Frente a la simple idea de estar cada vez más obligados a negociar, el oficialismo reacciona con una saña todavía mayor: la represión con cinismo, la violencia celebrada, la brutalidad como goce. Solo así puede explicarse el infierno sistematizado que estamos viviendo y viendo día a día en el país. Las detenciones arbitrarias, el robo a los manifestantes, las golpizas salvajes y en cayapa a cualquiera que se descuide sobre la calle, los juicios express y las condenas por traición a la patria, los traslados a los distintos reclusorios, las torturas, los asesinatos… no es una “violencia desmedida”. Por desgracia es todo lo contrario: es una violencia perfectamente medida, administrada con rigor, ordenada y ejecutada militantemente. Los excesos de los uniformados no son un desorden. Son un orden. Una orden.
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