Las alocuciones de Maduro, en más ocasiones de las que imaginan, me parecen extraídas de las rancheras mexicanas. A veces pienso que, con solo transcribirlas, harían las delicias de cualquier compositor. Pero no estoy hablando de cualquier ranchera; no, no señor. Me refiero a esas, a las que están cargadas de odio o pasiones arrabaleras. Esas donde el intérprete promete un terrible y nefasto porvenir al que se atreva a llevarle la contraria.
Cuando Maduro habla, irremediablemente pienso que solo le faltan los mariachis al fondo. De resto, el drama y las amenazas, al mejor estilo de Pedro Infante, están allí. Nicolás promete pruebas (que nunca presenta), se equivoca hablando, insulta a sus oponentes y de nuevo arremete: “Camino a las alturas se ven los gavilanes/ Se pierden en las nubes y se acercan al sol/ Regresan pensativos mirando al infinito/ No sabes si en la lucha alguno se quedó. Según sus propias leyes aplican la justicia/ Poniendo por delante su noble corazón/ Las garras afiladas ya prontas al ataque/ Esperan el momento para entrar en acción”. Esta, por ejemplo, que cantaba Pedro Infante y se llama “Los gavilanes”, me vino a la mente a raíz de sus últimas declaraciones, en las que les explicaba a sus partidarios lo que representaría para el país si la oposición gana las próximas elecciones del 6-D; por supuesto, entendiendo como país al disminuido sector chavista que, como es de imaginar, perdería los sabrosos y arrogantes beneficios que han acaparado a lo largo de casi 17 años.
Por eso, Nicolás describe las derrotas de sus candidatos como una hecatombe de igual magnitud a la que provocaría el lanzamiento de una bomba nuclear. Él, además, no es el portaaviones que era Chávez. En estos momentos, no llega ni a chalana. Y él y su entorno más cercano lo saben. Así que no le queda otra que vaticinar oscurantismo, violencia y muerte si el triunfo del 6 de diciembre venidero es para la oposición. Por eso, sus exhortos –ruegos, sugerencias o amenazas– son a votar por los candidatos del PSUV y sus secuaces. Él y su círculo saben que no es una elección que deba dejarse al azar, mucho menos a la voluntad del elector. Es una imposición, una obligación. Y por eso, de cara a esas elecciones, deben hacer el esfuerzo por lucir cohesionados como nunca.
La obsesión de este régimen con el poder, y por mantenerse en él “como sea”, los ha llevado a torcer, modificar, exigir y reestructurar –a su antojo– las leyes y reglamentos, con el aval de unos poderes públicos complacientes y un CNE totalmente subyugado a la voluntad del gobernante. Al igual que los gavilanes de la ranchera, Maduro, su gente y lo que pueda quedar del PSUV están afilando las garras para arremeter y evitar que la oposición logre lo que a todas luces reflejan las encuestas: los niveles de aceptación de la gestión de Nicolás están en caída libre. Y esta baja en la popularidad del mandatario incide directamente en la intención de votos de los partidarios de su tolda. Sin embargo, una cosa son las encuestas y otras las artimañas del régimen, como bien lo explica José Antonio Gil Yepes, director de Datanálisis, cuando asegura que “si las reglas para elegir diputados fuesen tan sencillas como la que rige la elección presidencial (quien saca más votos populares, gana la elección), ya sabríamos que la Mesa de la Unidad Democrática tendería a sacar una amplia mayoría de diputados dado que el mejor predictor de votos totales es el nivel de aprobación de gestión del presidente. Si Maduro está en 21%, los candidatos oficialistas recibirían cerca de esa proporción”.
De lograr que esta tendencia se respete y se mantenga, ya sabríamos, sin temor a equivocarnos, cómo quedaría integrada la Asamblea. Incluso podríamos fantasear, escogiendo el nombre del nuevo –o nueva– presidente del parlamento. Solo que Gil Yepes nos saca del embeleso y acuña otras razones por las cuales son tan impredecibles los resultados del 6-D. Si bien es cierto que el descontento de la población es palpable, tangible, cuantificable y real, el régimen se ha encargado de diseñar “su traje a la medida”; ese con el que pretende hacerse eterno en la conducción de los destinos del país. Por ello, la exigencia de último minuto de la paridad de géneros para los aspirantes a diputados; por ello, la modificación de las circunscripciones electorales; por ello, la aplicación delgerrymandering –que dicho sea de paso, solo se ha aplicado en países cuyos regímenes de gobierno, se parecen más a los dictatoriales que a los democráticos.
El gerrymandering, para quienes no les resulta familiar la expresión, tal como lo explica magistralmente el colega Eugenio Martínez en uno de sus más recientes trabajos, es un término que fue una invención periodística, y “que suele utilizarse para resumir los intentos de un gobierno para manipular las circunscripciones de votación (uniéndolas o separándolas) y así provocar distorsiones que le permitan mantener el poder”.
Gerrymandering aderezado con la viveza criolla. Eso es lo que se hizo aquí, con el aval del PSUV y el PCV que se encargaron de modificar en 2009 la Ley Electoral para que las circunscripciones se ajustaran a la voluntad política de quienes aspiran a cargos de elección popular, y quieren aparentar que son elegidos libre y democráticamente. Un trajecito electoral con las medidas exactas de quien ostenta el poder y no quiere entregarlo.
@mingo_1
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