OFELIA AVELLA| EL UNIVERSAL
lunes 4 de agosto de 2014 12:00 AM
Dilema difícil y constante para muchos venezolanos. Idea que ronda por muchas mentes que no encuentran la vía para abrirse camino. Idea que algunos bloquean porque ven inaccesible su posibilidad o sienten que están quizás atados a sus circunstancias.
Para muchos es un dilema existencial, pues la sensación es de derrumbe, de crisis, de inestabilidad e incertidumbre, pero también de dolores de parto, a los que siempre sigue una vida nueva. La decisión de salir del país es, como tantas otras en la vida, muy personal. A nadie puede reprochársele hacerlo, pues las circunstancias de cada quien son únicas, intransferibles, tanto como los límites de paciencia individuales. Todos somos diferentes y las situaciones nos van abriendo un camino que nos exige una respuesta personal y, por lo mismo, distinta a cada uno. Así como el umbral del dolor es particular en cada quien, de igual modo lo es la capacidad de tolerar ciertas circunstancias; de sobrellevarlas con paciencia, o de una manera, al menos, que no nos afecte primordialmente de modo negativo.
A veces escucho a muchos decir que querrían irse pero que no sabrían cómo, pues "eso de irse no es tan fácil". Tienen razón probablemente, en parte, y digo que sólo en parte porque ciertas decisiones ameritan de determinación. Cuando miles salieron de Europa después de la guerra (y los nietos de muchos de esos lo sabemos bien), llegaron a América con una maleta y un alma llena de nostalgias entremezcladas con ilusiones. Se determinaron a mirar hacia adelante sin permitirse volver el rostro atrás. El mundo era distinto, quizás, y podría parecernos que había más oportunidades. No sé. Lo cierto es que la voluntad decidida es más difícil de quebrar.
No estoy insinuando que hay que irse. Esa decisión es muy personal y compete a las familias en la intimidad del hogar, según lo vean conveniente para sus contextos particulares. Lo que sí pienso que es importante considerar, es el modo en cómo se asume lo que hoy vivimos como sociedad. Quedarse en Venezuela se ha tornado en toda una decisión de vida, tanto como irse. Por eso quisiera centrarme en la idea de que más que vivir con la sensación de que "estoy aquí porque no puedo irme", resulta preferible –y psicológicamente más sano–, plantearse una razón más trascendente por la cual se permanece por decisión y no por descarte.
Hay que asumir que uno está aquí para algo y si uno decide irse también será para algo. Ambas decisiones deben tornarse en existenciales. Después de evaluar qué es lo conveniente para cada familia, hay que saber que siempre se deja algo por otra cosa que en el momento parece prioritaria y esto sólo puede sopesarlo cada persona o grupo familiar. Verlo con claridad resulta esencial, pues quedarse con la sensación de frustración ante el planteamiento de no ser capaz de salir, torna en obstáculo cualquier oportunidad que se abra.
Lo importante es lograr el cambio de actitud. Irse o quedarse son formas distintas de recorrer el camino de la propia vida. Algunos tienen buenas razones para irse; otros las tenemos para quedarnos, pero hay que orientarse conforme a esas razones que dan sentido a nuestra decisión. Lo que intento decir es que irse o quedarse deben ser decisiones asumidas en libertad y no como resultado de un arbitrario juego del destino.
Vivimos momentos de dilemas existenciales, pero la paz llega cuando se logran ver con claridad las razones de la decisión. Hay que procurar que la propia vida se despliegue como un servicio, bien sea en Venezuela, como instrumentos de transformación de la nueva sociedad que tendremos; bien sea fuera, como un aporte a otras sociedades.
Se comprende que muchos no tengan ahora las condiciones externas para desarrollarse como quisieran, pero ante la angustia de decidir, pueden plantearse que siempre podrán retornar. Venezuela es su casa.
Los que aquí estamos y quedaremos, debemos tomar conciencia que tendremos la oportunidad –la estamos teniendo ya– de repensar el país, de redefinirlo, de asumir su reconstrucción. Venezuela necesita gente comprometida, particularmente sincera y determinada a poner sus talentos al servicio de muchos: de la unidad, del reencuentro entre todos, de la urgente necesidad que habrá de educar en el valor del trabajo a miles, así como de reforzar nuestros valores culturales y un renovado amor al país. Busquemos canalizar nuestras inquietudes; busquemos pensar en las soluciones: esta es ahora la única manera de permanecer en Venezuela. Hay que "estar" sabiendo que se está aquí para algo. Quien decide quedarse o por el contrario irse, hágalo, pero consciente del ideal: de esa razón que le indica para qué debe quedarse o para qué debe irse.
