Axel Capriles
Todo ha ocurrido bajo el toldo de la democracia, cierta o falsa, pero siempre en su nombre, siempre en su defensa. Democracia, según unos, porque afirman haber obtenido y mantenido el poder democráticamente, es decir, mediante elecciones. Democracia, según otros, porque esperan conquistar el poder democráticamente, es decir, con el voto. Bajo democracia vivimos unos de los períodos de mayor esplendor de la historia de Venezuela –desde finales de los años cincuenta hasta principios de los años setenta del pasado siglo XX– y bajo democracia escogimos el camino hacia la destrucción de la patria. En nombre de la democracia hemos aceptado y soportado todo. Bajo su existencia, o a la espera de su restitución, hemos transitado por un lento y espinoso proceso de desmantelamiento de todo lo que una vez creímos que fue nuestra sociedad y cultura.
Celebrando la democracia representativa perdimos los valores morales que habían caracterizado a los venezolanos de la época de Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita. Clamando por la democracia participativa perdimos el destino común para sucumbir en el individualismo anárquico. En competencia por el sujeto democrático auspiciamos una ciudadanía malcriada por un Estado populista y clientelar. En nombre de la democracia dejamos de hacer todas aquellas cosas que promueven el bienestar de las naciones. Dejamos de seleccionar a las personas para ocupar puestos en virtud del mérito y el desempeño, dejamos de estimular la iniciativa y la competencia, perdimos las capacidades para crear y dominar en la ciencia y la tecnología, repartimos renta con base en favores, irrespetamos los derechos de los contratos e impusimos la abstracción colectiva por encima de la libertad individual. Inmersos o en búsqueda de un método de gobierno hemos vivido uno de los peores procesos de demolición de una sociedad. El quiebre moral y humano de Venezuela va mucho más allá de la política. Probablemente baste salir de la dictadura bolivariana para que podamos comenzar a reconstruir la economía nacional. Pero, independientemente del tipo de gobierno, nos tomará más de dos generaciones volver a reconstruir lo más preciado de una nación: el tejido social. Venezuela está enferma, como nunca lo estuvo bajo los gobiernos de la democracia representativa de adecos y copeyanos ni bajo las viejas dictaduras de Juan Vicente Gómez o Marcos Pérez Jiménez. La democracia pervertida ha desatado en Venezuela una epidemia de maldad.
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