Wednesday, January 25, 2017

Celebrando el olvido (23 de enero de 1958)

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Ángel Lombardi

El llamado “espíritu del 23 de Enero”, no fue otra cosa que la unidad lograda por el país político y nacional para ponerle fin a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y abrirle cauce a la democracia.
Cuando el país se une en un proyecto compartido es porque actúa con sentido de nación, que a través de la democracia establece las posibilidades reales para una sociedad de “una vida en común”. Compartir un pasado, asumir un presente y lo más importante, construir para compartir un futuro para todos.
Nuestra hora es sombría, pero no solo por las muchas y terribles dificultades de todo tipo que estamos padeciendo los venezolanos, sino por la fragmentación de una sociedad que se está negando a sí misma una convivencia solidaria y fraterna. Nos han conducido hacia tiempos de odio, rencor y desprecio. La división y el maltrato al “otro”, que es nuestro propio compatriota, además, tiene la pretensión de que solo es posible una historia cainítica en la cual la prisión, el exilio y la muerte vuelven a tener presencia terrible en nuestra historia como era costumbre en las muchas dictaduras y tiranías anteriores que hemos padecido.
Crear una república a partir de la nación nos llevó más de un siglo; crear la democracia, tarea inacabada, otro siglo largo.
¿Qué es la nación? Se preguntaba el abate Sieyés en los comienzos de la época moderna y su respuesta clara y precisa: “La nación es todo”, y yo agregaría: y no tiene dueño. Hoy podemos preguntarnos qué es la democracia y podemos respondernos: todo y tampoco tiene dueño, ni armados ni desarmados. La república y la democracia somos todos constituidos en nación.
La hora de las tentaciones totalitarias y autoritarias que estamos padeciendo obliga a una reflexión necesaria sobre nuestras responsabilidades individuales y colectivas y sabemos que la primera responsabilidad es ser responsables de la seguridad y bienestar de nuestras familias de las oportunidades y calidad de vida de nuestros conciudadanos, y asumir todo nuestro territorio y geografía como “casa común”.
Somos constructores de ciudadanía y forjadores de instituciones. Una sociedad en permanente progreso.
En estas “tareas y objetivos” todos tenemos responsabilidades particulares, destacando por razones obvias el político y la política, a quienes les compete no en exclusividad la gestión pública asumida desde una ética de servicio y una moral de integridad y honradez personal.
La política no es autónoma de la sociedad, la expresa y la representa, pero igualmente en la sociedad moderna es fundamental entender que la acción política y pública no se agota en los linderos partidistas sino se acompaña y potencia en el ámbito de la sociedad civil.
En un memorable discurso de Luis Castro Leiva en el Congreso de la República para conmemorar el 23 de Enero, en 1998, con la angustia de quien presiente el riesgo de los errores colectivos y los malos tiempos que se presagiaban con la candidatura en creciente ascenso del teniente coronel golpista, hace advertencias a los políticos presentes y al país en general de plena vigencia. Decía: “Cesen entonces de escuchar lo que solo a ustedes les interesa… ustedes no han hecho ni hacen lo que de ustedes se necesita y espera” y a continuación citaba a Miguel Otero Silva: “Es necesario que la política vuelva a ser cosa seria y digna”. La política no es un negocio ni una oportunidad para el robo y la arbitrariedad.
Conocido lo ocurrido en diciembre de 1998 evidentemente este discurso histórico de Castro Leiva llegó tarde y el daño estaba hecho.
Perdido el espíritu del 23 de Enero, de unidad nacional y de una democracia decente, honesta y laboriosa, la democracia volvió a perderse progresivamente y volvimos a la “creencia autoritaria montada en el caballo de un gendarme necesario a ponernos de rodilla para darnos de comer”.
Fuimos ciegos e irresponsablemente imbéciles, particularmente ciertas élites que, como las definió Castro Leiva, “sufrían de papiamento mental, narcisismo tecnocientífico y analfabetismo utilitarista”, además de su tradicional codicia de élites sin sentido de nación.
El daño está hecho y el costo pagado, ahora cómo salir de esta tradición autoritaria y de esta enfermedad totalitaria, ¿cómo recuperar el espíritu del 23 de Enero?
Si evitamos la muerte de la memoria y de la inteligencia la respuesta no es difícil y nos la da el propio Castro Leiva citando otra vez a Otero Silva: “En tanto que los partidos separados por grietas y abismos cavados al fragor de divergencias anteriores, se mantuvieron combatientes desde trincheras individuales, cada uno con su táctica, cada uno con sus propósitos, mirando de reojo al aliado como si fuese un adversario, tan solo lograron llenar las cárceles con sus dirigentes más capaces, de ofrendar la vida de sus capitanes más decididos”. Palabras que fueron pronunciadas hace muchas décadas atrás pero pueden ser leídas como expresión de nuestro momento, y no otro es el drama que divide, confunde, desorienta y hace poco eficaz la acción política de la actual oposición venezolana.
¿Qué toca hacer? Otra vez responde Miguel Otero Silva: “Crear un pacto político nacional”. Con estrategias y objetivos comunes y con respeto absoluto a la memoria, y al futuro.
En 1958, primero se obliga a huir al dictador, después se acuerda una transición plural y posteriormente la ruta electoral que permitió que fuera el ciudadano con su voto el que decidiera el destino político del país, y para garantizar la gobernabilidad el principio de colaboración y alternabilidad establecido de manera precisa.
La nación es una lengua, una cultura, una patria espiritual y nos debe expresar a todos.
El Estado no puede ser partidizado ni mucho menos responder a una ideología, y el gobierno por definición debe ser competente y de servicio y puede ser cambiado de acuerdo con la norma constitucional.
Hicimos república en su momento, igualmente hicimos democracia; nos toca seguir desarrollando la república democrática que tan laboriosamente empezó a construirse en el siglo XX y que tiene una cita diferida momentáneamente con el siglo XXI. No otra cosa es el espíritu del 23 de Enero, recuperar la memoria para recuperar el futuro.

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