Lo que
encabeza el líder de Junts pel Sí, Artur Mas, no es un movimiento de liberación
nacional sino una tendencia secesionista que puede llegar a ser dominante no
solo en Cataluña sino en el resto de una nación formada por diversas
nacionalidades y culturas.
El lugar del populismo, tendencia
creciente en la política de los países europeos, caracterizada por la
emergencia de partidos que ofrecen soluciones simples para problemas complejos
-como las migraciones, el terrorismo y los permanentes desajustes económicos-,
se expresa en España, como ayer se expresó en la ex- Yugoeslavia, en el auge de
alternativas no independentistas, pero sí secesionistas. Vale la pena hacer la
diferencia.
Mientras el independentismo surge
como expresión de un movimiento nacional frente a otra nación que la oprime y
sojuzga, el secesionismo surge como tendencia centrífuga en el marco de un
estado nacional previamente constituido, tendencia destinada a separar una
parte de la nación de su conjunto histórico y geográfico.
Eso debe estar muy claro: Lo que
encabeza el líder de Junts pel Sí, Artur Mas, no es un movimiento de liberación
nacional sino una tendencia secesionista que puede llegar a ser dominante no
solo en Cataluña sino en el resto de una nación formada por diversas
nacionalidades y culturas.
El triunfo electoral alcanzado
por el Junts pel Sí en las jornada electoral del 27-S es imponente, pero así y
todo, relativo. La alianza de Mas con el secesionismo aún más radical del CUP
le permitirá alcanzar la mayoría electoral absoluta de los escaños (47,8%) no
así la de los votos.
Con mayor razón si se tiene en
cuenta que ninguna elección autónoma puede asumir ni el carácter ni la forma de
un plebiscito. Artur Mas ha jugado en las autonómicas con cartas marcadas:
ha intentado orientar en un sentido supuestamente independentista el
descontento social y político que existe no solo en contra de un Estado sino en
contra de un determinado gobierno de ese Estado.
Los españoles, incluyendo a los
catalanes, tienen razones más que suficientes para mostrar disconformidad con
respecto al, si no ineficaz, extremadamente burocrático gobierno del
PP. Lo prueba antes que nada el hecho de que el gran derrotado en Cataluña
ha sido el PP (casi 129.000 votos menos con respecto a las elecciones
anteriores). Por lo tanto, no todos los votos anti-PP pueden ser computados
como votos secesionistas. Ahí reside la trampa de Artur Mas
Como sea, la alta votación
alcanzada por el bloque secesionista ha facilitado su objetivo estratégico; y
este no es otro sino acumular fuerzas para llevar a Cataluña a una auténtica
confrontación plebiscitaria.
Que el procedimiento
plebiscitario no esté de acuerdo con la Constitución, como aducen los
dirigentes del PP y del PSOE, no reviste ninguna importancia. Nunca las
separaciones intra-nacionales han ocurrido siguiendo las pautas de la legalidad
estatuida. Obvio: ninguna constitución del mundo puede consagrar el derecho a
la separación.
Eso significa que los partidos no
secesionistas deberán aceptar, más temprano que tarde, el reto separatista
planteado de modo inequívoco por Mas.
Evidentemente, el auge
secesionista no solo ha mostrado la fuerza de Junt pel Sí sino, además, la
incapacidad del gobierno Rajoy para levantar una política de unidad para toda
España. No basta en efecto decir no a la separación. Menos basta mostrar una
hoja de contabilidad con estadísticas ý números que indican cierta recuperación
económica.
De lo que se trata –y Rajoy
parece no haberlo entendido- es de asumir de una vez por todas los desafíos
planteados a España en el espacio nacional y europeo. Hasta ahora lo único que
ha hecho es marchar a la zaga, y siempre con mucho retraso, con respecto a
políticas que son levantadas en Berlín y en París. Todavía nadie le ha
dicho que en ninguna parte un gobierno sin protagonismo puede reclamar para sí
la unidad nacional.
Los resultados catalanes han
traído consigo, además, tres noticias suplementarias las que podrían tener
mucha importancia política en un futuro próximo. La primera, quizás la más
impactante, fue que Ciudadanos de Albert Rivera, partido de origen catalán,
pero no separatista, ha desplazado al PP y al PSOE hasta llegar a convertirse
en la segunda fuerza política catalana (25 diputados).
Hecho muy significativo pues a diferencias de Junts
pel Sí y la CUP, Ciudadanos sí goza de creciente aceptación en toda el resto de
España. Ciudadanos, si continúa creciendo, puede llegar algún día a ser el
puente político que falta entre Cataluña y toda España.
La segunda noticia fue el fracaso electoral de Podemos.
El partido de Pablo Iglesias no
pudo insertarse en los principales temas conflictivos que marcan la política
catalana practicando un “sí-no” y un “no-sí” que terminó por exasperar a sus
propios seguidores.
La tercera fue que el PSOE (PSC)
bajo la dirección de Pedro Sánchez continúa deteniendo lentamente su desangre
electoral, algo que en un momento parecía ser imposible.
De tal modo, si bien el PSOE
nunca más llegará a ser el de los días de Felipe González, tampoco desaparecerá
del mapa devorado por el cada vez menos carismático Podemos.
Una cierta concertación (es
demasiado temprano para hablar de alianzas) entre Ciudadanos y PSOE ya se
divisa en el horizonte. Y, por cierto, no solo en Cataluña.
Ciudadanos (más autonomía sí,
separatismo no) está demostrando que frente al auge separatista no basta acudir
a expedientes leguleyos. Mucho menos se trata de desatar una política del
terror frente al separatismo de Mas, como intentó hacerlo Rajoy (amenaza de
exclusión de Cataluña de Europa en caso de que Junts pel Sí hubiera alcanzado
una mayoría plebiscitaria).
Hay, por lo tanto, esperanzas de
que España llegue a ser lo que debe ser: la nación que mejor representa la
unidad de las diferencias: un micro-modelo para una macro-Europa. ¿Mantener las
diferencias, entre ellas las nacionales, dentro de una unidad supra-nacional?
Exacto: ¿No es ese al fin y el sentido de toda democracia?
Víá Tal Cual
Que pasa Margarita
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