Manuel Malaver
Ayer, en una reunión sostenida en el Departamento de Estado, el Secretario de Estado norteamericano, John Kerry y el Canciller de Cuba, Bruno Rodríguez, declararon reabiertas las relaciones diplomáticas entre los dos países que fueron interrumpidas hace 53 años.
Un hecho histórico sin lugar a dudas, que obliga a analizar, desde diversas perspectivas, las razones que forzaron a que se produjera un suceso tan lamentable para las dos naciones, con una cauda de sufrimientos para los cubanos que emigraron a Estados Unidos y para los norteamericanos que fueron olvidándose de un vecino que se llamaba Cuba.
Pero quizá donde más hiera la disrupción es por el hecho de que, Cuba, declarándose “socialista” se fue tras el modelo de aquel país que se llamó la Unión Soviética y dejó de existir porque el socialismo es inviable y, Estados Unidos, sigue empinándose como una potencia económica, tecnológica y cultural sin rival en el mundo.
Y es esta certeza, que comparte el 90 por ciento de los seres humanos que habitamos este planeta, lo que ha convencido al presidente de Cuba, Raúl Castro, a acercarse de nuevo a su vecino y al presidente Barack Obama, como buen cristiano, a no cerrarle las puertas a este “hijo pródigo”.
Pero han pasado 53 años antes de corregir unos de los grandes extravíos de la historia, un absurdo que por ningún respecto debió permitir que Cuba se marginará de la economía, la ciencia y la tecnología que le dan identidad al siglo XXI y lo precipitan a una revolución solo comparable a la que vivió la humanidad con la invención de la escritura y la invención de la imprenta.
Pero, así son las ideologías, corazas para que los humanos solo perciban los dogmas que riegan fanáticos obcecados, mientras la realidad les pasa al lado sin notarla.
Pasó en Cuba y pasa ahora en Venezuela, cuyo liderazgo parece que espera por otro medio siglo para admitir que están equivocados.
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