Otro
elemento profundo de la reflexión de estos dos días es el señalamiento sobre la
inconveniencia de aceptar los códigos políticos, culturales y de comunicación
de los sectores autoritarios en el poder cuya estrategia de control social
atraviesa por imponer conceptos y modos de comunicación que los sectores
democráticos no deben reproducir
El pasado 6 de julio concluyó un
evento en Miami organizado por Demos of the Américas con el patrocinio del
Miami Dade College y la Alcaldía de la Ciudad de Miami. El foro, titulado “La
democracia no tiene fronteras. Venezuela no está sola” reunió a un
grupo de panelistas integrado por académicos, líderes políticos y activistas
ciudadanos y constituyó un momento importante de reflexión sobre el asedio a la
democracia que se ha vivido en la Venezuela de estos últimos 15 años. Por
considerarlo de excepcional interés para el momento que vivimos en nuestro
país, aprovecho el espacio de mi columna para presentarlo íntegramente.
DECLARACIÓN
FINAL
“La democracia no tiene fronteras: Venezuela
no está sola.”
Dedicamos este evento a todos
quienes han pagado, con su libertad o con su vida, su coraje y valentía en la
defensa de la libertad y la democracia en Venezuela.
La cita que hoy concluye en los
generosos espacios del Miami Dade College y que ayer nos reunió en el histórico
recinto de la Alcaldía de Miami es un hito importante en la reflexión sobre la
fragilidad de la democracia y acerca del rol que la educación y el activismo
ciudadano juegan en su preservación y protección. Sobre todo después de un duro
proceso de confiscación de la libertad y la democracia como el que se ha
producido en Venezuela, y que con diferentes variantes se ha expresado en
diversos momentos de la historia de Hispanoamérica.
No es casual la coincidencia que
se ha producido entre los expositores venezolanos, y su contraparte
hispanoamericana, acerca de la responsabilidad importante que le corresponde al
liderazgo tradicional y a las élites de nuestros países en haber frenado las
reformas necesarias para que la democracia pudiera dar respuesta a las demandas
sociales, contribuyendo así al avance de liderazgos mesiánicos y populistas.
Tampoco es azarosa la
convergencia sobre el rol de la corrupción en debilitar el sistema de partidos
e instituciones republicanas, ni sobre el hecho de que nuestras democracias son
intrínsecamente débiles en parte como producto de una cultura y una educación
que no impulsan con claridad y fortaleza la vigencia del estado de derecho y la
fortaleza de las instituciones públicas.
Responsables son entonces tanto
los líderes políticos y empleados públicos corruptos, como los empresarios o
miembros de la sociedad civil corruptores. La crisis de valores se refleja en
la destrucción del estado de derecho, en la violación de los derechos humanos y
de la libertad de expresión, el abuso de poder, la falta de conciencia sobre la
protección del ambiente, la perversión del régimen electoral, el clientelismo,
y la inevitable exclusión y pobreza, solo por mencionar algunos de los males
que nos aquejan, cuyo avance se produce frecuentemente con el silencio cómplice
de importantes actores sociales y políticos.
Fue inequívoco el reconocimiento
de que el gobierno de Venezuela ha sido un agente central, como parte integral
de una estrategia continental anti-histórica, en exportar un modelo de
autoritarismo populista, sustentado en una suerte de imperialismo regional
petrolero, que se replica en numerosos países de la región y que obliga a los
sectores democráticos a responder de una manera articulada y coherente.
Resonó también con mucha claridad
el mensaje de que los regímenes autoritarios no pueden ser simplemente
enfrentados por una oposición convencional y que es necesario recurrir a una
estrategia política única y coordinada que integre la participación electoral y
el cuidado de los votos con el activismo y la resistencia ciudadana, todo ello
dentro del marco constitucional. Ello supone también combatir la explotación de
la desconfianza, un elemento que emplea el autoritarismo para desmovilizar a la
ciudadanía e insinuarse como un régimen eterno cuya legitimidad surge de un
presunto mandato popular. La democracia es tan fuerte como los partidos
políticos que le dan vida, un hecho que fue destacado de manera contundente, y
eso obliga a los ciudadanos a ejercer presión para contar con los mejores
partidos, con una vocación profunda de servicio público, y a participar
activamente en los mismos.
Otro elemento profundo de la
reflexión de estos dos días es el señalamiento sobre la inconveniencia de
aceptar los códigos políticos, culturales y de comunicación de los sectores
autoritarios en el poder cuya estrategia de control social atraviesa por
imponer conceptos y modos de comunicación que los sectores democráticos no
deben reproducir. Esto obliga a plantearse la necesidad imperiosa de articular
un mensaje atractivo para la sociedad, que permita imaginarse y soñar con el
mundo de la democracia que proponen los demócratas. Ello es especialmente
importante en nuestros países, con una población mayoritariamente joven y que,
en el caso específico de Venezuela, ha contado con una valiente y corajuda
participación estudiantil.
Cuando se toma conciencia de la
libertad, ninguna fuerza es más poderosa que la que su custodia invoca, ahora
acicateados por la tragedia venezolana. Nada nos repondrá lo que perdimos pero
tampoco nada ni nadie nos impedirá construir el futuro que vendrá. Los
venezolanos tienen, tenemos, la responsabilidad indelegable de restablecer la
democracia en Venezuela, pero este es un proceso en que el requerimos el
acompañamiento de la comunidad internacional. No solamente en la observación
del crucial proceso electoral de diciembre, sino en lo que implica darle un
sentido histórico al concepto de que la causa de la democracia, la libertad y
los derechos humanos no admite fronteras nacionales, geográficas o ideológicas,
porque el derecho internacional en que se sustentan estas conquistas
fundamentales de la civilización tiene la misma vigencia que las leyes y
constituciones nacionales. En este contexto, no podemos concluir esta
declaración sin dejar de reconocer el valiente y corajudo rol que los
ex-presidentes Jorge Quiroga y Alejandro Toledo, quienes nos han acompañado en
este evento, han ejercido, conjuntamente con los demás ex-jefes de estado hispanoamericanos
que firmaron el reciente documento durante la Cumbre de Panamá. Cuando se
escriba la historia de estos tiempos, sus nombres ocuparán un lugar
privilegiado en esta lucha por el rescate de los valores fundamentales de la
democracia y la libertad.
Finalmente, anunciamos que este
evento que hoy concluye es solo el primero de una serie donde se producirá una
reflexión como la que hoy acometimos sobre otros países de la región: Cuba,
Argentina, Ecuador, Nicaragua y Bolivia donde la democracia se encuentra bajo
asedio.
Vía
Tal Cual
Que pasa Margarita
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