Nicolás
Maduro es, por no decir el mejor, uno de los más inteligentes y preparados
estadistas que ha tenido Venezuela.
La
derecha fascista hostiga a nuestro amado presidente, quien, como respuesta
inteligente y revolucionaria, sigue adelante a pesar de la guerra económica,
los intentos de magnicidio, la guerra alimentaria y la guerra más terrible de
todas: la del desalmado imperio norteamericano.
Nuestro
valiente presidente, en el pasillo de un hotel de Panamá, arrecho, le reclamó a
Obama por la intervención de Estados Unidos en los asuntos internos de
Venezuela. Barack se puso blaaannnco y tembloroso, aseveró:
—Chico...
viéndote bien, tú no puedes ser una amenaza.
A lo que
Nicolás, dijo:
—Eso es
lo que yo digo...
Mientras
Maduro se juega el pellejo en defensa de nuestro país, los fascistas de
oposición insinúan que el gobierno venezolano fletó, para la reunión de Panamá,
aviones llenos de seguidores a quienes les pagaron 500 dólares, hotel y comida.
Después dicen que no hay una guerra mediática dirigida por El Nacional, Tal
Cual, El Nuevo País, La Patilla y por 120 diarios más en el mundo. No entiendo
cómo apátridas fascistas pueden negar los logros de la revolución: disminución
del delito y el obvio abastecimiento de medicinas y de alimentos de primera
necesidad.
Hay que
ser bien cínico para no aceptar que en el hospital de niños de Caracas, sus
médicos, con suficiente dotación, trabajan a full capacidad. Hay que ser bien
malintencionado para inventar que en los semáforos hay indígenas pidiendo
limosna.
Amo a
Nicolás Maduro por construir el tren que ya casi vemos en la Autopista Regional
del Centro y que algún día llegará a Puerto Cabello. Lo amo por poner en marcha
la producción de acero y de aluminio en Venezuela, y porque las fábricas de
cemento que expropió el gobierno ahora sí funcionan a plena capacidad. Eso no
lo dicen los medios de derecha.
Qué
difamadores son los apátridas que afirman que por culpa de nuestro querido
líder no hay papel tualé, café, azúcar, leche, lavaplatos, pañales, jabón,
aceite, mantequilla, pastillas anticonceptivas, agua mineral, medicinas e
inyectadoras.
Amado
presidente, haga caso, pero omiso a los inescrupulosos ataques del fascismo
mundial. No claudique como lo hizo su ídolo Raúl Castro. Recuerde que usted,
por ahora, es la esperanza de él. Presidente, increíblemente, usted ha logrado
superar a nuestro comandante eterno.
Nadie, jamás, hará lo que usted
ha hecho con Venezuela. Por eso lo amo.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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