EDITORIAL EL NACIONAL
Desde las cercanías del Kremlin,
el presidente Maduro le ha soltado un reproche tremebundo a la humanidad: no
hemos reconocido el aporte de Rusia a la causa de la civilización, afirmó. Se
equivoca el primer magistrado, pues desde tiempo inmemorial pululan los elogios
a una sociedad que ha sorprendido al universo por sus aportes a la literatura,
a la filosofía, a la plástica, a las ciencias y a las artes del espectáculo.
Pero no se refería el mandatario venezolano a esos deslumbrantes legados que
nadie puede escamotear, sino a lo que debemos a la “madre” en materia de
democracia y libertades públicas.
Maduro escogió una oportunidad de
perlas para su declaración, pues participaba como invitado en la conmemoración
del triunfo del ejército rojo en la Segunda Guerra Mundial. La memoria de unas
huestes que libraron a Europa de Hitler y de la barbarie nazi invita a unirse a
coros entusiastas en honor del vencedor. No es para menos, pero apenas si se
consideran los resultados inmediatos de la conflagración sin detenerse en
la pavorosa dominación establecida después por los soviéticos.
Cuando Nicolás Maduro reclama la
falta de reconocimiento a la obra de la potencia que libró batallas
contra el horror hitleriano se planta en la realidad que le conviene, en el
estereotipo que le resulta familiar y ventajoso, en el desafío que convoca
entusiasmos en torno a una causa popular o proletaria levantada contra una
autocracia abominable. Pero se hace de la vista gorda ante el horror que,
después de la victoria del ejército rojo, se planificó y se llevó a cabo desde
el antiguo palacio de los zares convertido en agencia para la expansión de la
injusticia y el crimen en la Europa del Este.
Las sufridas regiones, las
martirizadas comunidades del vecindario ruso, se libraron entonces de la
monstruosa hegemonía de los nacionalsocialistas pero no recibieron la
recompensa de la pretendida libertad, de la democracia anhelada desde el siglo
anterior. Todo lo contrario: la bandera colorada con la hoz y el martillo que
reemplazó a los estandartes adornados con la cruz gamada, fue en adelante el
símbolo de una tiranía oprobiosa que imponía, en países extraños sobre cuyos
habitantes no podía ejercer una administración legítima, la voluntad de los
bolcheviques nariceados por Stalin y por sus sucesores.
Persecuciones masivas, hambrunas memorables,
campos de concentración, liquidación del juego partidista, prohibición de las
lenguas nativas, censura de las publicaciones y de los espectáculos públicos,
restricciones del tránsito de personas y objetos, espionaje cotidiano… en
estados nacionales que habían hecho vida autónoma desde el siglo XIX, son el
testimonio del establecimiento de un imperio de maldad creado desde Moscú
después de las campañas del ejército rojo. No podía Maduro aludir a tales
realidades mientras abrazaba a Putin, un hombre que pretende resucitar las
“glorias” de sus antecesores, pero nosotros las recordamos desde aquí para
evitar entusiasmos exagerados.
Vía El Nacional
No comments:
Post a Comment