Laureano Márquez
13 Junio, 2014
Lo de Chataing no es nuevo. Ha sucedido muchas veces en nuestra historia la censura y persecución del humor. También esta semana la excelente comediante Ale Otero rindió declaración. Zapata, Rayma, Weil, Edo, Gilberto González y los que participaron en aquel acto cultural en apoyo a Capriles que tanto impactó causó, han tenido algún inconveniente. Norkys Batista no puede tener sus celebrados orgasmos en ningún hotel del Estado, en los cuales tampoco podemos dormir ni trabajar los humoristas. Hay líneas aéreas que tienen listados de personas -entre las cuales hay humoristas- que no pueden tomar sus vuelos. Ha habido periódicos multados por artículos de humor.
Como se apuntaba al comienzo, esto es usual en la historia venezolana. Desde el propio comienzo de nuestra vida republicana, cuando los adulantes del noble presidente Carlos Soublette denunciaron a Francisco Robreño por la obra “Excelentísimo señor”, con la que éste parodiaba al presidente. En época de Guzmán se realizó un acto en el Teatro Caracas -que en esos tiempos, a pesar de todo, lo prestaban a disidentes- conocido con el nombre de “La Delpinada”, en el que se hacía sátira del presidente, por mampuesto, realizando un homenaje a un poeta de versos bastante cojos y maltrechos de nombre Francisco Delpino y Lamas, quien, como el presidente, se consideraba el más grande del universo. A los estudiantes ¡siempre los estudiantes!- no se les escapó la conexión y realizaron el acto y fueron perseguidos. También cuando Castro (el anterior Castro) se realizó otro acto humorístico, “La Sacrada”.
El presidente cerró la universidad y encarceló a los estudiantes y dijo que no abriría la universidad hasta que fueran expulsados, cosa que su digno rector no hizo. Con Gómez, cárcel y tortura en La Rotunda para Leoncio Martínez (Leo), Francisco Pimentel (Job Pim) y Andrés Eloy Blanco (la lista es larga, cito solo a los que fueron humoristas). Con Pérez Jiménez a otro humorista que no puedo nombrar, pero que es papá de un querido amigo, lo metieron esposado (aunque sin esposa ni hijos) en un vuelo de Pan Am, cuyo capitán pidió disculpas en inglés a los pasajeros porque llevaban a bordo un peligroso delincuente que era expulsado del país. En los tiempos de la democracia, también hubo persecución y cierres de publicaciones de humor, amenazas a programas televisivos y presiones sobre críticas hechas desde el humor.
La pregunta es la de siempre: ¿por qué se le teme tanto al humor? No cabe duda de que el humorismo es una de las mejores maneras de expresar la disidencia y la crítica a los poderosos. Cuentan que una de las razones que motivó a Guzmán a dejar el poder, fue cuando se dio cuenta de que no podía con el humor. El humorismo es inapelable porque es manifestación pura del ingenio. Sólo puede ser combatido con una manifestación de ingenio superior a la recibida, cosa que -obviamente- le resulta imposible al poder. Cuando éste solo cuenta con la fuerza bruta para aplacar la disidencia, cuando la intolerancia y la arbitrariedad se instalan, todo el mundo es perseguido, pero particularmente los humoristas, porque son los únicos que tienen herramientas para vencer las barreras de la censura. De hecho, el humor cuanto más se le persigue, mayor es su fuerza, cuanto más se le censura más cosas dice y cuanto más se le acorrala, más libre es, porque el ingenio no tiene fronteras, límites, ni barreras, no lo frenan los barrotes ni le hieren las balas. El humorismo es el último reducto de la libertad cuando ya se ha perdido en los demás espacios, así que, querido Luis, nuestra lucha apenas comienza.
Se ha recordado muchas veces y no está de más volverlo a hacer: Soublette citó a Robreño a su despacho, éste le leyó la obra y Soublette, con una sonrisa le dijo: “joven, vaya y monte su obra que Venezuela no se ha perdido ni se perderá porque el pueblo se ría de su presidente. Venezuela podrá perderse cuando el presidente se ría de su pueblo”.
Santa palabra.
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