RUBÉN
OSORIO CANALES.
No creo
que después de una reunión en Cuba con Raúl y Fidel Castro, a menos de dos
meses para unas elecciones que a estas alturas el régimen sabe que las tiene
perdidas, alguien se haya sorprendido cuando Maduro, repitió hasta el
cansancio que estas elecciones “hay que ganarlas como sea” añadiendo
estribillos como “y saben a qué me refiero”…, “se trata de la patria y su
independencia”…, “no podemos permitir que la derecha”…, y ese largo bla, bla,
bla, que sirve de relleno al discurso de un régimen descalificado por los
resultados de una desastrosa gestión, rechazado y atrapado en el tremedal
de sus propias mentiras. Las bravuconadas hechas para alborotar la galería y
huir hacia adelante ni convencen ni absuelven, solo funcionan para desviar
la atención, amedrentar a toda la sociedad, a los medios que todavía
sobreviven, y a aquellos funcionarios que en otras circunstancias tendrían la
potestad de abrir investigaciones a funcionarios negligentes y corruptos. Una
manera muy “revolucionaria” de mantener el manto de impunidad que los
cubre, que en tiempo de elecciones se quiebra para dar paso a pequeñas purgas
internas.
El
libreto, que a estas alturas del juego lleva adelante el régimen, harto
conocido por ser el mismo que sale a las tablas en cada escenario electoral, tiene
el añadido de malas cartas puestas sobre la mesa que evidencian la firme
disposición de radicalizar de manera definitiva el modelo castro-comunista
adoptado, antes que sentarse a rectificar errores o sentarse en el banquillo de
los acusados como consecuencia de una derrota electoral.
Prometieron
felicidad y trajeron desgracia, prometieron un país de primer mundo y nos
regresaron al siglo XIX, prometieron que seríamos una potencia y nos redujeron
a la categoría de país menesteroso, los tesoros recibidos por la renta
petrolera se esfumaron y hoy las arcas están vacías sin saber por qué,
prometieron seguridad y hoy estamos bajo el yugo del hampa, prometieron
libertad y han ido convirtiendo el país en una gran cárcel, prometieron
independencia y hoy somos más dependientes que nunca con la soberanía
intervenida, por decir lo menos.
Para un
régimen que, aun cuando no quiera reconocerlo públicamente, sabe que
tiene muchas cuentas pendientes con el pueblo, este proceso
electoral que tiene perdido lo está llevando a la desesperación y cuando
esta se activa entran en juego mecanismos francamente perversos como el
despecho, la cólera, la ira, la impotencia, muy alejados de la
racionalidad, que terminan, si no son controlados, en
tragedia. Y es ese estado de ánimo que se instaló en la cúpula del
régimen el causante de la estrategia del caos, el fraude continuado, la
activación de la irracional violencia por parte del régimen, los
colectivos motorizados con granadas, el bombardeo cotidiano de la propaganda
que produce esa combinación letal formada por el populismo mentiroso y el mazo
de la amenaza y la calumnia, la complicidad delictiva de los poderes públicos,
a las cuales se añade la conducta indecorosa y contra natura de algunos
jerarcas de lo que hoy conocemos como FA que nada tiene que ver en
visión y dignidad, con aquellas FAN que respetaron la Constitución, defendieron
nuestra soberanía y vencieron los ultrajes intentados por la revuelta de los
Castro desde Cuba para perjuicio de toda la región.
Comencemos
por recordar que el país hace dieciséis años cayó en las manos de un
militar autócrata, populista, adicto incurable al culto de su
personalidad, que una vez ganadas las elecciones, imitando a Fidel, se
declaró comunista, que con un discurso manipulador, falso, resentido y
delirante, dirigido a los más necesitados, a los humildes de buena fe, a
los desinformados, a los más incautos y, por qué no decirlo, aprovechado
por los parásitos y oportunistas que siempre han abundado “por estas calles”,
logró instaurar un régimen cuyas principales características son la
irracionalidad al servicio de las malas decisiones, el nombramiento
mayoritario para los altos cargos de militares y civiles sin idoneidad para
ocuparlos, controles de todo tipo que terminaron siendo caldos de cultivo
para grandes lacras como la inseguridad, la corrupción, la
intolerancia, la arbitrariedad, todas ellas juntas creadoras absolutas de
este desastre con visos de tragedia que estamos viviendo.
A ese
recordatorio hay que añadirle las violaciones de la Constitución, el montaje de
un sistema electoral a la medida de sus pretensiones de perpetuidad cuya
aparente perfección, gracias al muy visible descontento popular, ha
comenzado a hacer aguas por todas partes al punto de obligarlo, ante el
temor de perder el control de la AN, decretar el “como sea”, que incluye
lo de siempre más, cero observación internacional calificada, la advertencia de
cárcel para aquellos que osen protestar o desconocer las previsiones del
árbitro electoral, las clásicas denuncias de planes de desestabilización
que no existen, con el señalamiento de sus presuntos autores intelectuales
(ya aparecieron nuevos nombres muy ilustres por cierto), y algunas
cartas de naturaleza desconocida bajo la manga, todo ello hecho con una orquestación
goebbeliana muy mediática. Lo más curioso de todo esto reside en que mientras
el régimen lleva adelante por el canal rápido este conjunto de
acciones dirigidas a establecer, de una vez por todas, un régimen de
fuerza y detener así un eventual juicio popular, como todo jugador
tramposo, con la intención de cubrir las apariencias ante las tribunas
internacionales, propuso la firma de un acuerdo de reconocimiento de los
resultados que solo un loco en los umbrales de la idiotez podría firmarle a un
régimen que no respeta ni palabras, ni acuerdos.
Tomando en cuenta los movimientos
de los jerarcas del régimen, las declaraciones del dúo que gobierna, la
arremetida represora ya instalada, los más recientes señalamientos hechos en
coros, no importa si desafinados, el árbitro electoral y los restantes poderes
públicos actuando como brazos ejecutores de las metas y aspiraciones de un
régimen que cada día se distancia más de cualquier compostura democrática, por
leve que sea, más las malas cartas que cada día ponen sobre la mesa, nos llevan
a pensar más que una contienda electoral, en un vulgar palo a la lámpara para
retener el poder por la fuerza bruta. Como dicen en mi tierra los
viejos sabios, “mal pitido lleva la burra”.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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