Al momento de presentar el petro, la improbable criptomoneda venezolana, Nicolás Maduro invocó un prestigioso santo y seña del populismo latinoamericano: “El dinero alternativo”, la “moneda social”, un signo cambiario cuyo respaldo no sea el oro sino un sentimiento moral: la solidaridad.
En el centro de esa economía solidaria y sustentable hallamos la idea del trueque.
En 1993, la antigua Unión Soviética iba camino a una economía de mercado cuando emergió el trueque. Una inflación de dos dígitos y una dramática escasez de efectivo reforzaron las transacciones no monetarias entre individuos, antiguas empresas estatales y hasta el fisco. El trueque era, además, un “remanente cultural” de la era soviética. A comienzos de 1998, el trueque alcanzó en Rusia su pico histórico. Pero en agosto de aquel año llegó al fin un préstamo del FMI por más de 4.800 millones de dólares.
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