EDITORIAL
EL NACIONAL
Debe
recordar estos alias, estimado lector, es por su bien: “el Wilfredo”, “el
Peñón”, “el Nelsito” y “la Peca”. La lista es casi infinita, pero ahora
presentamos un adelanto suministrado por la policía. Son los líderes, o los
lugartenientes, de cuatro bandas de delincuentes que controlan el movimiento de
pasajeros y carga en la carretera Troncal 9.
En otras
vías del país también se han entronizado estas agrupaciones de malvivientes,
cuya acción depende de una organización que funciona con precisión de reloj
suizo y cuyo propósito es el asalto de la propiedad de los viajantes, o su
aniquilación física. Se lo podemos jurar, estimado lector, con una precisión
matemático-aritmética sobre cuya existencia dan fe los encargados de
perseguirlas. Ellos llevan las cuentas y suministran las pruebas.
Es tan
evidente e incontrolable la actividad de dichas bandas, que los gendarmes
aconsejan prudencia a quienes se deben aventurar, después del atardecer y hasta
cuando despunta el sol, por esos largos tramos sin ley y sin Dios que se diseminan
en todos los rincones de Venezuela. El consejo sobra debido a que la gente solo
se aventura a meterse en semejantes trampas mortales en caso de extrema
necesidad: una enfermedad o un negocio que no puede esperar, por ejemplo.
Ante los
testimonios de este tipo de violencia incontrolable, los empresarios prohíben a
sus ejecutivos los itinerarios nocturnos, y algo idéntico han dispuesto las
embajadas para sus funcionarios. Como los encargados del orden público no son
capaces de hacer su trabajo, los responsables de la vida y de los bienes de sus
subalternos toman estas medidas de prevención que descubren en toda su magnitud
una anarquía extendida.
Lo
curioso de la situación se encuentra en su origen, no en balde es producida por
las medidas que el propio gobierno ha tomado para controlar el hampa. Como lo
sabe usted, estimado lector, en un rapto de genialidad el gobierno creó unas
Zonas de Paz, en cuyo seno se podía gestar la tranquilidad después de dialogar
con los bandoleros. En esas Zonas de paz se dispuso una especie de inhibición
de los cuerpos policiales, para que delincuentes deliberaran sin incomodidad
sobre la manera de dejar de ser delincuentes para convertirse después en
prudentes y circunspectos ciudadanos. Después de una especie de retiro espiritual
que se les facilitaba, se arrepentirían de sus pecados y entregarían sus
hierros. Los sabuesos esperarían en los aledaños sin hacer nada, mientras se
operaba la metamorfosis de los lobos.
Sucedió lo contrario, desde
luego. Sin el acoso de la policía, los delincuentes perfeccionaron la
planificación de sus fechorías y se hicieron más fuertes, hasta el punto de
pensar la posibilidad, inimaginable hasta entonces, de controlar las carreteras
de mayor circulación. Lo han logrado, gracias al espacioso club de maleantes en
el cual se convirtieron las Zonas de Paz. Por consiguiente, si usted debe
viajar de noche, estimado lector, recuerde que su itinerario no depende de las
fuerzas del orden sino de gentes como “el Wilfredo”, “el Peñón”, “el Nelsito” y
“la Peca”, hijos legítimos de las Zonas de Paz.
Vía
El NacionalQue pasa Margarita
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