No permitamos que nos domine la idea de que estamos aquí porque no podemos irnos. Seamos proactivos y descubramos el sentido de nuestras circunstancias actuales, personales y sociales. Se trata de nuestra vida; por eso, respondamos del mejor modo posible.
Para muchos es un dilema existencial, pues la sensación es de derrumbe, de crisis, de inestabilidad e incertidumbre, pero también de dolores de parto, a los que siempre sigue una vida nueva. La decisión de salir del país es, como tantas otras en la vida, muy personal. A nadie puede reprochársele hacerlo, pues las circunstancias de cada quien son únicas, intransferibles, tanto como los límites de paciencia individuales. Todos somos diferentes y las situaciones nos van abriendo un camino que nos exige una respuesta personal y, por lo mismo, distinta a cada uno. Así como el umbral del dolor es particular en cada quien, de igual modo lo es la capacidad de tolerar ciertas circunstancias; de sobrellevarlas con paciencia, o de una manera, al menos, que no nos afecte primordialmente de modo negativo.
A veces escucho a muchos decir que querrían irse pero que no sabrían cómo, pues "eso de irse no es tan fácil". Tienen razón probablemente, en parte, y digo que sólo en parte porque ciertas decisiones ameritan de determinación. Cuando miles salieron de Europa después de la guerra (y los nietos de muchos de esos lo sabemos bien), llegaron a América con una maleta y un alma llena de nostalgias entremezcladas con ilusiones. Se determinaron a mirar hacia adelante sin permitirse volver el rostro atrás. El mundo era distinto, quizás, y podría parecernos que había más oportunidades. No sé. Lo cierto es que la voluntad decidida es más difícil de quebrar.
No estoy insinuando que hay que irse. Esa decisión es muy personal y compete a las familias en la intimidad del hogar, según lo vean conveniente para sus contextos particulares. Lo que sí pienso que es importante considerar, es el modo en cómo se asume lo que hoy vivimos como sociedad. Quedarse en Venezuela se ha tornado en toda una decisión de vida, tanto como irse. Por eso quisiera centrarme en la idea de que más que vivir con la sensación de que "estoy aquí porque no puedo irme", resulta preferible –y psicológicamente más sano–, plantearse una razón más trascendente por la cual se permanece por decisión y no por descarte.
Hay que asumir que uno está aquí para algo y si uno decide irse también será para algo. Ambas decisiones deben tornarse en existenciales. Después de evaluar qué es lo conveniente para cada familia, hay que saber que siempre se deja algo por otra cosa que en el momento parece prioritaria y esto sólo puede sopesarlo cada persona o grupo familiar. Verlo con claridad resulta esencial, pues quedarse con la sensación de frustración ante el planteamiento de no ser capaz de salir, torna en obstáculo cualquier oportunidad que se abra.
Lo importante es lograr el cambio de actitud. Irse o quedarse son formas distintas de recorrer el camino de la propia vida. Algunos tienen buenas razones para irse; otros las tenemos para quedarnos, pero hay que orientarse conforme a esas razones que dan sentido a nuestra decisión. Lo que intento decir es que irse o quedarse deben ser decisiones asumidas en libertad y no como resultado de un arbitrario juego del destino.
Vivimos momentos de dilemas existenciales, pero la paz llega cuando se logran ver con claridad las razones de la decisión. Hay que procurar que la propia vida se despliegue como un servicio, bien sea en Venezuela, como instrumentos de transformación de la nueva sociedad que tendremos; bien sea fuera, como un aporte a otras sociedades.
Se comprende que muchos no tengan ahora las condiciones externas para desarrollarse como quisieran, pero ante la angustia de decidir, pueden plantearse que siempre podrán retornar. Venezuela es su casa.
Los que aquí estamos y quedaremos, debemos tomar conciencia que tendremos la oportunidad –la estamos teniendo ya– de repensar el país, de redefinirlo, de asumir su reconstrucción. Venezuela necesita gente comprometida, particularmente sincera y determinada a poner sus talentos al servicio de muchos: de la unidad, del reencuentro entre todos, de la urgente necesidad que habrá de educar en el valor del trabajo a miles, así como de reforzar nuestros valores culturales y un renovado amor al país. Busquemos canalizar nuestras inquietudes; busquemos pensar en las soluciones: esta es ahora la única manera de permanecer en Venezuela. Hay que "estar" sabiendo que se está aquí para algo. Quien decide quedarse o por el contrario irse, hágalo, pero consciente del ideal: de esa razón que le indica para qué debe quedarse o para qué debe irse.
No permitamos que nos domine la idea de que estamos aquí porque no podemos irnos. Seamos proactivos y descubramos el sentido de nuestras circunstancias actuales, personales y sociales. Se trata de nuestra vida; por eso, respondamos del mejor modo posible.
No comments:
Post a Comment