En: http://www.el-nacional.com/opinion/yanquis-viviamos-mejor_0_547745270.html
Carlos Alberto Montaner
La frase fue famosa en España: “Contra Franco vivíamos mejor”. La
escuché y leí mil veces durante la transición española hacia la
democracia. Me imagino que Raúl Castro debe haberla adaptado a la
circunstancia cubana en medio de una mezcla de enojo y melancolía.
Son
las consecuencias inesperadas de las victorias. El presidente Obama, en
efecto, capituló, como deseaba La Habana. Se acogió, sin exigir
contrapartidas, a la política del abrazo (engagement) y renunció a las medidas de “contención” (containment) hacia Cuba, típicas de la Guerra Fría.
Se
comprometió, además, a restaurar totalmente las relaciones, pese a que
el Senado posiblemente no apruebe la designación de ningún embajador. Lo
aseguró, amenazante, el senador Lindsey Graham. También tramitará el
fin del embargo ante un Congreso republicano que probablemente ni
siquiera acepte discutir la medida, como ya anunció el speaker John
Boehner. Será una cadena de frustraciones.
El equívoco está fundado en lo que en inglés llaman wishful thinking
o juicio basado en ilusiones. El sorpresivo anuncio de Obama y Raúl
Castro era el inicio de un largo, complejo y deseado proceso de
deshielo, y casi todos los factores afectados dieron por hecho que la
reconciliación ya se había producido y, en consecuencia, la transición
hacia la democracia había comenzado. La percepción ha sido de final de
partida, no de comienzo.
Pura confusión. Los curas en La Habana,
literalmente, echaron a volar las campanas de los templos anunciando la
buena nueva, como hacían en tiempos de la colonia cuando se retiraban
los piratas.
Miles de cubanos desempolvaron las banderitas y
algunos se abrazaban en las calles llenos de felicidad. Para ellos,
mágicamente, la miseria llegaba a su fin. La prosperidad estaba a la
vuelta de la esquina.
Las cabezas más representativas de la
oposición democrática, esperanzadas, se reunieron en la casa de Yoani
Sánchez y, muy civilizadamente, fueron capaces de ponerse de acuerdo y
demandar espacios para esa magullada sociedad civil que el país va
pariendo trabajosamente al margen del corset totalitario impuesto por el
Partido Comunista.
Las Damas de Blanco, flores en mano, como
suelen hacer, recorrieron algunas calles cercanas a la parroquia donde
se congregan pidiendo libertad. Esta vez no las aporrearon. Hubiera sido
una flagrante contradicción con el espíritu de apertura
subrepticiamente instalado en el país.
Los representantes ante la
OEA de los países latinoamericanos, reunidos en Washington, le dieron la
bienvenida a la nueva etapa, pese a las objeciones de Bolivia,
Venezuela y Nicaragua, secretamente impulsados por Cuba, que deseaban
incluir una mención del embargo, moción rechazada por el resto de los
países. Canadá, a cambio, se abstuvo de mencionar el tema de los
derechos humanos, que hubiera sido como mentar la soga en la casa del
ahorcado.
Raúl Castro, muy preocupado, despachó a su hija Mariela
al extranjero, embajadora oficiosa del régimen, a explicar que el
comunismo era el destino permanente de los cubanos, algo así como una
enfermedad incurable y crónica. Nadie debía confundir el cambio de
Washington con la postura inconmovible de La Habana. En la Cuba de
Mariela Castro se podía cambiar de sexo, pero no de sistema. Ese –el
sistema– ya había sido elegido por los cubanos hasta el fin de los
tiempos.
El mismo Raúl Castro, como si fuera un mantra, lo repitió
en la Asamblea Nacional del Poder Popular, un coro afinado de
sicofantes que hace las veces de Parlamento. Reiteró que no había más
dios que el colectivismo ni más profeta que Fidel Castro, y así sería
para siempre. Al final, fieramente, gritó “patria o muerte”. Todos lo
aplaudieron disciplinadamente, incluidos los cinco espías liberados.
¿Por
qué tantas muestras de adhesión incondicional a una vieja y
desacreditada dictadura, próxima a iniciar su 57 aniversario?
Precisamente, porque Raúl no ignora el peso de las autoprofecías que, a
fuerza de repetición, acaban por cumplirse. Misterios del caprichoso
mundillo de las percepciones.
Especialmente en un país en el que
casi nadie cree en los presupuestos teóricos del sistema. Todos saben
que el marxismo leninismo fracasó rotundamente y la nación se está
cayendo a pedazos. Nadie desconoce que las reformas de Raúl, los
cacareados “lineamientos”, ni han dado ni darán resultados.
A estas alturas, la mayor parte de los cubanos, como los soviéticos
en la etapa final de Mijail Gorbachov, están convencidos de que el
sistema no es reformable y hay que reemplazarlo.
En ese
desesperado punto de la historia, Obama, por las razones equivocadas,
toca la trompeta y todos piensan que es una señal de los cielos y que ha
llegado la hora. Menos Raúl, Mariela y el resto de la sagrada familia,
que, desesperados, salen a desmentirlo, pero nadie los cree. La
percepción es más poderosa.
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