Marcelino Bisbal
Las referencias al año 1984 están casi siempre cargadas de sorpresas y curiosidad. Está la novela distópica 1984 (escrita en 1940) del escritor inglés George Orwell, siempre referido cuando escribimos o hablamos sobre los regímenes totalitarios y opresivos. Sistemas que requieren de la vigilancia extrema, de la violación de la privacidad por miedo a perder el poder. En otro 1984 la empresa de computación Apple, cuando lanzaba al mercado su computadora Macintosh, lo hacía a través de una publicidad inspirada en la novela de Orwell. En el anuncio televisivo y cinematográfico aparecía la telepantalla orwelliana que todo lo vigilaba y escrutaba, hasta el más mínimo sonido.
También en el Berlín Oriental de 1984 se desarrolla una gran película que nos vuelve a recordar la novela 1984. Se trata de la Alemania comunista, cinco años antes de la caída del muro, en donde la Stasi controlaba todos los movimientos y actividades de los ciudadanos. La historia nos ha dicho que ese órgano de inteligencia del régimen contaba con unos 80 a 90 mil empleados, vigilantes, espías de los más insignificantes movimientos y susurros de voz. La película se estrenó en 2006 y llevó por título La vida de los otros (Das leben der anderen). A un personaje gris, de personalidad poco definida, se le asigna la tarea de vigilar una pareja –él dramaturgo, ella actriz de teatro– porque son sospechosos de desviación ideológica. La cinta de Florian Henckel Von Donnersmarck –su director– recibió el Óscar a la mejor película extranjera en el 2007.
La vida de los otros nos retrotrae a George Orwell. A la idea del Gran Hermano, a la presencia de esos autócratas totalitarios que necesitan estar atentos a todo lo que ocurre en la sociedad. Así fue en la Unión Soviética, con especial referencia a Stalin (“el padrecito”, le decían), en la actual Corea del Norte, en la Cuba de los Castro, en la desaparecida Yugoeslavia de Josip Broz (“Tito”), en el Irán del Shah… La idea de Orwell, la que describió literariamente, era poner al descubierto la posibilidad de que desde un centro de poder, encarnado en una persona, se pudiera recoger información sobre cada ciudadano, sobre un país entero.
Volvamos a las raíces del mundo de 1984. Siempre me impresionó este párrafo de la novela:
“Dentro del apartamento una voz melosa iba leyendo una lista de cifras que tenían algo que ver con la producción de hierro en lingotes. La voz provenía de una placa oblonga de metal semejante a un espejo opaco que formaba parte de la superficie de la pared del lado derecho. Winston hizo girar una llave y la voz cedió un poco, aunque las palabras aún se distinguían. El instrumento (telepantalla, lo llamaban) podía atenuarse, pero no había forma de apagarlo por completo (…) La telepantalla recibía y emitía simultáneamente. Cualquier sonido que Winston hiciera por encima del nivel de un suave susurro era captado por el aparato; además, en tanto permanecía dentro del campo de visión regido por la placa de metal podía ser visto tanto como oído (…) Había que vivir –se vivía, por el hábito que se volvía instinto– en la presunción de que cada sonido era escuchado, y, excepto en la oscuridad, cada movimiento era espiado”.
Esa es la distopía de Orwell. Pero hoy la telepantalla ha sido sustituida por una tecnología avanzada, una tecnología on line. Umberto Eco la refiere de forma irónica, pero real: “Si tiempo atrás la vida privada era tan secreta, que el secreto de los secretos era por definición el del confesor, ahora lo que se ha tergiversado es la noción de confesionario”.
II
En la Venezuela de hoy, como hemos dicho en otras oportunidades, la censura a los medios convencionales (prensa, radio y televisión) está presente. Ella se ha venido agravando a lo largo de todo el año 2014. Pero hay que tener presente que la censura no implica solamente el que se me prohíba informar sobre un hecho; la censura ahora tiene otros mecanismos y dimensiones, si se quiere más sutiles, más inteligentes y más perversos también. La información plural y crítica hacia el Gobierno se ha venido reduciendo de manera significativa por diversas razones, pero especialmente por la venta, nada transparente, de medios de alcance nacional y algunos de circulación regional, a nuevos compradores-dueños, y por las trabas oficiales para la obtención de divisas en lo que tiene que ver con la importación de papel e insumos para la impresión. Esto ha significado, casi de manera automática, que sus agendas informativas cambiaran hacia una tendencia favorable a la gestión gubernamental. En tal sentido, el rol de la convergencia tecnológica (interrelación del sector informático y el de las telecomunicaciones) ha hecho que Internet y muy especialmente las redes sociales, se hayan convertido en un espacio de información cada vez más creciente y frecuentado.
