Por Miguel Bolívar Chollett
En el primer artículo de esta serie mencionamos a unos pocos dictadores. Dejamos fuera de la lista a muchos más. Algunos accedieron al poder como resultado de una elección, lo cual les confirió inicialmente una aureola de legitimidad. La mayoría sin embargo, alcanzó la condición de dictador y mantuvieron ese estatus por medio de la represión, de la violencia y la negación de las libertades individuales.
Afirmar que un dictador surge necesariamente a través de medios antidemocráticos o ilegítimos no es una verdad categórica. Hitler fue designado Canciller Imperial por el propio presidente Hindenburg. Después llegó a ser Führer (líder máximo, caudillo nacional) haciendo trampas con los mecanismos institucionales que entonces existían. Después de eso, vino una escalada de ascenso totalitario: Centralizó el poder y suprimió el federalismo; liquidó la libertad de expresión, dejó sin efecto el principio de la inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia; abolió el derecho a la propiedad privada; prohibió la libertad de reunión y de asociación. Desató la persecución contra todos aquellos sobre quienes pudiera recaer una ligera sospecha de que eran enemigos de su régimen y desencadenó un antisemitismo que condujo al asesinato de millones de judíos, así como también de gitanos. Fue un perverso desarrollo político que lo convirtió en un dictador absoluto y totalitario, narcisista y megalómano que provocó e inició la Segunda Guerra Mundial invocando el artificioso derecho que tenían los pueblos germánicos a asegurarse un “espacio vital” (Lebensraum).
Pudiera ser entonces, que dictaduras como las modernas hayan tenido un origen formalmente democrático o que incluso, hayan contado con una base electoral legitimadora. Pero a corto o mediano plazo los dictadores transgreden impunemente el estado de derecho y se constituyen en regímenes arbitrarios que atropellan las libertades individuales, la libertad de pensamiento y de expresión y generan lo que se ha dado en llamar un “culto a la personalidad”.
Una dictadura es una forma de Gobierno en la cual el poder se concentra en torno a la figura de un individuo o de una élite. Los dictadores modernos desconocen o prescinden de manera autoritaria de la separación equitativa, justa, equilibrada y autónoma de los poderes. En la práctica la tendencia es a una concentración aberrada de un Poder Ejecutivo hegemónico en beneficio del dictador y de su camarilla. Las dictaduras, por lo general, se sostienen sobre la base de una supremacía militar y de una capacidad institucionalizada del monopolio de la violencia. Continuamente ―y en eso se parecen a las dictaduras romanas― se invoca la existencia de situaciones de emergencia o de graves amenazas internas o externas para tratar de perpetuarse en el poder. De igual manera, a menudo, la permanencia en el poder se justifica en términos de argumentos que bordean circunstancias y eventos religiosos, místicos o sobrenaturales. De esta manera, la imagen o la referencia al dictador se construye, ante los ojos de los subordinados, como la de ser un elegido infinito, un gendarme necesario, un líder eterno… En los tiempos que corren y de manera casi axiomática, el ejercicio de dictador va indisolublemente ligado a la corrupción ―lo cual no es una propiedad exclusiva de las dictaduras. También en las democracias se da la perversidad de esta anomalía política, solo que en las dictaduras la corrupción alcanza un valor limítrofe con la impunidad.
En conclusión, la personificación del dictador puede asumir simultáneamente otros atributos: Abuso o extralimitación de la autoridad; interpretación y aplicación discrecional de las leyes en beneficio de la funcionalidad del régimen; acciones explícitas para imponer una sola forma de pensamiento político o una sola ideología (“Quien no está conmigo, está contra mí”; “aquel que no piense como yo es mi enemigo”; “quien no apoye este proyecto es un traidor a la patria”…). Podríamos extender la caracterización de esta clase de regímenes, pero quisiera concluir este obligatoriamente breve recorrido político con tres valoraciones: La primera tiene que ver con un principio filosóficamente esencial: Lo que indefectiblemente mejor define a una dictadura es la negación de la condición humana. Esto es, la frecuente violación de los derechos y libertades individuales. La segunda se relaciona con el hecho de que el mecanismo sobre el cual se construye y se perpetúa una dictadura es el miedo. El miedo se genera con represión y permanente amenaza de exclusión del otro para controlar tanto la vida pública como también las formas de comunicación. La tercera apreciación cobra la forma de desiderátum: Ojalá que el futuro próximo nos pueda brindar una América Latina libre de gobiernos dictatoriales. Ojalá que los latinoamericanos, a breve plazo, podamos vivir y compartir formas de existencia social y comunitaria libres de odio y de resentimientos; donde los valores que guíen nuestras vidas sean la justicia transparente y ecuánime, la tolerancia, el respeto y la aceptación de que la existencia de diferentes formas de pensamiento es la base para construir un futuro mejor tanto para nosotros, como para las generaciones que vendrán.
No comments:
Post a Comment