Karl Krispin
Hace 75 años un criminal llamado José Stalin mandó a asesinar a su correligionario de luchas, Liev Davidovich Trotski. La operación se diseñó desde el mismísimo Kremlin y fue realizada con tal perfección que un incauto Trotski fue alcanzado por un golpe de piolet mientras le corregía unas notas a su asesino Ramón Mercader, convertido en falso belga en México por la inteligencia rusa. Este es el tema de la novela del escritor cubano Leonardo Padura, El hombre que amaba a los perros, la cual pido perentoriamente que lean de inmediato. La obra no pretende sustituir a la historia en su acopio de hechos. A pesar de que el propio Padura asegura haberse ceñido con precisión a las rutas del revolucionario ruso, es lo suficientemente sensato para recordarle al lector que está ante la ficción y que no se llame a engaño en cuanto a que esta le retire la silla a la historia para desplazarla en su visión panorámica. Aparte del entretejido propiamente bolchevique, los genocidios de Stalin, los juicios de Moscú, y el propio reconocimiento de Trotski de los crímenes que urdió, hay un penetrante retrato de la Guerra Civil española y la insistencia de los rojos en hacer una revolución en medio de la contienda.
La novela ha sido escrita por un escritor cubano, que vive en Cuba, que no ha abandonado la isla, que confirma su cubanidad, que ha crecido en medio de un estalinismo represor. Con todo, Padura es un hombre libre, no doblegado ante los represores de su país y que ha tenido el coraje de publicar un libro que desenmascara la perversión utopista de crear una sociedad igualitaria en el siglo XX. Desde Lenin hasta Raúl Castro, pasando por cuentacuentos y payasos del siglo XXI, el intento no ha pasado de la creación de monstruos y no precisamente por la razón, sino por un irracional dogma político que eleva a religión laica las desviaciones de un ilusionista que malentendió la economía para anunciar un apócrifo paraíso en la tierra. Paraíso convertido en infierno. Esta novela no gustará en los altares decadentes del materialismo histórico, muerto por su propia septicemia ideológica, a pesar de lo que aplaudan incultos y uniformados que ni siquiera han leído a Marx.
La caída del Muro de Berlín no logró terminar de enterrar la tentación de los totalitarismos de izquierda. Hasta un maridaje se ha ultimado entre neoizquierda y neofascismo, como si von Ribbentrop y Molotov suscribiesen un nuevo pacto. Al final, en palabras de este tremendo y admirable escritor: “La belleza y el socialismo parece que juegan en equipos contrarios”. Con lo que las caretas del humanismo no son más que una farsa del mercadeo igualitario.
@kkrispin
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