Pero la censura digital se hace presente. Varios informes del servicio InsideTelecom, a lo largo de todo el año 2014 y lo que llevamos del 2015, han venido informando sobre este tipo de censura. Por ejemplo, en octubre de 2014 se nos decía que habían sido bloqueadas por el Gobierno 1.019 páginas web en un año. Esto significa que en promedio Conatel apaga unos 2,7 sitios por día. Ahora, en marzo de 2015 se nos expresa: van más de 1.500 páginas censuradas por Conatel. En síntesis:
“Desde octubre de 2014, el número de páginas bloqueadas ha subido más de 40%, desde unas 1.150 hasta más de 1.500(…), siendo la estatal CANTV la que más filtros tiene en su estructura para impedir que sus usuarios de servicio ABA puedan echar un ojo a informaciones que son sensibles a la alta estructura del Gobierno. En el último año, marzo 2014-marzo 2015, el bloqueo de páginas web subió 250%. Pero a pesar de ello, la gente busca fórmulas para evitar los filtros y muchos logran vulnerar el bloqueo. Aún así, el Gobierno trabaja en mejores sistemas, que puedan ayudar a disminuir el ruido que se les está generando desde las redes, especialmente twitter”.
Otra vez irrumpe el nombre de Orwell y su Big Brother. La idea de la vigilancia, del espionaje y en definitiva de la pérdida de privacidad individual se hace presente con el Internet y el uso que se haga de él. Con esta tecnología entra en crisis no solo la definición del Estado nacional, sino los límites de nuestra propia existencia. Umberto Eco nos dirá que el Big Brother del que hablaba Orwell lo crea “una nomenklatura restringida que espía todos los actos personales de cada uno de los miembros de la masa, en contra de los deseos de cada individuo (…) Cuando el Poder ya no tiene rostro, se vuelve invencible. O al menos resulta difícil de controlar”.
¿A qué viene esta apreciación? Un informe sobre la situación del estado de Internet en Venezuela (2014) nos refiere el uso de software de vigilancia por parte del Gobierno. Se nos dice que de acuerdo con un reporte de CitizenLab del año 2013, Venezuela posee licencias de productos BlueCoat (específicamente, de PacketShaper), software empleado para la implementación de inspección profunda de paquetes (DPI). De acuerdo con BlueCoat, “Packet Shaper analiza e identifica positivamente el flujo generado por cientos de aplicaciones de negocios y recreación. Y gracias a su integración con Web Pulse –Blue Coat’s servicio de inteligencia web a tiempo real– Packet Shaper puede controlar inclusive el flujo de las aplicaciones por el contenido de la categoría. Packet Shaper facilita la posibilidad de controlar colectivamente aplicaciones relacionadas y su contenido, mientras brinda herramientas precisas que permiten ser muy especifico cuando es necesario”.
Por su parte Reporteros Sin fronteras, en una edición dedicada especialmente a Los enemigos de Internet (Informe 2013), nos habla de los productos BlueCoat y nos dice que el software proporcionado por ellos “es frecuentemente usado por gobiernos para manejar el tráfico de las redes y suprimir conexiones indeseadas”. El mismo informe de Reporteros Sin Fronteras nos dice que en un documento detallado del Citizen Lab, de la Universidad de Toronto, en Egipto, Kuwait, Qatar y Arabia Saudí se han utilizado también sistemas BlueCoat potencialmente con fines de censura. El Citizen Lab también ha observado que en Bahréin, China, India, Indonesia, Irak, Kenia, Kuwait, Líbano, Malasia, Nigeria, Qatar, Rusia, Arabia Saudí, Corea del Sur, Singapur, Tailandia, Turquía y Venezuela, han utilizado herramientas que puedan ser usadas para la vigilancia de la actividad de los internautas.
III
Como se aprecia, la censura en estos tiempos que corren para Venezuela se ha hecho más visible, más real. El espacio digital está sufriendo los embates del control y de la vigilancia: interrupción del servicio de Internet, bloqueo de contenidos, filtrado de flujos de información, uso de programas para vigilarnos, incautación y lectura de información de telefonía móvil, institucionalización por vía jurídica de la vigilancia… No estamos especulando. ¿Cómo explicar la reproducción de informaciones y de grabaciones de audio e imagen de personas incómodas para el Gobierno y que han aparecido en programas televisivos de VTV como “Con el mazo dando”, “La hojilla”…? ¿Cómo se puede explicar que el alcalde Jorge Rodríguez difundiera, en 2014, una serie de correos electrónicos de dirigentes políticos de la oposición en las pantallas de VTV? ¿Por qué la Fiscal General de la República no aplicó la normativa contemplada en la Ley sobre protección a la privacidad de las comunicaciones?
En este des-orden que reina en el país, todos somos sospechosos. En los regímenes totalitarios de antaño, como en los del presente –la Venezuela de hoy– los métodos de vigilancia, de espionaje y de control social cambian, pero el fin es el mismo. Cuando un Gobierno entra en un estado de sospecha permanente significa que siente que no todo va bien y el temor al furor popular lo hace des-ordenarse más de la cuenta. Ese será su final.
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