Pedro Luis Echeverria
La Venezuela de hoy es cualitativita y cuantitativamente diferente. En efecto, la hegemonía numérica que el régimen usufructuó por tres lustros y fracción llegó a su fin; ahora su ventaja se reduce a unos cuestionables miles de votos, al ilegal uso de los activos del Estado y a las ilegales complicidades del CNE y el TSJ. Igualmente, la hegemonía política que han mantenido durante mucho tiempo, tanto en las manos del que se fue como en las del heredero, y que les permitió manejar el país como feudos personales, se ha esfumado; no puede ser de otra forma, son demasiados los errores y omisiones del gobierno que han llevado al país al borde milimétrico del colapso total. Las grandes falencias del heredero que gobierna torpemente (cual Adrián Solano en la pista de ski), sus profundas limitaciones, su falta de conexión con todos los ciudadanos y la exacerbación del desastroso legado recibido, ha ocasionado también, desde el interior del régimen, rechazos a su liderazgo. Ahora el equivocadamente ungido debería reconocer, mirar y tomar en cuenta la opinión de más de la mitad del país que le rechaza y que además no comulga con los fundamentos del ideario comunista de sociedad. Las circunstancias presentes le imponen al régimen, de manera terminante, revisar y replantear la filosofía y operatividad del modelo socialista, examinar objetivamente la errática e ineficiente gestión de Maduro que lo descalifica para seguir conduciendo los destinos del país como mandatario. De no hacerlo, la inviabilidad y falta de legitimidad de origen y desempeño de Maduro y su gobierno, con certeza, profundizarán la parálisis y el caos en que se encuentra el país y abrirán las puertas para una eventual búsqueda de soluciones no democráticas.
La inviabilidad del diálogo por la actitud de las rémoras gubernamentales, la desidia y carencia de interés por parte del régimen por solucionar los problemas que a diario confrontamos los habitantes del país, el creciente rechazo de la gente al gobierno y a sus ejecutorias y la pérdida de credibilidad en la dirigencia opositora obligan a promover, por el bien del país, la reconciliación y la paz, y ello supone: la salida del poder de Maduro y su combo de ineptos y torpes; fortalecer institucionalmente la democracia y el Estado de Derecho tan vilipendiados durante los últimos dieciocho años; construir y fortalecer instituciones políticas y judiciales que sean respetadas y creíbles para la solución de conflictos por la vía no violenta, y establecer un consenso sobre los medios que resultan inaceptables emplear para la protección de los intereses propios, por legítimos que estos sean.
Desde hace poco hemos empezado a vivir una nueva era que irrumpe y destroza los paradigmas del pasado que nos impedían, a ambas partes, ver la realidad tal cual es. Solo una transición política con la participación de nuevos interlocutores que orienten la acción del Estado hacia una nueva forma de ver el desarrollo democrático, humano y sustentable, capaz de administrar y resolver sus conflictos de manera institucional y sin violencia, es la única forma como podemos resolver situaciones de confrontación y garantizar la paz en el mediano y largo plazo. Cuando hay voluntad política, incluso los obstáculos que parecen insalvables pueden tener una solución aceptable para las partes. El cese del gobierno actual no es un asunto que podamos postergar para etapas venideras: debe ser el centro y esencia del proceso de reconstruir el país y la convivencia entre los venezolanos. Esa es, a mi juicio, la gran tarea que tiene por delante el liderazgo del país. Es la responsabilidad del partido del gobierno, de las instituciones nacionales y de la oposición que debe ser abordada de inmediato en un clima político en el cual es claro que hay gran confrontación y la nefasta posibilidad de que millones de ciudadanos seamos perdedores si la intolerancia, la falta de visión y el odio fratricida fuesen los inspiradores de la conducta de los líderes del debate nacional
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