EDITORIAL
EL NACIONAL
En el año de 1821, y faltando
apenas tres días para que el Ejército Libertador se batiera en el campo de
Carabobo con las fuerzas del jefe realista Pablo Morillo en la que sería, si no
la última, al menos una de las más importantes batallas de nuestra
independencia, el Libertador Simón Bolívar consigue tiempo para ocuparse del
reclamo de Francisco Escobar, un humilde comerciante.
Según consta en las Memorias
de O’Leary, Pedro Briceño Méndez le escribe a Ambrosio Plaza porque el
Libertador ha tenido noticias de que miembros del Batallón Anzoátegui han
robado a Francisco Escobar un cargamento de papelón. Instruye el Libertador que
se hagan las averiguaciones pertinentes y que, si resulta cierta la acusación,
se aprese no solo a quienes robaron sino a todos los jefes y oficiales que
teniendo conocimiento no lo hubieran impedido, que se cancelen diez pesos al
dueño del papelón y que dicho monto sea descontado al cuerpo que hubiera
cometido el robo, incluidos los oficiales.
La anécdota, aunque menuda, pone
de relieve que para el Libertador no hay robo pequeño, el delito, en su
concepción, siempre debe ser combatido y, por lo que se ve, el mayor encono es
contra quienes gozando de una posición de poder, como la de los oficiales,
participan en el crimen o, sin participar, no hacen nada para detenerlo. Está
consciente de que no solo es necesario ganar la guerra, sino de que es
necesaria la defensa de los valores republicanos.
La lucha de Bolívar no es por
hacerse del poder, sino por la construcción de un sistema que tiene en el
ciudadano y su protección el más alto de los valores. No importa si ese individuo
no tiene charreteras y es apenas un modesto comerciante.
Para que el lector tenga una idea
del valor de los diez pesos que ordena el Libertador le sean cancelados, en
1822 servían para comprar un barril de harina. No estamos en presencia de un
robo inmenso. Por supuesto, en épocas tan deprimidas para la economía personal,
como los momentos de guerra, la cifra seguro representaba un monto importante
para Francisco Escobar.
No se excusa el Libertador en no
tener tiempo para ocuparse de nimiedades, aun en plenos preparativos de la
batalla de Carabobo, en la gesta más importante de nuestra historia, sus oídos
están atentos a las más mínimas faltas que se comenten en el ejército defensor
de la libertad. No cree que su gloria y grandeza se verán disminuidas por
atender este tipo de detalles, muy por el contrario, vemos que es él mismo
quien inicia las diligencias pertinentes para que el delito sea castigado.
Tampoco se detiene en
miramientos, que la orden no caiga bien entre los suyos o genere ruido y
molestias entre los hombres que lo siguen, no modifica su decisión. De hecho,
sus instrucciones tienen en la mira, sobre todo, a los oficiales responsables
de mantener el orden. Ante el robo, no hay solidaridad inmediata con sus
hombres, solo la búsqueda de justicia. Actitudes muy distintas de las que se
aprecian en los bandidos bolivarianos de nuevo cuño.
Vía El Nacional
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