOS PERO SU CAPACIDAD DE MUERTE “ES ASOMBROSA”
“Los malandros realmente activos en un barrio generalmente no pasan de 5 o 6, 10 cuando mucho. En un barrio de 8 mil habitantes 10 personas no es mucho. Es que la gente se cree que nosotros en Venezuela tenemos infinidad de malandros. No es verdad. No son tantos los malandros. Lo que pasa es que tienen una capacidad de muerte que es asombrosa. Tienen las armas que quieren, no tienen consecuencias negativas porque hay completa impunidad, tienen cómo moverse de un lado para otro. Tienen todas las facilidades. El porcentaje de delincuentes asesinos que nosotros tenemos no pasa del porcentaje de potenciales delincuentes de este tipo que pueda haber en cualquier sociedad. Lo que pasa es que en esas sociedades están controlados”.
“LA PENA DE MUERTE NO RESUELVE NADA”
Alejandro Moreno está en contra de la pena de muerte pero sabe que esos vientos soplan fuerte en una parte de la sociedad venezolana.
“Desgraciadamente cuando suceden hechos como el de Mónica Spear y su esposo, si preguntas si hay que poner la pena de muerte, más de 50% de los venezolanos te va a responder que sí”.
-¿Por qué usted les diría que no?
-La muerte de alguien nunca será justa. Además, no es necesario, para evitar el daño que cause una persona, matarla. Las instituciones y las sociedades modernas pueden tener medios para controlarlos. Si la persona está convertida en un criminal que se formó como tal, eso requiere un control especial, que puede ser la cárcel pero realmente cárceles. Nuestras cárceles son el mundo donde la violencia tiene su asiento, su difusión, su producción y su expansión.
La pena de muerte, insiste, “es injusta, porque no hay derecho a matar a nadie, sobre todo cuando se lo puede controlar”. Además, “la pena de muerte no resuelve nada; de hecho, en los países donde hay pena de muerte no ha disminuido la violencia, ni el eliminar la pena de muerte la ha aumentado, de manera que la pena de muerte no es eficiente”.
Moreno enfatiza que, por el contrario, la pena de muerte “puede servir para algo muy malo”, que es “el descargar la venganza no solamente de aquellos que son víctimas sino de la sociedad misma. La sociedad aprende que vengarse es lo que tiene que hacer, que vengarse es lo bueno, y eso difunde más violencia en el ánimo de la gran población, de la gran masa. La pena de muerte es dañina para la sociedad”.
El investigador entiende que esa sea la reacción, pero remarca que la pena de muerte no es lo justo. Por el contrario, subraya que se necesita control por parte del Estado.
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