Nota del Blog: Desde este Blog van los mejores deseos por un 2017 lleno de dicha y salud para todos los lectores. Gracias!!!!
Al cierre de 2016,
la economía venezolana presenta un cuadro deplorable: una contracción
del PIB estimada en 12,0%, una tasa de inflación que excede el 500,0% y
una caída de las reservas internacionales de aproximadamente US$ 5.200
millones. Todo ello se tradujo en una disminución del salario real
superior al 20,0% y un incremento de los niveles de pobreza que rebasó
la cota máxima que registró históricamente este indicador en 1998.
Actualmente Venezuela es un país en ruinas.
Tan grave como lo anterior es la
situación calamitosa de la industria petrolera y específicamente de
PDVSA, empresa ésta incapacitada para aumentar la producción, altamente
endeudada, minada por la corrupción y presa de la politiquería. La
decadencia de Venezuela es la decadencia de su industria petrolera
aunque no es dable suponer una actividad petrolera floreciente en una
economía devastada.
El año 2016 presenció lo desarticulado
de la acción de gobierno en materia económica: cuatro vicepresidentes de
Economía se sucedieron, cada uno peor que el predecesor. Al
omnipresente general Rodolfo Marcos Torres, le siguió el aprendiz Luis
Salas quien duró menos de dos meses en el cargo, siendo luego
sustituido por Miguel Pérez Abad y éste a su vez por un ilustre
desconocido en la profesión, Carlos Faría. Hoy no se sabe quien
coordina o dirige el Gabinete Económico.
Desde una perspectiva de mediano plazo,
se puede afirmar que el trienio que va de 2014 a 2016 puede calificarse
desde el punto de vista económico y social, sin ningún tipo de duda,
como el trienio perdido. Efectivamente, con relación a 2012, durante ese
lapso la economía perdió más de 20,0% de la producción de bienes y
servicios, registró una tasa de inflación acumulada de 2.940% y las
reservas internacionales se redujeron en US$18.887 millones, lo que
refleja un deterioro considerable del sector externo.
Entre 2013 y 2016 el comportamiento del
PIB refleja una caída acumulada que supera el 18,0% la cual constituye
la mayor que ha tenido la economía venezolana en cualquier episodio de
su vida republicana moderna, aún en años de alta conflictividad política
como la que vivió el país en la década de los sesenta. En términos del
PIB por habitante, la disminución en el trienio perdido fue de
aproximadamente 24,0%, una vez que se toma en cuenta el crecimiento
poblacional.
Pocos países han registrado un desempeño
tan mediocre de su economía sin experimentar un conflicto bélico.
Evidentemente ello tiene que ver con la baja en los precios del
petróleo, en un contexto en el cual Venezuela no ahorró en los años de
elevados precios sino que, contrariamente, acumuló deuda externa, la
cual no se tradujo ni en un aumento de la capacidad de producción de
bienes dirigidos al mercado interno ni a la expansión de la producción
petrolera.
De hecho, en el trienio señalado, la
producción de petróleo acusó una disminución acumulada cercana al 15,0%,
equivalente a más de 360.000 barriles diarios, hecho éste que restringe
la capacidad de exportación y de generación de divisas y resta poder de
negociación en el seno de la OPEP.
Pero el factor fundamental detrás de la
pronunciada declinación de la actividad económica radica en la
aplicación de un modelo económico estatista y un esquema de política
económica basado en la hostilidad hacia la inversión privada en medio de
un sistema de controles de precios y de cambio que inhibe la inversión y
genera incertidumbre entre los agentes económicos.
De esta manera, en el trienio perdido la
tasa de inversión cayó 12,0% del PIB respecto a su valor de 2012. Ello
es un elemento que atenta contra la expansión de la capacidad productiva
a mediano plazo, más allá de las oscilaciones puntuales propias de los
ciclos económicos.
El sistema de control de precios no ha
servido ni servirá para disminuir la inflación y más bien tiende a
desestimular la producción de aquellos bienes cuyos precios están
sujetos a esos controles. Ese régimen de fijación de precios manejado
discrecionalmente ha propiciado todo tipo de arbitrariedades por parte
de las autoridades, situación que ha ahuyentado la formación de
inventarios y conspirado contra el desarrollo normal de la actividad
comercial.
Por su parte, el control de cambio con
sus tasas oficiales, con una enorme brecha entre ellas y a su vez con
la tasa del mercado paralelo, ha generado incentivos a la corrupción y
consiguientemente una mala y distorsionante asignación de las divisas.
Una tasa de cambio (Dipro) absurda de Bs
10 por US$ hace inviable cualquier actividad económica que compita con
importaciones valoradas a ese tipo de cambio, al tiempo que promueve un
esquema de subsidios cambiarios totalmente ineficiente que impacta
negativamente las finanzas públicas. A esa tasa de cambio, los estados
financieros de PDVSA son crónicamente deficitarios y la empresa debe
recurrir a la impresión de dinero por parte del BCV para procurar
realizar gastos que aumentan conforme a la inflación doméstica.
De igual modo, el funcionamiento de la
tasa de cambio Dicom no se puede calificar como la de un mercado
propiamente sino más bien como un manejo igualmente discrecional,
similar al de un régimen de mini devaluaciones. No se conoce el criterio
usado por el Gobierno para asignar las divisas a esa tasa de cambio.
