En: http://www.lapatilla.com/site/2014/09/01/armando-duran-el-cacerolazo-de-la-mud/
Armando Durán
A mediados de enero de este año, con un manifiesto titulado Mover ficha: convertir la indignación en cambio político, hizo
su aparición en el escenario político español un nuevo partido,
Podemos. Apenas cuatro meses después, en las elecciones europeas, sus
candidatos obtuvieron 8% de los votos, un fenómeno político que desde
entonces no ha dejado de crecer. “Entiendo”, declaró hace pocos días
Cristina Cifuentes, delegada del gobierno español ante la comunidad
autónoma de Madrid, “que los ciudadanos estén hartos de los políticos:
tienen razón”.
Una afirmación imposible en Venezuela, donde el lugar más común del
discurso opositor es acusar a Hugo Chávez de haber abusado de su poder
para demoler a los partidos de siempre nada más instalarse en
Miraflores. Una gran mentira. La gradual pérdida de identidad de Acción
Democrática y Copei desde comienzos de los años ochenta ocasionó la
defenestración bipartidista de Carlos Andrés Pérez, el triunfo electoral
de Rafael Caldera en contra del partido que él había creado y tanto la
frívola selección de Irene Sáez como candidata de Copei para las
elecciones de 1998, como la imposición en Acción Democrática de la de
Luis Alfaro Ucero. La naturaleza contra natura de ambas decisiones
determinó que a partir de ese instante la candidatura de Hugo Chávez
creciera como la espuma. En el último momento, Sáez y Alfaro fueron
arrojados por la borda y los dirigentes adecos y copeyanos que habían
promovido sus candidaturas corrieron a abrazarse con Henrique Salas
Romer. Peor que peor. Nada misteriosamente, el discurso de Chávez, su
borrón y cuenta nueva, suerte de ajuste de cuentas definitivo con el
pasado, le dio paso entonces a lo que hoy tenemos entre manos.
La anemia actual de la oposición es producto de aquellos pasos en
falso. En primer lugar, porque la mayoría de quienes a lo largo de estos
15 años se han creído los únicos dirigentes posibles del descontento
progresivo de la población, son precisamente quienes en 1998, con su
mediocridad, le abrieron de par en par las puertas de Miraflores al ex
teniente coronel golpista. En segundo lugar, porque conscientes de su
debilidad como fuerza electoral para enfrentar la avalancha chavista,
crearon la Coordinadora Democrática. Y al fracasar esta, hace 5 años
montaron la Mesa de la Unidad Democrática, el mismo perro con diferente
collar, pero sin la presencia de la sociedad civil ni de las voces más
radicales de la oposición.
Tras la “victoria” de Nicolás Maduro en las elecciones de abril del
año pasado, Henrique Capriles convocó a los ciudadanos a marchar y
exigir a las puertas del CNE la auditoría de todos los votos, pero la
MUD dio la contraorden de inmediato. Ese 17 de abril arrancó la agonía
de la MUD. Entretanto, se forjó la indignación de los ciudadanos. Un
irrevocable malestar colectivo que nada tuvo que ver con rencillas
personales ni nada parecido, y que culminó, por ahora, con la renuncia
necesaria de Ramón Guillermo Aveledo y las encerronas propuestas por
Antonio Ledezma para reanimar la alianza. Sólo que en lugar de
autocrítica y nuevo rumbo, las dichosas encerronas se quedaron en agua
de borrajas. Por una parte, la MUD acordó sustituir el llamado G-7 por
algo así como una Junta Directiva y convocaron un gran cacerolazo
nacional para protestar sonoramente por el racionamiento de comida y
medicamentos, con captahuellas incluido. Un fiasco. En lugar de las
cacerolas, la noche del jueves pasado sólo se escuchó un silencio
ominoso. ¿Será eso lo que queda de la MUD? ¿El silencio y más de lo
mismo? O sea, ¿nada?
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