EDITORIAL EL
NACIONAL
No dejan de acumularse noticias,
declaraciones, iniciativas y gestos que revelan una creciente preocupación
internacional por la gravedad de la situación venezolana. El espectro de las
alarmas incluye desde el acelerado deterioro económico, el cercenamiento de las
libertades, los signos de la corrupción y el narcotráfico, cada vez más
difíciles de ocultar, hasta lo que Felipe González ha resumido, con pesar, como
regresión de la democracia en Venezuela. Mientras tanto, los aparatosos empeños
del gobierno por negar el desastre no han hecho más que multiplicar las razones
para ocuparse de nuestro caso. Pero entre preocuparse y ocuparse hay un puente
largo que a muchos gobiernos, visiblemente a los del vecindario cercano, les
está costando cruzar.
Las nuevas declaraciones de Dilma
Rousseff, tras reunirse con Tabaré Vásquez en Brasilia, son una señal
interesante. Lo que hace hablar a los presidentes de Brasil y Uruguay ya no es
solo la presión de organizaciones no gubernamentales, partidos políticos,
parlamentos y toda la información que fluye a través de los medios de
comunicación.
La inocultable verdad es que en
todos sus registros, no solo en el de los negocios y las cuentas por pagar, la
crisis venezolana es una grave perturbación en un momento complicado para la
región y la mayoría de sus gobernantes. Es por todo eso que desde Brasilia se
clama por una solución pacífica y constitucional en Venezuela. Es decir, ni
violencia ni golpe de Estado.
El desafío inmediato, urgente, es
construir un puente entre las reflexiones que los presidentes intercambian en
privado, las palabras que con cuidado eligen para declarar en público y los
compromisos concretos en los que se traduzca la preocupación compartida.
Si de lo que se trata es de
evitar que escale la violencia que ya se ha instalado en Venezuela, han de
reconocer fuera de sus gabinetes que la responsabilidad fundamental recae en el
gobierno. La tarea pendiente es, ni más ni menos, presionar por la recuperación
de la institucionalidad prevista en nuestra Constitución.
En el camino, que ya es tortuoso
y sombrío, el tema electoral tiene que tomarse más en serio regionalmente. Un
estudio del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Católica revelaba
que entre los venezolanos ha crecido la desconfianza en el CNE, pero que
persiste la voluntad de votar en las elecciones parlamentarias. Obstáculo
y oportunidad. En lo uno y en lo otro, un buen grupo de gobiernos vecinos puede
y debe dar las señales adecuadas, con claridad, más allá de las advertencias y
con sincera disposición a involucrarse constructivamente.
En momentos tan difíciles para
los venezolanos el vecindario debe cruzar el puente del dicho al hecho, de
inmediato, con la seriedad que quizá aún es tiempo de imprimir a la Unasur
pero, sobre todo, sin marginar las capacidades institucionales que mantiene la
OEA, con su Carta Democrática y sus sistemas de protección de los derechos
humanos y de observación integral del proceso electoral.
Vía El Nacional
No comments:
Post a Comment