Por su parte, el tipo de cambio paralelo lejos de ser el de un mercado
organizado, funciona sin reglas, sin transparencia, lo que provoca
movimientos de la cotización absolutamente sin relación con los
fundamentos de la economía.
Esa ausencia institucional de un
mercado, conjuntamente con la política monetaria expansiva que ha
seguido el BCV encaminada a financiar al fisco, ha propiciado una
depreciación de esa tasa de cambio que actúa como marcadora del sistema
de precios no sujetos a regulación, sin que por otro lado se obtengan
los beneficios para el disminuido sector exportador, que potencialmente
se deberían obtener de esa subvaluación de la paridad cambiaria.
Al borde de la hiperinflación
Venezuela se encuentra al borde de una
hiperinflación. Más allá del debate sobre las cifras que caracterizan
ese proceso, es claro que una tasa de inflación mensual en el entorno
del 20,0% configura un cuadro de obvio peligro hiperinflacionario, a la
cual se suma una caída vertical de la demanda por dinero que propician
la inflación y la depreciación del bolívar. Acá, como en todas las
experiencias de inflaciones altas o de hiperinflaciones, juega un rol
fundamental el financiamiento monetario del BCV al déficit fiscal del
sector público.
Con un desbalance de las cuentas
públicas que promedia el 14,0% del PIB entre 2014 y 2016, de los cuales
al menos 7,0% del PIB obedece la impresión de dinero para ese fin, es de
esperar una aceleración de la tasa de inflación, no obstante los
controles de precios. En un escenario de creación acelerada de dinero de
esa magnitud, los controles de precios pierden significación como
instrumento para contener el alza de precio y más bien propician escasez
y destrucción de las capacidades productivas.
Sin divisas y endeudados
En el trienio perdido, Venezuela ha
registrado déficits consecutivos en la balanza de pagos que se han
traducido en una declinación de sus reservas internacionales. Es
evidente que en la conformación de esos déficits ha jugado un rol
importante la reducción de los precios del petróleo, en una economía
cada vez más dependiente de ese recurso mineral y que no exporta otra
cosa que petróleo.
Sin embargo, dos elementos han
condicionado esos déficits: por un lado, el elevado nivel de las
importaciones hasta 2015 y los pagos de intereses de la deuda externa,
lo cuales están absorbiendo buena parte de las exportaciones petroleras.
Al concluir 2016, el BCV tiene menos
reservas internacionales que las que poseía en 1996, luego de haber
disfrutado del auge petrolero más intenso y prolongado de la historia de
Venezuela, primero entre 2000 y 2008 y luego entre 2010 y 2014. Pero al
compás de los altos precios del petróleo, las administraciones de
Chávez y Maduro imprimieron un ritmo vertiginoso al endeudamiento en
moneda extranjera y nacional. Éste último cuenta poco debido a que el
mismo está contratado a tasas de interés subsidiadas que al final se
termina pagando con inflación. El estado de la deuda pública externa
llama a preocupación tanto por su magnitud como por su modalidad.
Efectivamente, al consolidar la deuda de
la República con la financiera de PDVSA el monto al cierre de 2016 es
de US$ 150.000 millones, cifra considerablemente superior a los US$
130.000 millones registrados en 2012. Ello no incluye otras formas de
deuda que durante el trienio perdido han tomado preponderancia, como son
los casos de la deuda comercial por un valor aproximado a US$ 14.000
millones, deuda con empresas petroleras socias de PDVSA en la Faja del
Orinoco y otras por conceptos de dividendos causados y no pagados a
empresas foráneas.
Con esa acumulación de compromisos de
pago en moneda extranjera va aparejada la subasta de activos nacionales
igualmente en moneda extranjera para honrar los compromisos de pago.
Así, se vendieron a precios viles las cuentas por cobrar de la factura
petrolera con República Dominicana y Jamaica, se hipotecó el oro de las
reservas del BCV, se apeló a los Derechos Especiales de Giro ante el
FMI y PDVSA contrató en condiciones leoninas préstamos con compañías
petroleras rusas y cedió su participación en proyectos de la Faja del
Orinoco.
El cuadro se completa con la garantía
prendaria de CITGO dada por PDVSA, primero con el 50,1% de sus acciones
para posibilitar el canje de una parte de su deuda y más recientemente
con el 49,1% para asegurar un préstamo con Rosneft. Ahora está Venezuela
endeudada y sin activos externos.
El estado de destrucción durante el
trienio perdido estaría incompleto si se deja de mencionar el
oscurantismo estadístico al acordar el Gobierno una política de
ocultamiento de las estadísticas económicas y sociales donde Venezuela
era reconocida.
Las estadísticas se publicaron hasta que
le fueron útiles. Como ya las cifras no le favorecen para aceitar el
funcionamiento de la maquinaria de la mentira informativa, optó el
Gobierno por dejar de editar el PIB y sus componentes, la balanza de
pagos, la inflación, la producción industrial, la pobreza, el
coeficiente de Gini y el Índice de Desarrollo Humano, entre otros
indicadores. De la producción de petróleo los venezolanos se enteran por
los boletines mensuales publicados por la OPEP.
Cuadro Resumen de indicadores2014 | 2015 | 2016 | |
PIB (variación %) | -4,0 | -6,0 | -12,0 |
PIB por habitante (variación %) | -5,2 | -7,1 | -13,2 |
Tasa de inflación (%) | 68,5 | 180,9 | 500,0 |
Reservas internacionales (millones de US$) | 22.077 | 16.367 | 10.900 |