FERMÍN
LARES
La
variable racial está ausente en las encuestas venezolanas sobre preferencias
políticas. La categoría más utilizada para indagar la opinión de la población
sobre la gestión gubernamental, sobre los líderes políticos o sobre lo que
considera son los problemas más acuciantes del país es generalmente la de
ingresos y clase social.
La
filiación partidista también ha sido bastante utilizada, y desde que se impuso
la polarización empujada por Chávez y sus herederos, esta variable casi se ha
reducido a escudriñar lo que piensan los partidarios del régimen, lo que
piensan quienes están en la oposición, y como tercera opción, los llamado
ni-ni.
Venezuela
tuvo hasta que llegó Chávez una tradición de país carente de odios raciales y
religiosos. Por eso, ni la raza ni la religión se han considerado elementos
importantes para sopesar las opiniones de la sociedad.
En
Estados Unidos es diferente. El elemento racial es distintivo. El religioso
también, aunque expresado en el tiempo de modo diferente. Aun con el enorme
avance que ha significado para la sociedad norteamericana haber elegido hace
seis años un presidente negro, las relaciones entre distintas razas están
todavía bastante lejos se ser perfectas, su evolución es de una constante
lucha. Los negros son menos ya que los mismos latinos, y sin embargo, la
proporción mayor de encarcelados en este país, por cualquier razón, es de raza
negra, por dar un ejemplo.
Tómese en
cuenta que todavía hasta mediados de la década de los 60 del siglo pasado, el
matrimonio interracial era ilegal en buena parte de los Estados Unidos. En
1967, la Corte Suprema sentenció que era inconstitucional prohibir el
matrimonio entre miembros de razas distintas. La población mezclada racialmente
es de alrededor de 3%, según el censo nacional de 2010, aunque poco más de 5%
de los menores de 18 años son étnicamente mezclados. Curiosamente, los latinos
entran en estas cifras como un solo bloque, aunque sabemos que la mayoría de
los latinoamericanos somos mezclados desde el punto de vista racial.
El asunto
viene a cuento porque ahora cuando se está hablando mucho de la delantera que
lleva Donald Trump en las encuestas sobre las preferencias del electorado hacia
los precandidatos presidenciales republicanos, y del cierre de la brecha entre
Hillary Clinton y el socialista Bernie Sanders entre los demócratas, llama la
atención quiénes son sus respaldantes.
Hemos
comentado en ocasiones anteriores que hay dos temas sobresalientes que dominan
las preocupaciones de la opinión pública estadounidense. Uno es el de la
ensanchante brecha entre ricos y pobres, y el otro la falta de entendimiento
entre los partidos y dirigentes en el Congreso, y del Congreso con el
Ejecutivo, para solucionar lo que la gente considera que son sus problemas.
Los
precandidatos demócratas y republicanos, unos más y otros menos, con la
excepción de Trump, tratan de explotar el tema social, el de la dificultad que
hoy encuentra la mayoría en satisfacer el llamado sueño americano. El otro tema
quien lo ha abordado indirectamente es Trump.
Trump ha
desarrollado una campaña estridente, exagerada en sus ataques, con un tono
racista hacia los inmigrantes mexicanos, y apabullante, si no irrespetuoso,
contra los contrincantes de su propio partido. Su campaña negativa le ha dado
frutos hasta ahora. Lidera las encuestas generales republicanas, y va de
segundo en Iowa y de primero en New Hampshire, los dos estados donde todos los
precandidatos medirán inicialmente sus fuerzas. Lo que lo ha ayudado es
precisamente la forma como ha abordado los temas, porque la gente siente que no
tiene pelos en la lengua, que dice las cosas como supuestamente son (aunque no
lo sean), porque pareciera que es genuinamente distinto al Washington
tradicional, donde nadie se entiende.
Bernie
Sanders es quien ha llegado más con el tema social, con sus ataques a los mil
millonarios, abogando por la clase media y trabajadora, por la expansión del
seguro social, por la gratuidad de la educación universitaria y más subsidios
para la salud pública.
Pero no
piense usted que quienes han subido los números del socialista Bernie son los
pata en el suelo. Quienes hacen campaña y lo respaldan en las encuestas son
mayormente blancos educados, con título universitario. A Trump, entretanto,
quienes lo han elevado en estas primeras de cambio son también de raza blanca,
pero sin título universitario, los blancos de menor nivel educativo.
Hay quien
hace una relación entre el perfil de quienes hoy día favorecen a Trump y el
tema migratorio, aduciendo que la mayoría de los inmigrantes que llegan a
Estados Unidos, especialmente por su frontera sur, compiten con los nativos
menos educados por los empleos de menor calificación. Hay otros que indican que
entre los blancos, todavía la mayoría del país, los electores más activos, los
que concurren más entusiastamente a las urnas, son los mayores de 50 años, una
inmensa porción de “baby boomers” y mayores que crecieron en épocas de menor
integración racial, de menos competencia con otras etnias, y también de la
mayor bonanza que tuvo el país, en los primeros 35 o 40 años después de la
Segunda Guerra Mundial. Esos no son objetivo despreciable para Trump.
La
cuestión racial es asunto de importancia en las elecciones norteamericanas
tanto por los cambios actitudinales hacia la integración y la diversidad,
comandados actualmente por los jóvenes de las generaciones X y del milenio, como
por los mismos números. En las últimas elecciones presidenciales, Mitt Romney
conquistó la mayoría del voto blanco, que representaba 72% del electorado. A
Obama lo apoyó 93% de los afroamericanos, 71% de los hispanos y 73% de los
asiático-norteamericanos, que sumados a sus votantes blancos le dieron la
victoria.
El
Partido Demócrata le lleva ventaja al Republicano en cuanto a las simpatías de
las minorías raciales y religiosas. Los inmigrantes y los no blancos se sienten
más aceptados por los demócratas.
A la hora
de la verdad, hay de todo de lado y lado. Obama, un demócrata, fue el primer
presidente negro. Si Hillary ganara, sería la primera mujer presidente, una
demócrata. Pero el primer secretario de Estado negro fue un republicano, Collin
Powel; la primera negra secretaria de Estado fue otra republicana, Condoleezza
Rice, ambos en el gobierno de George W. Bush. El primer latino secretario de
justicia y fiscal general también fue un republicano con Bush, Alberto
Gonzales. Los latinos ya habían tenido ministros en los despachos de educación,
vivienda y energía, en gobiernos demócratas y republicanos, pero los
ministerios de relevancia en Estados Unidos son las Secretarías de Estado y de
Justicia.
Obama completó el cuadro
multirracial y religioso en la Corte Suprema de Justicia con el nombramiento de
la jueza Sotomayor, puertorriqueña. En el alto tribunal, hay actualmente tres
mujeres, una de ellas latina, las otras dos judías, un judío, dos descendientes
de italianos, un negro y dos angloamericanos.
Vía El
Nacional
Que pasa Margarita
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