EDITORIAL
EL NACIONAL
Los
venezolanos nos hemos aferrado a Simón Bolívar desde el mismo momento de su
muerte. Ha sido una compañía constante y una luz a la que siempre acudimos con
frecuencia. No es una referencia inusual, sino todo lo contrario, debido a lo
que le debemos como sociedad a su obra histórica. Sus hazañas nos marcaron como
pueblo y, por si fuera poco, se convirtieron en desafíos del futuro. Hoy, sin
embargo, su memoria nos trae problemas.
Problemas
en relación con la identidad del héroe cuyo natalicio conmemoramos,
fundamentalmente. Porque, ¿a cuál Bolívar debemos acudir?, ¿nos llaman a la
reverencia todas sus obras, o apenas unas pocas?, ¿es el mismo que veneraban
nuestros antepasados y aún nosotros mismos, o una figura tergiversada e
irreconocible?
No son
preguntas triviales, si consideramos lo que ha hecho del Padre de la Patria y
de sus ejecutorias la revolución que se bautizó con su apellido. La figura a la
cual acudió la militarada que juró en el samán de Güere y cuya adoración
proclamó a su manera el comandante Chávez no es la misma que se había ponderado
hasta entonces. Otra liturgia y otra iglesia fundadas por un nuevo sacerdote
uniformado de verde oliva lo fabricaron a su medida para que sirviera a sus
objetivos de dominación.
Estamos
así ante el insólito caso de que, así como sucedió o se impuso una metamorfosis
del gran personaje de la Independencia, también deba ocurrir una mudanza en la
forma de considerarlo como parte de la evolución de la sociedad. Gracias al
arcipreste Chávez desapareció el Bolívar de antes, para convertirse en otra
persona y en otro entendimiento de la realidad. El caprichoso y entrometido
clérigo no solo ofreció una versión distinta de los pasos del héroe, sino que
también se atrevió a desenterrar sus huesos hasta entonces respetados como si
se tratara de sagrada reliquia, y a ofrecernos un retrato nuevo y distinto de
quien fuera un blanco criollo perteneciente a la encumbrada estirpe de los
mantuanos. Todo lo cambió, para que también nosotros, a la fuerza y conminados
por los gritos de un flamante evangelista, tuviéramos que mirarlo con ojos y
con sentimientos distintos.
El nuevo
e irreconocible Bolívar es un personaje sectario, un soldado que invita a la
guerra e incita a la desunión de la sociedad, un prócer de una sola fracción de
la colectividad y, por consiguiente, el crítico y el verdugo de quienes no
califiquen como sus hijos o como sus acólitos, partiendo de las explicaciones
de bíblica apariencia y de obligatoria aceptación que hizo en mala hora
monseñor Hugo Chávez.
De allí que hoy, en una nueva
conmemoración del natalicio del hombre a quien consideramos como Padre de la
Patria, miremos con desesperación al paladín de antes que nos agrupaba a todos
y cuya luz servía para todos, independientemente del partido en el cual
militaran o de la posición social que ocuparan los venezolanos en la
posteridad. Ese es el Bolívar que añoramos cuando recordamos la fecha a partir
de la cual comenzó a hacernos compañía.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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